Muy poco por no decir casi nada llega el cine
argentino a las carteleras colombianas. Las razones serán para otro artículo,
pero lo que sí es cierto que solo los festivales de cine permiten tener una
visión del cine que se hace en los países latinoamericanos. Cine interesante
que señala además, las particularidades de los cineastas y sus respetivos países.
“Empieza
el baile” de la cineasta argentina Marina Seresesky, tiene para empezar un
elenco de lujo encabezado por Darío Grandineti, Mercedes Moran —Carlos y
Margarita en el filme fueron la pareja de tango más famosa y reconocida de su
época— y Jorge Marrale. Una historia sencilla en clave de rodad movie y comedia
que nos lleva a las reflexiones más profundas del amor, la amistad y la música.
Tres elementos que invocan en el filme el presente, el pasado y el no futuro de
los designios de la vida, aunque a veces forjemos dicha intención.
Pero
también el filme no deja de señalar con una cámara firme los recuerdos de tres
personajes que afloran sin olvidar reproches y secretos. La película opera en
este sentido con destreza a las conformidades de géneros como lo ya señalado:
road movie, comedia romántica y el drama. Todo acentuado cuando todos los humanos
tardamos demasiado tiempo en decirnos las verdades verdaderas. Mientras tanto,
el filme ostenta un sentido del humor a ratos más bien negro, y siempre suavizado
con aflicción y nostalgia.
Y
eso es el tango, y eso es este filme (el suyo, y quizás personal) cargado de desconsuelo
y nostalgia. Elementos que no dejan de sentirse en la cinta, y que de las
experiencias reales vividas, nacen las mejores historias, las más francas y
sinceras. La directora y guionista ejecuta pues un acompasado retrato de una
relación o entre dos personajes transpirando tenues mensajes de reproches. Ahí
radica la importancia de un guion original que cargado de las excelentes
actuaciones de los actores, que nos sumergen en un timing que de pronto, nos
vemos frente al fin de la película sin darnos cuenta.
“Il Boemo” del cineasta Petr Václav de la república
checa, es un filme cuyo objetivo esencial es interpelar la figura de Josef
Mysliveček —caracterizada porel actor y
músico checo Vojtěch Dyk, que dicho sea de paso, ofrece una interpretación
deslumbrante como el músico que se convirtió en un célebre compositor—.Además, la cinta
incursiona las relaciones entre personajes y alrededor de la opera [fascinante
en el filme]. y las mujeres a quienes Mysliveček amo.
Un músico checo de vida hedonista que en el siglo
XVIII se convirtió en “su majestad” de la ópera italiana, y cuya desafortunada
vida es su tesitura para seguir adelante en su vida musical y su refugio. Pero
a pesar de sus instantes eróticos y escatológicos, el filme tiene una inflexión
menos vivaz que la película biográfica de Milos Forman de 1984, “Amadeus”.
Sobre la hora y veinte minutos,la escena en la
que aparece el niño pianista Mozart es fascinante, expresa su admiración por
Mysliveček antes de tocar en el piano una de sus composiciones de manera
superlativa. Las escenas de actuación muestran además, un enorme trabajo vocal,
en su mayoría de las propias voces de los actores. Barbara Ronchi como la
famosa soprano Cristina Gabrieli, es interpretada por la cantante checa Simona
Šaturová.
Bella película pues aunque de excesivo mensaje, recrea
la vida del músico en locaciones italianas henchidas de luces y sombras —por aquello
de la vida y la música misma—. Cabe resaltar de la película una fotografía y
tono acorde al siglo que ilumina su director de fotografía Diego Romero.
Cuando escuchamos en el filme la expresión dirigida a
Petv: “a veces la mala suerte atrae la buena”, cae como añillo al dedo a los desafíos
y el éxito de este compositor checo. Una película de momentos brillantes, por
lo tanto biográfica y enérgica que tiene algo que decir sobre la creatividad y
las circunstancias musicales.No se puede negar la destreza de Petr Vaclav para plasmar
el ascenso y la escandalosa caída de un músico —de reconocido talento—, gracias
a la apoyo de diversas damas obstinadas en promover su carrera.
Narrada desde la perspectiva de Magali Guerra
(Fiorella Bottaioli, todo un descubrimiento para el cine latinoamericano), este
filme de la cineasta Ana Garcia Blaya resulta breve, complaciente, y que, por cosas del azar, al escritor Lucas Pereira (Sebastián Arzeno) su vida se le pone pesada
y compleja.
