Monte Verità, en el cantón suizo del Tesino, es una
cooperativa basada en las ideas del socialismo remoto, la anarquía, la práctica
vegetariana y nudista, que luego fue trasformada poco después en un sanatorio. Aquí,
Hanna conoce a esa serie de intelectuales y bohemios de la vida real, como el
entonces joven escritor Hermann Hesse (Joel Basman), la bailarina Isadora
Duncan, la institutriz de la colectividad y precursora de los derechos de las
mujeres Ida Hoffmann (Julia Jentsch) y la misteriosa Lotte Hattemer (Hannah
Herzsprung).
La reciente y esperada película de Stefan Jäger, “Monte
Verità” rodada en Ticino en 2020, nos muestra a Hanna Leiter (interpretada por
Maresi Riegner), la supuesta fotógrafa que proveyó los escasos retratos de la
mítica utopía suiza. El filme se centra además, en una interlocutora irreal
para hablar de la posición más profunda de la mujer a principios del siglo XX, aferrada
entre deberes matrimoniales e iniquidad social.
Una joven madre —de la clase media alta de Viena— que
se refugia en la comunidad Monte Verità, literalmente para poder volver a “respirar”
y olvidar un poco la vida a la que fue sometida —mostrada mediante el recurso
del flashback—. Pero es precisamente este criterio que me induce a que lo
esencial en el filme como mensaje es la búsqueda de la verdadera felicidad.
Preguntarse por la naturaleza de la felicidad corresponde
a deliberar el sentido y fin de la vida. La felicidad es una indagación a lo
largo de la vida de cada sujeto; la desventura, en cambio, es el desánimo de la
ambición de seguir viviendo. Más que un fin, la felicidad es un estado de
ánimo, el ansia de una subsistencia plena.
No es esencia de la filosofía fijar en qué reside ser
feliz, pero pensadores desde Aristóteles, han repasado a lo largo de la
historia sobre este asunto esencial: ¿cuáles son las restricciones de quienes anhelan
a ser felices? ¿Qué valor tienen la afecto, el amor, la avidez o la independencia
en el logro de la felicidad?
La lección que se extrae de las enseñanzas es que la
felicidad, en efecto, es el mayor bien, pero un bien que exige arrojo, paciencia,
constancia y tiempo. Tras algunas desganas iniciales, la protagonista Hanna
finalmente alcanza saborear la alegría que conlleva la libertad ilimitada, asimismo,
de dedicarse a su pasión “prohibida”: la fotografía.