Muy poco
llega a las carteleras colombianas, cine precisamente de esa zona del mundo
donde hoy día podría nacer una guerra mundial, con base en los deseos de un
Puttin y los recelos de Occidente. De todas formas, algo hay de ese olor en la
película y que precede a toda guerra, en un filme aceptable y que, a pesar de
un lenguaje inexplorado y hasta raro por los latinoamericanos, la subtitulación
parece no ser sufciente.
Es agosto de 1939 y Europa teme una guerra inminente.
Solo frente a la Unión Soviética de Stalin y el Tercer Reich de Hitler, Estonia
sufre un golpe inevitable cuando el jefe de la inteligencia contrasoviética es
asesinado, lo que crea dudas de que hay un topo entre sus filas. Con esta
premisa, el realizador estonioMargus Paju sale adelante en este filme cargado de
suspense y excelentemente ambientado.
Y es que en como toda historia de espías a la larga,
el asunto de encontrar y revelar la verdad, el espía estonio Feliks Kangur
(interpretado por Priit Võigemast) será el encargado de dar con todos los
interrogantes que el espectador se plantea. Pero también al margen del asunto
político en sí [Alemania y la Unión Soviética toman medidas para invadir
Polonia] muy bien planteado en el contexto de la trama, el guion no flaquea,
aunque sí algunas escenas que por su condición elíptica, puede no entenderse en
un momento las pesquisas de Feliks.
Historia pues que resulta válida, aunque por momentos
cierta frialdad en sus personajes, permite poco [emocionalmente hablando] acercarse
a ellos.Pero
inclusive en esta manera de asentar en escena a los personajes, de dictaminar
la cuestión, de formular unos hechos; la película estona no deambula en
artificiosidad, y por momentos los sentimientos de los personajes, y lo reitero,
parecen estar al margen, lo que de pronto no permitió que la película fuera más
un thriller psicológico.
De todas formas, para lograr el efecto de una película
de intriga, su cineasta modula una tensión compleja en pos de un clímax, de
pronto, muy a lo “Casablanca”, con lo que el espectador puede conocer o prever
de antemano el desenlace, dándole así, un elemento de alto valor alegórico del
filme de Curtis. Asimismo, hay más de un MacGuffin hitchcockiano: [entre otros]
la relación de la joven polaca Maria
(Agnese Cirule) que le asienta a la cinta un valor cinematográficamente
interesante, aunque aquí sí, sin esa alegoría al filme de Curtis con la inolvidable
Ingman Bergman.
La
película que hoy nos ocupa es la adaptación de la novela "Immodest Acts:
The Life of a Lesbian Nun in Renaissance Italy (Studies in the History of
Sexuality)" de Judith C. Brown, que no creo que haya sido leída por
muchos, pero sí referenciada por esta recienta película de Paul Verhoeven
[recordar su Ópera Prima “Delicias holandesas” (1971), y con el desafío y
escándalo que siempre han acompañado a la mayoría de los proyectos que ha
abordado, recordemos que el éxito lo conseguiría con su cinta “Delicias turcas”
(1973), convirtiendo al actor Rutger Hauer en un auténtico mito erótico de la
época y en su actor fetiche].
Respecto
a “Benedetta”, es esa película en la que su director ha resuelto desbocarse
[por no utilizar una palabra soez] en todos sus caracteres fenomenológicos y
ejecutar de forma insolente [a mi modo de ver] todas las ofuscaciones que han
caracterizado a una gran parte de su cine: sexo y más sexo con desenfreno,
fanatismo, y para este filme: sacrílego [prefiero no cometer spoiler].
Algo
a tener muy en cuenta en la película y sin delicadeza narrativa alguna, es esa
ambigüedad moral de sus personajes; llevándolos al extremo en escenas cargadas
de ese coraje y arrebato instintivo, donde casi todas son coherentes, por un
lado, con las para nada escusas alucinantes de Benedetta (Virginie Efira) con
un Jesucristo al acecho —o vigilancia— incitando y avivando una descomunal
intensidad emocional en su evocación. Por otro lado, la condición humana
inmersa en su cotidianidad más vulgar [conviene no dejar de lado a la misma
madre superiora, la abadesa Felicita (Charlotte Rampling), una persona con su
propia altivez, de mirada inquisidora y gélida, preocupada más en amasar dinero
—las dotes— de las novicias].
