sábado, 15 de junio de 2024

“Basma”

 


“Basma” es una cinta melancólica y cargada de ternura que acontece entre el regocijo y el abrigar desabrido del paso del tiempo (siempre presente). Una película próxima, espiritual y piadosa que, asimismo, nos trae un segmento de la cultura de Arabia Saudí y sus sociedades, así como ciertos asuntos y modelos de cambio en el país saudí.


De manera que el filme obedece más a asuntos de familia y por consiguiente una relación de tono intimista entre padres e hijos.  Así que la película está focalizada casi por completo en Basma (Fatima AlBanawi), una joven y estudiante mujer que sin estar detenida en su propio tiempo, mantiene —quizá sea lo más fácil— una absoluta mirada de amor filial a su padre enfermo.

Una interlocutora que cargada de belleza, dinamismo, sin gesto esquivo pero maduro para el compromiso mismo del universo que cae sobre sus hombros, Basma va construyendo —escena tras escena— una representación de felicidad y desconectada, que juzga contenerlo todo: el amor.

Con otros códigos cinematográficos y sin dramatismo. Lo que queda es una serie de personajes en razón a la modernidad cinematográfica. Y así, como el posible cordón umbilical entre padre e hija, va avanzando la película sin asfixiarse sobre sí misma. Gana en los instantes de amabilidad cotidiana, las canciones, y la juventud que irradia Basma.

En “Basma”, pareciese sobre el tercio final, que se quiebra la idealización de esa relación padre e hija desde la misma raíz narrativa del encuentro, ya que la apariencia de la narración aporta que nada podría suceder. Por otro lado, ya en las dos primeras escenas, con la exposición de las directrices por parte de la madre de la joven Masma, no se establecen las bases del filme, sino la de un padre solitario y mayor.

La idea final es no llegar a la vejez solo, siempre la compañía de los seres queridos explosiona la composición del cambio ideológico-social y la vida misma. En este sentido la historia del cine siempre ha tenido retratos de familia. “Masma” es el fiel reflejo sobre la condición del ser humano en su amplio espectro.


The Last Rifleman

Bernard Jordan fue un experimentado de 92 años de edad de la Segunda Guerra Mundial, y que en el 2014 se escapó de una morada de ancianos en para poder asistir a las conmemoraciones del 70 aniversario del Día D en Normandía, Francia, convirtiéndose por ello, en un símbolo del valor y espíritu militar. Además se ganó el apodo de “Veterano Houdini”.

Una actitud del personaje Artie Crawford (en este filme) que creó interés y admiración en todo el mundo, subrayando el valor de honrar no solo a sus amigos, sino a todos los veteranos de guerra. Hoy día, esta historia sigue aprisionando a nivel mundial a todo aquel que conoce al personaje y su actitud. De ahí que otras versiones del tema en cintas como “La Gran Escapada” o “El Último Soldado” ambicionen conservar viva su historia y su memoria.

“El Último Soldado” (caracterizado por Pierce Brossnan) pues intenta rendir un homenaje “a este viaje” de un anciano, inspirándose en la historia real de Bernard Jordan. Así que su director Terry Loane relata la historia de Artie Crawford (Brossnan), un veterano de la Segunda Guerra Mundial que tras perder a su esposa, resuelve embarcarse en una “fuga” de su residencia de ancianos en Irlanda del Norte, con la meta de llegar hasta Francia para asistir al 75 aniversario del desembarco del Día D.

A la postre un viaje que se convierte en una ocasión para conocerse a sí mismo respecto a algunos sentimientos y afrontando a los fantasmas de su pasado (todos a través del flash back).

No hay mucho más que decir en esta película cargada de amor y sencillez, donde todo lo que vemos y sentimos es precisamente gracias a un personaje que se hace coger cariño bien pronto. Una historia pues que invita a ese último viaje de nuestra vida a esa otra vida, cargada a lo mejor de menos de menos prisa. 



 

Sleeping Dogs

 

Roy Freeman (Russell Crowe hace creíble su perosnaje) despierta un día más despierta en su pequeña morada que habita y cercado de notas que cuelgan de las paredes, la nevera, los anaqueles, cajones, etc., y que le indican que almacenan o para qué sirven —hasta las pizzas congeladas—. Este jubilado detective de homicidios sufre Alzheimer, y por el que está recibiendo un tratamiento experimental.



