Debo de confesar varias cosas tras ver el filme “Furiosa.
De la saga Mad Max” del cineasta de 79 años George Miller, primero que salí extenuado
de tanta acción trepidante. Segundo que definitivamente en esto de precuelas,
lo que vale es el guión y tercero, algo que decía Bergman: “la cámara es el
corazón del cineasta”.
Si bien, la joven Furiosa (la eléctrica Anya
Taylor-Joyes) es arrebatada del “Lugar verde de muchas madres” y cae en manos
de una horda de motoristas liderada por el Señor de la Guerra, la perspicacia primitiva
se conserva: todo se resume en una carrera hacia el Oeste, como la demarcación
y la aventura. Unos “vaqueros” cruzan el desierto (“Los centauros del desierto”)
para estar frente a ese extraño y grandilocuente western con el maquillaje o estética
del cyberpunk.
El
ruin de turno es Dementus, líder de los motoqueros, interpretado por Chris
Hemsworth. Acostumbrados a verlo en el papel de Thor, es un hálito de aire
fresco y tenerlo en un roll tan disímil. Miller vuelve a entregarnos grandes
escenas, menos ensambladas que en la entrega anterior, pero igual de “reales y
efectivas”. Y respecto a las estrategias militares da lugar a abordajes como el
que encierra un ataque aéreo (adornado por la composición de la fotografía y
los efectos especiales).
El
guion coescrito por Miller y Nico Lathouris (los mismos del 2015), arranca bien
cargado de interés con la protagonista, y en el devenir del asunto unos
motociclistas salvajes se la llevan como evidencia de que todavía hay vida. Así
arranca el derrotero del personaje, que irá cambiando de manos —durante 148
minutos— y que la cinta que conserva el ritmo veloz del filme anterior. Por
supuesto que hay grandes momentos a tope, y dentro de una ordenación imaginable
desde el punto de vista narrativo.
'Furiosa:
De la saga Mad Max', de George Miller, se puede “interpretar” de muchas
maneras. Es la entrega de la perfecta harmonía del desgobierno que su
predecesora “Furia en la carretera”. Además, es una película acerca de los comienzos
de uno de los interlocutores más representativos, bárbaros y hasta tempestivamente
feminista que ha dado el cine nuevo en Furiosa. Estamos pues ante el quinto suceso
de unas guerras temibles y terroríficas que, en su hostilidad, han rubricado la
idea de ser la perfecta alegoría a un mundo de artimaña insinuante, inquieta,
pavorosa, divertida e inadmisible —y todo al mismo tiempo—.
A
modo de conclusión: lo único que le interesa a la saga son las opciones
estéticas de una premisa como la venganza en un escenario distópico. La ya
conocida mixtura de los géneros a medio camino entre ese cine clásico y los
nuevos cines de Europa diría. En el caso de Mad Max, el western, no ha muerto, los
Winchester, las caravanas, el valle (y su salvajismo) cambian a elementos
distópicos. Además en ese tono de conquista.
Al
final el secreto de esta cinta, reside en conservar los interlocutores y los contextos
típicos del western, pero cambiando la época y algunas zonas, y amplificando
una magnitud mitológica a la fábula: Un crítico de cine sostiene que Max
siempre fue Electra. Ahora la banda sonora (Junkie XL) y el diseño sonoro
arropan una serie de imágenes que jamás podemos apartar de nuestros ojos.
Un
cine pues blockbuster y al mejor mainstream norteamericano, colocando a Miller
(ya con 79 años) al borde de ideas sin ataque de nervios. Y es que para este
tipo de cine hay que ser así.