Con
base en el siglo XVII caracterizado por el auge de la monarquía absoluta y la
sociedad estamental, de alguna manera la ideología del filme nos muestra una
época emocional, donde el ser humano y sus mecanismos existenciales operan [y
manipulan] de modo parecido al de una sucesión de parámetros de una vida nada
afectiva. Y respecto a los personajes de la trama en sí, nada de recuerdos de
un pasado mediano, a través de ese dispositivo inexplicable [el convento a modo
de metáfora] por el que no se atesoran en sus memorias cualesquiera
identificaciones con mayor claridad aunque, para Benedetta atesora en su
interior mucho más que una enérgica y sorprendente intensidad.
Cuando
Benedetta y Bartolomea se convierten en amantes entre las cuatro paredes del
convento, al mismo tiempo Benedetta a golpe de enigmáticas manifestaciones
“milagrosas”, iría ascendiendo en la jerarquía de la abadía, hasta llegar a ser
abadesa, a la temprana edad de 30 años; aunque la novicia Cristina [su
principal enemistad como en todas las cosas de la vida] no lo acepte.
La
historia que si bien arranca con Benedetta de nueve años, es sin vacilación
alguna, la caracterización [más adelante del metraje] de un personaje femenino
enérgico, provocador y hábil; que con la mirada del espectador de entender qué
es lo inexcusablemente determinante en ella, permite comprender la capacidad de
sus actos. Además, para remover las raíces de una Iglesia Católica que
evidencia en los fotogramas observados: una entidad inmunda y podrida [y no hay
tautología]. Y es que igualmente, justo a través de interlocutores de
diligencia ambigua como la del nuncio de Florencia (un excelente Lambert
Wilson) el responsable de juzgar a monja Benedetta por herejía, conviene no
dejar de lado una mirada también inquisidora.
De
todas formas, lo que queda claro en definitiva en la ideología del filme
“Benedetta”, es que a través de un fanatismo religioso y el carácter lésbico
—sin un antecedente cinematográfico cercano—, son dos componentes que,
estudiados en la misma cinta sin el impulso de caer en lo melodramático, cursi
o redundante, solo consiguen disponer de una apurada polémica y, censurada de
blasfema por sectores religiosos [católicos] si
vacilación alguna.
Ante
el contexto de la Iglesia, la pasión religiosa y la lasitud de la razón a
cualquier indicio de herejía [aunque otros opten el vocablo de heterodoxia].
La
herejía adquiere su carácter peyorativo en el momento en el cual un sistema de
creencias niega su carácter de tal y se promueve al estatuto de Verdad, más aún
cuando dicho estatuto logra ser materializado por la norma jurídica. La
resultante de esta promoción es la descalificación inmediata de quienes opinan
sobre ella, y la consecuente asociación con términos tales como error,
disparate, daño o tormento (Eira, 2008, p. 75)
Unas
pocas secuencias a piel descubierta y otras más de suplicios, alaridos y
visiones de Benedetta [la puesta en escena de esos sueños, con un Jesucristo
homérico y reparador que la salva de los peligros], permiten concluir que el
tema en general no es nada fácil. Los placeres de la carne y los sufrimientos
del alma, muchas veces a más de un ser humano que habita este planeta lo
colocan prácticamente, al borde de la locura.
Referencia
Eira, G. (2008).
Elogio de la herejía. Psicología Social. Recuperado de:
https://books.scielo.org/id/gbqz7/pdf/rivero-9788599662861-07.pdf
Esta película de aventuras, que plantea a la larga unos
buscadores de tesoros perdidos, donde sus protagonistas [Mark Wahlberg como
Victor "Sully" Sullivan, el turbio tutor de Nathan Drake] y de cara
al público, tienen el carisma y empatía suficiente para creer todo lo que les
sucede. Estamos ante una historia pues para pasar el rato y nada más, ante una fábula
cardada de mucha aventura y alguna que otra inverosimilitud de la acción, por
no decir traída de los cabellos.