“La uruguaya” es una comedia dramática donde se fusionan
el amor, el dinero —y hasta la escritura—, aunque su eje central envuelve un
poco los aprietos existentes en las relaciones de pareja, sean estas novedosas.Queda claro que
nos hallamos ante una cinta decididamente reflexiva de su tono y de ese pacto (ficcional
o no) que ambiciona escrutar con su público. A este tipo de cine que se suele rodar
bastante, al fin de cuentas lo emplazan como un feel-good-movie.
Esta adaptación de la célebre novela de Pedro Mairal
se centra en un escritor argentino que viaja a Montevideo. Una versión de una galardonada
novela homónima como la publicada en 2016. Dirigida por Ana García Blaya, que —había
debutado en 2019 con una autobiográfica película como “Las buenas intenciones”—,
pudo aportarle su huella a una historia que no sé hasta qué punto se vio reflejada
en ella. Muchos lectores de esta crítica podrán relacionar y con acierto el
filme argentino con las propuestas del cineastaRichard Linklater.
Al margen de la historia, y no es spoiler, el dinero
que había sacado el escritor de un banco, nos cita con un excelente McGuffin,
es decir un elemento de suspense —acuñado por Alfred Hitchcock—, que concibe
avanzar la trama, si bien, en contexto de desenlace narrativo no adquiera mayor
relevancia en ella. De todas formas, de pronto, en ese tercio final de la
cinta, “La uruguaya” añade unos intentos de suspenso, ya que al deambular todo
un día el escritor por Montevideo con una chica bella como Magaly Guerra puede
ser el mejor plan imaginado, pero hacerlo con un puñado de dólares en la
cintura no es lo más cuerdo, pero los humanos somos los humanos. El guion (de
varios escritores, entre ellos el autor del libro) funciona ciertamente porque logra
una proporción entre tonos y posibilidades. Todos ellos bien destacados, y cabalmente
ajustados.
La “Ópera Prima” de la belga Laura Wandel es una cruelísima zambullida
en el patio de recreo en un colegio entendido como presidio y opresión. Así
podríamos plantear el log line de este filme belga, galardonado en Cannes 2021
en la sección Un Certain Regard.
Dos niños Nora (Maya Vanderbeque), de siete años, y su
hermano mayor Abel (Günter Duret) se ven sumidos en una escuela en un bullying tremendo, donde a lo largo de la trama, inclusive el espectador más
desprevenido, comienza a sentir desespero por lo que le pasa a ambos críos.
Además, es un tema muy actual, y lo que menos uno desea es que le pase lo observado
en la pantalla a los hijos pequeños y nietos.
La película “Un monde” es impactante y no es tanto una
representación del acoso escolar, sino una sumersión sensorial directa en el
corazón de los niños que violentan física y emocionalmente de otros niños. “Un
monde” es una composición de contextos para sentarse y tener conciencia de este
problema que ocurre en todo el planeta. Contada la cinta —casi en su totalidad—
desde el punto de vista de los jóvenes protagonistas, sumerge a los
espectadores en un mundo de desasosiego superficialmente inevitable, atrapándonos
desde los primeros fotogramas y rara vez, renunciando a su inclemente perspectiva
en lo impasible. Angustia versus decidirse a trastornar el statu quo.
Llega un momento de la película en que el diseño sonoro
aquí provocará recuerdos. El ruido del parque infantil y el bullicio en los
pasillos de la escuela repiquetean tan totalmente reales, que nuestra infancia
es la que prima. De manera pues que estamos ante un filme que demuestra una vez
más que el manejo sencillo de los elementos del lenguaje cinematográfico, son suficientes
para impregnarnos de sentimientos.
Otro aspecto que destaca en la película y de verdad impresiona
al espectador, son las actuaciones excepcionalmente naturales y exaltadas por
un casting super acertado. Maya Vanderbeque, la niña que caracteriza a Nora es
un verdadero descubrimiento actoral, y con toda seguridad el cine belga y
universal tiene a sus pies una tremente y carismática actriz.