A partir de este momento, el personaje a través de una serie de flash back va reconstruyendo su pasado profesional, hasta toparse con un crimen. En realidad pienso que el guion (clave de todo thriller) debió ser reconsiderado, ya que por momentos se inclina un poco a la confusión, y es que todo parte de la memoria de Roy. Y es que hay que volver a opinar sobre Crowe, ya que él está continuamente preparado a darle su propio aire y firmeza a todo lo que le inviten, como en “El exorcista del papa” (Julius Avery, 2023).

Siendo sinceros, el arranque del filme es correcto, con unos cuantos primeros planos del histrión en interiores, acoplados con validez pragmática en un montaje en función de Crowe. Baste trazar un arranque idóneo para convencer al público, y de persuadirnos de que nos incumbe lo que pueda pasarle al protagonista y alistarnos como espectadores de este ejercicio y con los recursos del cine negro clásico.

Si toda la clave del filme está en la memoria perdida de Roy. El protagonista arma un puzle (los expedientes y las huellas que va apiñando del caso que investigó años atrás y cuyas notaciones están en su memoria perdida). Y toda su disposición en la búsqueda de…, parte después de ver en televisión una escena de acción del clásico del western “Duelo de titanes” (John Sturges, 1957) con Kirk Douglas y Burt Lancaster.

Lo que sí es cierto es que el carácter previsible de la trama, la lleva cada vez más a que resulte menos sorprendente. De todas formas, Adam Cooper compone un thriller aceptable con tintes de neo-noir y cierto aire espeso que no le cae nada mal al filme.

viernes, 14 de junio de 2024

Bad Boys: Ride or Die

 



Regresa Will Smith (léase Mike), fresco como una lechuga y protagonizando la cuarta entrega de “Bad Boys” junto a Marcus (un Martin Lawrence en su punto y parte noble de los avatares de la vida). Hasta 1995, Michael Bay era un perfecto desconocido, pero su carrera como director de acción se catapultó con “Bad Boys” (“Dos policías rebeldes”), película que además, santificó en el género a Will Smith y Martin Lawrence.



La película arranca a lo magnánimo y predice el banquete de acción y refriegas a mansalva. Subidos en un Porsche de infarto y conduciendo a lo loco, los dos policías de Miami que conocemos hace largo rato, llegan tarde a un encuentro muy significativo: la mismísima boda de Mike.

Si bien, la película es más de lo mismo. Era de esperar que su metraje incluyera sucesos con helicópteros, detonaciones, seguimientos y combates y disparos diseñados (que a ratos trascienden regios y a menudo son escuetamente), hay que mostrarse de acuerdo en el derroche de energía. También, su peripecia en la trama no posee por completo de sentido (hay mucho Deus ex machina), y entorpece al espectador la tarea de interesarse en lo que sucede, fundamentalmente por lo que respecta a un manojo de personajes secundarios que no significarán nada (para quienes no recuerden las entregas previas de la saga).

Estamos pues ante la demostración química entre dos actores, y una historia al más puro estilo "buddy cop", como en los clásicos de la famosa “Arma letal”, donde la acción compensa su peso con el humor y el "bromance" entre los dos actores ya aludidos.

“Bad Boys 4” no es una trabajo de enérgico calado sensorial, pero que se apuntala muchísimo en el ambiente donde se desarrolla la acción (una Miami ya conocida)) y en la poco insinuante partitura musical de Lorne Balfe, para forjar una atmósfera no demasiado alejada a la que inundaba a las cintas precedentes.


lunes, 3 de junio de 2024

Ordinary Angels

 


La historia arranca en 1993, y a fe que desde los primeros fotogramas del filme, ya nos arrastra por un drama a seguir con interés. Lo primero que habría que decir es que no hay nada más confortable que ver a la colectividad unirse para auxiliar a seres humanos desesperados, principalmente a una familia que sobrelleva la muerte y el padecimiento. Incluso, sirve para recordarnos que no hacen falta grandes sucesos celestiales para saltar sobre los problemas. Todo a lo que se invita es quizá la empatía 




