La
historia arranca en 1993, y a fe que desde los primeros fotogramas del filme,
ya nos arrastra por un drama a seguir con interés. Lo primero que habría que
decir es que no hay nada más confortable que ver a la
colectividad unirse para auxiliar a seres humanos desesperados, principalmente
a una familia que sobrelleva la muerte y el padecimiento. Incluso, sirve para
recordarnos que no hacen falta grandes sucesos celestiales para saltar sobre
los problemas. Todo a lo que se invita es quizá la empatía
Hilary
Swank (que encarna a Sharon) habitualmente realiza un trabajo sólido cuando
está frente a un papel con dimensión dramática y cierta complejidad (para una
muestra este filme). La dos veces ganadora del “Oscar” mide con toda su actitud
kinésica la intensa constancia de una Sharon, así como su delicadeza frente a
la ansiedad y la congoja. Ambientada en Louisville a principios de los años 90,
el filme empieza mostrándonos a su ambigua heroína, Sharon (Swank, con cabello
largo), que engalana faldas cortas, una cerveza en el bar local, antes de
saltar a la barra y bailar estridente “Boot Scootin' Boogie”. Está claro que
Sharon tiene un inconveniente con la bebida, pero que ese arrebato por la embriaguez
esconde una enorme agitación en su interior.
En
las manos de Swank, el arco previsible del interlocutor se vuelve grande,
evocando persistencia, apego y fuerza en abundancia. Asimismo, aporta
naturalismo a las escenas (compartidas con Emely Mitchell, Skywalker Hughes, Tamala
Jones y otros actores), que ofrecen toda la veracidad, aunque por momentos
creemos anticipar lo que vendrá
El
punto de vista que adopta la película, sin embargo, no es el del director, ni
de la niña enferma (que nos aprisiona), sino de ese “ángel” llamado Sharon, y
que la cámara la sigue prácticamente a todos lados. Sin lugar a dudas, el gran
acierto de la estructura narrativa de la propuesta de los cineastas Jon Gunn y
Rick Skene. Un drama como experiencia puede representar muchas cosas y “Ordinary
Angels” no quiere que nos perdamos nada de lo que ocurre.
Si
los dos primeros tercios del filme suceden sin esperanza alguna frente a lo que
observamos y sentimos, hacia su último tramo, la película consigue escaparse (o
nosotros) de esa situación de una niña adorada pero enfermita y ese problema
que afronta personalmente Sharon. Ensimismada la trama en el clásico conflicto entre
la vida y la muerte, la cámara, en un recorrido omnisciente por los espacios y
el alma de los personajes, nos permite concluir que la oportunidad en la vida
(dada o buscada a través de la tenacidad) solo favorece a aquellos que saben
como cortejarla.