Narrada desde la perspectiva de Magali Guerra (Fiorella Bottaioli, todo un descubrimiento para el cine latinoamericano), este filme de la cineasta Ana Garcia Blaya resulta breve, complaciente, y que, por cosas del azar, al escritor Lucas Pereira (Sebastián Arzeno) su vida se le pone pesada y compleja.
“La uruguaya” es una comedia dramática donde se fusionan
el amor, el dinero —y hasta la escritura—, aunque su eje central envuelve un
poco los aprietos existentes en las relaciones de pareja, sean estas novedosas. Queda claro que
nos hallamos ante una cinta decididamente reflexiva de su tono y de ese pacto (ficcional
o no) que ambiciona escrutar con su público. A este tipo de cine que se suele rodar
bastante, al fin de cuentas lo emplazan como un feel-good-movie.
Esta adaptación de la célebre novela de Pedro Mairal
se centra en un escritor argentino que viaja a Montevideo. Una versión de una galardonada
novela homónima como la publicada en 2016. Dirigida por Ana García Blaya, que —había
debutado en 2019 con una autobiográfica película como “Las buenas intenciones”—,
pudo aportarle su huella a una historia que no sé hasta qué punto se vio reflejada
en ella. Muchos lectores de esta crítica podrán relacionar y con acierto el
filme argentino con las propuestas del cineasta Richard Linklater.
Al margen de la historia, y no es spoiler, el dinero
que había sacado el escritor de un banco, nos cita con un excelente McGuffin,
es decir un elemento de suspense —acuñado por Alfred Hitchcock—, que concibe
avanzar la trama, si bien, en contexto de desenlace narrativo no adquiera mayor
relevancia en ella. De todas formas, de pronto, en ese tercio final de la
cinta, “La uruguaya” añade unos intentos de suspenso, ya que al deambular todo
un día el escritor por Montevideo con una chica bella como Magaly Guerra puede
ser el mejor plan imaginado, pero hacerlo con un puñado de dólares en la
cintura no es lo más cuerdo, pero los humanos somos los humanos. El guion (de
varios escritores, entre ellos el autor del libro) funciona ciertamente porque logra
una proporción entre tonos y posibilidades. Todos ellos bien destacados, y cabalmente
ajustados.