Hilary Swank (que encarna a Sharon) habitualmente realiza un trabajo sólido cuando está frente a un papel con dimensión dramática y cierta complejidad (para una muestra este filme). La dos veces ganadora del “Oscar” mide con toda su actitud kinésica la intensa constancia de una Sharon, así como su delicadeza frente a la ansiedad y la congoja. Ambientada en Louisville a principios de los años 90, el filme empieza mostrándonos a su ambigua heroína, Sharon (Swank, con cabello largo), que engalana faldas cortas, una cerveza en el bar local, antes de saltar a la barra y bailar estridente “Boot Scootin' Boogie”. Está claro que Sharon tiene un inconveniente con la bebida, pero que ese arrebato por la embriaguez esconde una enorme agitación en su interior.

En las manos de Swank, el arco previsible del interlocutor se vuelve grande, evocando persistencia, apego y fuerza en abundancia. Asimismo, aporta naturalismo a las escenas (compartidas con Emely Mitchell, Skywalker Hughes, Tamala Jones y otros actores), que ofrecen toda la veracidad, aunque por momentos creemos anticipar lo que vendrá

El punto de vista que adopta la película, sin embargo, no es el del director, ni de la niña enferma (que nos aprisiona), sino de ese “ángel” llamado Sharon, y que la cámara la sigue prácticamente a todos lados. Sin lugar a dudas, el gran acierto de la estructura narrativa de la propuesta de los cineastas Jon Gunn y Rick Skene. Un drama como experiencia puede representar muchas cosas y “Ordinary Angels” no quiere que nos perdamos nada de lo que ocurre.

Si los dos primeros tercios del filme suceden sin esperanza alguna frente a lo que observamos y sentimos, hacia su último tramo, la película consigue escaparse (o nosotros) de esa situación de una niña adorada pero enfermita y ese problema que afronta personalmente Sharon. Ensimismada la trama en el clásico conflicto entre la vida y la muerte, la cámara, en un recorrido omnisciente por los espacios y el alma de los personajes, nos permite concluir que la oportunidad en la vida (dada o buscada a través de la tenacidad) solo favorece a aquellos que saben como cortejarla.

 


domingo, 26 de mayo de 2024

Furiosa: De la saga Mad Max

 

Debo de confesar varias cosas tras ver el filme “Furiosa. De la saga Mad Max” del cineasta de 79 años George Miller, primero que salí extenuado de tanta acción trepidante. Segundo que definitivamente en esto de precuelas, lo que vale es el guión y tercero, algo que decía Bergman: “la cámara es el corazón del cineasta”.

Si bien, la joven Furiosa (la eléctrica Anya Taylor-Joyes) es arrebatada del “Lugar verde de muchas madres” y cae en manos de una horda de motoristas liderada por el Señor de la Guerra, la perspicacia primitiva se conserva: todo se resume en una carrera hacia el Oeste, como la demarcación y la aventura. Unos “vaqueros” cruzan el desierto (“Los centauros del desierto”) para estar frente a ese extraño y grandilocuente western con el maquillaje o estética del cyberpunk.

El ruin de turno es Dementus, líder de los motoqueros, interpretado por Chris Hemsworth. Acostumbrados a verlo en el papel de Thor, es un hálito de aire fresco y tenerlo en un roll tan disímil. Miller vuelve a entregarnos grandes escenas, menos ensambladas que en la entrega anterior, pero igual de “reales y efectivas”. Y respecto a las estrategias militares da lugar a abordajes como el que encierra un ataque aéreo (adornado por la composición de la fotografía y los efectos especiales).

El guion coescrito por Miller y Nico Lathouris (los mismos del 2015), arranca bien cargado de interés con la protagonista, y en el devenir del asunto unos motociclistas salvajes se la llevan como evidencia de que todavía hay vida. Así arranca el derrotero del personaje, que irá cambiando de manos —durante 148 minutos— y que la cinta que conserva el ritmo veloz del filme anterior. Por supuesto que hay grandes momentos a tope, y dentro de una ordenación imaginable desde el punto de vista narrativo.