Monte Verità, en el cantón suizo del Tesino, es una
cooperativa basada en las ideas del socialismo remoto, la anarquía, la práctica
vegetariana y nudista, que luego fue trasformada poco después en un sanatorio. Aquí,
Hanna conoce a esa serie de intelectuales y bohemios de la vida real, como el
entonces joven escritor Hermann Hesse (Joel Basman), la bailarina Isadora
Duncan, la institutriz de la colectividad y precursora de los derechos de las
mujeres Ida Hoffmann (Julia Jentsch) y la misteriosa Lotte Hattemer (Hannah
Herzsprung).
La reciente y esperada película de Stefan Jäger, “Monte
Verità” rodada en Ticino en 2020, nos muestra a Hanna Leiter (interpretada por
Maresi Riegner), la supuesta fotógrafa que proveyó los escasos retratos de la
mítica utopía suiza. El filme se centra además, en una interlocutora irreal
para hablar de la posición más profunda de la mujer a principios del siglo XX, aferrada
entre deberes matrimoniales e iniquidad social.
Una joven madre —de la clase media alta de Viena— que
se refugia en la comunidad Monte Verità, literalmente para poder volver a “respirar”
y olvidar un poco la vida a la que fue sometida —mostrada mediante el recurso
del flashback—. Pero es precisamente este criterio que me induce a que lo
esencial en el filme como mensaje es la búsqueda de la verdadera felicidad.
Preguntarse por la naturaleza de la felicidad corresponde
a deliberar el sentido y fin de la vida. La felicidad es una indagación a lo
largo de la vida de cada sujeto; la desventura, en cambio, es el desánimo de la
ambición de seguir viviendo. Más que un fin, la felicidad es un estado de
ánimo, el ansia de una subsistencia plena.
No es esencia de la filosofía fijar en qué reside ser
feliz, pero pensadores desde Aristóteles, han repasado a lo largo de la
historia sobre este asunto esencial: ¿cuáles son las restricciones de quienes anhelan
a ser felices? ¿Qué valor tienen la afecto, el amor, la avidez o la independencia
en el logro de la felicidad?
La lección que se extrae de las enseñanzas es que la
felicidad, en efecto, es el mayor bien, pero un bien que exige arrojo, paciencia,
constancia y tiempo. Tras algunas desganas iniciales, la protagonista Hanna
finalmente alcanza saborear la alegría que conlleva la libertad ilimitada, asimismo,
de dedicarse a su pasión “prohibida”: la fotografía.
Un monumental Martin Scorsese
que a través de un thriller en penumbra sobre la Norteamérica del comienzo de la
“fiebre del oro negro”, nos relata una historia basada en hechos reales cargada
de una plegaria sombría, honda y atenuada sobre aquellos seres buenos(el pueblo Osage), un agente del FBI (un Jesse Plemons para tener en cuenta
en los “Oscar”), y los malos: los bandidosErnest Burkhart (un Leonardo
de Caprio excelente) yWilliam Hale (Robert de Niro, en
la décima colaboración desde que en 1973 se conocieran en “Malas calles”). Al
mismo tiempo, el filme muestrael nacimiento del FBI.
Aunque no está demás enfatizar
quesi el núcleo dramático del filme es ese matrimonio
entre Mollie y Ernest, es natural que la puesta en escena se contamine, en el
mejor de los sentidos, del latido de lo introspectivo, del valor de la palabra
y la mirada, que terminan por asentarse la épica del Western. De todas formas,
a mi juicio un comienzo pues con las indicaciones del Western, y a partir de la
primera hora de proyección, el filme nos seduce, pues se revela y entrevé lo
que está por venir. Aquí los resortes del thriller florecen.
Y es que esta trama a través
de ese cierta contraposición del antihéroe por concebir una tipificación de individuos
moralmente indignos. Por momentos, nos hace olvidar a las víctimas —un aspecto
interesante del guion—. Un gesto fílmico que Scorsese maneja muy bien, y que de
pronto, asimismo, nos traslada [y reitero] al western, ese género que ayudó a erigir
el retrato legendario que los Estados Unidos ostenta de sí mismo, y además, con
el designio de descubrir el exterminio que un grupo minoritario de personas blancas
ejecutaron para quedarse con el tesoro de los oriundos de Osage, en tierrasde Oklahoma, y que eran puro petróleo. Todo eso, en pleno periodo dorado de
automatismo y urbanismo en desarrollo para automóviles tras la Gran Guerra.
¡Qué nada! esta detallada y honda
historia que nos refiere el maestro —a lo largo de más de tres horas de metraje—,
manifiesta una comprensión por la voz de un pueblo comprobadamente silenciado y
masacrado. “Killers of the Flower Moon” brinda al espectador pues un ejercicio
de memoria al olvido misterioso de lo que nos cuenta la cinta, y no es una aspiración
un tanto política. Martin Scorsese aborda su necesidad de contar la historia en
una elaboración gigantesca como un imperativo ético.
No me gustaría terminar mi análisis
de este filme, sin hacer una insinuaciónaMizoguchi
y sus personajes femeninos. Seres completamente depurados y vivos para referirme
a Molly —la magnífica Lily Gladstone el corazón de la película de Scorsese—.Santos (1993) afirma que todo el
cine de Kenji Mizoguchi despliega “un conflicto clásico entre el giri (las obligaciones contraidas con la
familia, la sociedad y el Estado) y el ninjo
(o sentimientos personales)” (p. 65).
La cinta (muy norteamericana) mueve
sobre todo con su ritmo —medido con la música de Robbie Robertson—, esa brújula
con la que el director demanda a los habitantes de las salas de cine a que respire
un guion perfecto.Estamos por consiguiente, ante
un filme muy personal del maestro Scorsese logrando hasta una información final
lo acaecido, que no revelaremos para evitar el spoiler.
Como datos cinéfilos bien
interesantes, Scorsese congrega a sus dos actores fetiche: DiCaprio y De Niro —ambos
con colosales interpretaciones—, al igual que Lily Gladstone. De ellos,
observamos cómo se cumplen sus propósitos actorales. También es preciso citar
dos créditos importantes: la fotografía de Rodrigo Prieto, y Thelma Schoonmaker
en el montaje. Dos elementos para que el filme son un prodigio de síntesis
visual y ritmo.
Referencias
SANTOS, Antonio (1993): Kenji Mizoguchi. Madrid. Cátedra.
Es
un poco complejo analizar esta película sin mencionar a Israel y todo lo que generó
desde que se declaró estado independiente, y todos los asuntos geopolíticos
subsiguientes. De todas formas, me voy a permitir analizar la propuesta de biopic
[que no lo es a la larga] desde el punto de vista de Golda Meir y como se “movió”
en la famosa guerra del Yom Kippur de 1973.
También
me parece interesante estar previamente informado al menos sobre todos estos
asunto entre hermanos a la larga, en el medio oriente. Y si bien, podemos
buscar el personaje a través de la historia, también puede ocurrir lo
contrario: la historia a través del personaje. En lo articular me quedo con la
primera opción.
La
actriz Helen Mirren (Golda Meir en la cinta) no ha interpretado tantos
interlocutores históricos en su auténtica carrera. Pero de alguna manera,
cuando lo hace, no solo contribuye a una destreza interpretativa íntegra, sino
asimismo un lucimiento señorial —como cuando caracterizó a monarcas como las
reinas Isabel I y II, y así como a Catalina la Grande.
Volviendo
al filme de “Golda”, la historia se centra en algunas decisiones y puntos de
vista de la primera ministra y la famosa guerra ya citada del Yom Kippur. En
este sentido la guerra se evoca a través de las noticias de los televisores,
evocaciones sonoras y algún que otro elemento que marque la época. El film no
es que sea el más brillante sobre estos temas, pero logra su interés en a la
larga la soledad de Golda Meir y sus decisiones fundamentales en un zona de
conflicto permanente.
La
película por lo tanto,revisa un contexto angustioso, y va
derribando su tirantez, a través de los arrojos de una mujer exaltados de
franqueza refrescante; lo que permite conquistar (por un momento, y esa es la
verdad) su más más firme anhelo. Golda al tomar las riendas de su país, no tuvo
necesidad de rebelarse y quebrantar los límites que a veces la vida misma nos
pone.
Indicábamos,
en fin, que la cinta se toma su tiempo para construir un retrato detallista, si
se quiere, de los escenarios que condicionan a Meir como personaje político y
como mujer. Y con lo precisa que resulta tanto la composición de lugar, como de
aquello que la oprime, y lo que la haría sentirse libre y su pueblo. Esta
motivación nos disuade a lo mejor no perder de vista sus ulteriores acciones y
sin juzgarlas en cuestiones de su ethos personal.