'Furiosa: De la saga Mad Max', de George Miller, se puede “interpretar” de muchas maneras. Es la entrega de la perfecta harmonía del desgobierno que su predecesora “Furia en la carretera”. Además, es una película acerca de los comienzos de uno de los interlocutores más representativos, bárbaros y hasta tempestivamente feminista que ha dado el cine nuevo en Furiosa. Estamos pues ante el quinto suceso de unas guerras temibles y terroríficas que, en su hostilidad, han rubricado la idea de ser la perfecta alegoría a un mundo de artimaña insinuante, inquieta, pavorosa, divertida e inadmisible —y todo al mismo tiempo—.

A modo de conclusión: lo único que le interesa a la saga son las opciones estéticas de una premisa como la venganza en un escenario distópico. La ya conocida mixtura de los géneros a medio camino entre ese cine clásico y los nuevos cines de Europa diría. En el caso de Mad Max, el western, no ha muerto, los Winchester, las caravanas, el valle (y su salvajismo) cambian a elementos distópicos. Además en ese tono de conquista.

Al final el secreto de esta cinta, reside en conservar los interlocutores y los contextos típicos del western, pero cambiando la época y algunas zonas, y amplificando una magnitud mitológica a la fábula: Un crítico de cine sostiene que Max siempre fue Electra. Ahora la banda sonora (Junkie XL) y el diseño sonoro arropan una serie de imágenes que jamás podemos apartar de nuestros ojos.

Un cine pues blockbuster y al mejor mainstream norteamericano, colocando a Miller (ya con 79 años) al borde de ideas sin ataque de nervios. Y es que para este tipo de cine hay que ser así.

sábado, 18 de mayo de 2024

“El legado” película irlandesa de Lisa Mulcahy

 

“El legado” es una película irlandesa de Lisa Mulcahy, que aprovecha en tono de thriller psicológico una historia que aunque pausada en sus dos tercios iniciales, el último tenemos toda la sabiduría de cómo se desenvuelve una tensa historia familiar, que por algún momento, parecía no tener fin. Una excelente adaptación a nuestro tiempo de la novela “Tío Silas”, de Sheridan Le Fanu, y sin parquedad de afectar su original, tiempo, ni lugar a mediados del siglo XIX en la campiña irlandesa. La directora, Lisa Mulcahy, y empleando un término beisbolístico “la sacó del estadio”.

El punto de partida de esta novela, titulada en versión original de una manera mucho más misteriosa, “Lies We Tell” (“Las mentiras que contamos”), la debutante guionista Elisabeth Gooch no hace un viaje lineal, sino que plantea el viaje emocional de la protagonista: una joven heredera (Agnes O'Casey)  que queda huérfana en una remota finca de Irlanda.

La puesta en escena y la elección de los espacios, es una de las medidas más profundas y sutiles que hay tras su rodaje. Efectivamente la hacienda es un protagonista más, que nos consiente inhalar el aire de la época victoriana al caminar sus pasillos, pasar por sus misteriosos exteriores y, en suma, sumergirnos en el contexto adecuado para que se desenvuelva la fábula de forma verosímil.

Con la llegada del tío Silas a la mansión habitada por la heredera Muade, y ante la mala reputación del tío debido a una oscura muerte de un conocido que provocó su alejamiento del fallecido padre de Maude; el hombre afirma y reafirma su inocencia, pero es un hombre altanero con una cuenta que saldar y una sobrina con la que pretende casar a su propio hijo, requiriendo así la propiedad que concibe que le han burlado.

De todas formas, O'Casey, bisnieta del grande literario irlandés Sean y figura de la serie de televisión “Ridley Road”, tiene el punto de partida en este filme, para dejar su huella. Además, tiene el arrojo de su personaje para llevar la película sobre cualquier dificultad que se le presente.

El choque de la vida mayoritariamente rural frente al campo irlandés con el espacio de la fábula, aunque sea sencillo, se esgrime como señuelo de valores, costumbres y emociones olvidadas o totalmente lánguidas. Si algo puede atribuírsele a esta película, es su representación pausada, y una situación emocional para un tipo de cine poco común en las pantallas del mundo. Y frente al final de lo observado: un día en que “mirándote al espejo” no te queda titubeo alguno de que la vida no tiene sentido, y resigna ser un tránsito invariable quizá hacia el pretexto.