Holland se toma un respiro de la web para caracterizar
al cazador de tesoros Nathan Drake en esta adaptación cinematográfica de una extraordinaria
y popular serie de videojuegos de PlayStation. Con evocaciones muy saludables a
lo “Tomb Raider”, “Raiders of the Lost Ark”, de Spielberg y hasta “La búsqueda,
con Nicolas Cage”; la película del cineasta Ruben Fleischer hoy en cartelera, se
concibe para los entendidos en el tema, como un acomodo visual a un videojuego,
pasando tan ágilmente de una pieza de acción retocada, a otra [el cine] donde “tus
dedos” precisamente quieren intervenir y no pueden.
Respecto a los personajes femeninos de la cinta,
podemos señalar que no se quedan atrás,entendiendo
además que son los más inescrupulosos: Chloe Frazer [una magnánima Sophie Ali], la buscadora de
tesoros desde hace mucho tiempo, se mantiene al nivel de “Sully” y Nathan
cuando se trata de aventuras, y la secuaz de Santiago Moncada (Antonio
banderas), Braddock [una Tati Gabrielle, terrible] como una villana próxima a
los personajes de Bond.
Sin que haya novedad alguna en este tipo de historias,
es que, conjuntamente con la rapidez del montaje, no incrementa agilidad en
unos diálogos que, sin que se puedan considerar de inteligentes, al menos son
muy ligeros. La búsqueda repleta de claves y pistas sobre la historia y
centrada en el rastreo de un inmenso tesoro escondido por algunos de los padres
de la patria, el director Ruben Fleischer como pez en el agua, nos remite pues
a sus anteriores cintas como “Venom” y “Zombieland”, demostrando que era el
director para su reciente trabajo y entiende a la perfección al público al cual
se está dirigiendo [no le interesa nada más que observar], dejando además la
idea abierta de una secuela.
“Eiffel” la película francesa del cineasta Martin
Bourboulon, es una buena apuesta al cine de biografías. Tomando como punto de
partida el 31 de marzo de 1889, la historia nos muestra a través de una serie
de flash backs, la vida [sobre todo amorosa] de Gustave Eiffel (un excelente
Romain Duris) y su gran torre para regalar París. Desde este punto de vista, el
filme sigue el hilo conductor a través de su amada, saltando del presente al pasado
y viceversa. Eiffel ya era una celebridad de fama mundial [había construido
puentes, estaciones de tren y el esqueleto que mantiene la Estatua de la
Libertad]. “De acuerdo con "La Torre Eiffel" de Jill Jonnes (una
lectura digna para aquellos interesados en la historia de fondo), el joven Eiffel
se enfrentó a varias perspectivas de matrimonio, y finalmente consiguió la
ayuda de su madre para encontrar una esposa” (Debruge, 2021).
La romántica historia que abarca toda la película,
evidencia que el constructor lo hace todo por amor a Adrienne (Emma Mackey). Si
bien esto es válido e importante en el guion, todo se circunscribe en la
construcción de la torre Eiffel, que como en todas las cosas de la vida,
siempre tuvo sus opositores. Película pues bien sencilla en su trama (y con
buenos efectos visuales) que el cineasta sale bien librado y a la larga plantea
que las luchas e ilusiones del hombre tiene su mérito cuando, se proponen
lograr sus objetivos a pesar de todas las adversidades.
Este tipo de películas con la denominación de Biopic,permiten
identificar de primera, de qué se trata. Biopic procede de la contracción de
los vocablos biographical y picture, en otras palabras, biografías
desarrolladas en el medio cinematográfico. Se pueden concretar, por esta
sencilla razón, como películas que «instruyen» la vida de determinados
personajes. Las biografías que son escritas, muestran unos semblantes narrativos
específicos que son largamente almacenados en su tránsito al medio fílmico, si
bien el biopic asimismo exhibirá innegables particularidades propias del
personaje en cuestión.
No
es de extrañar, por lo tanto, que los primeros biopics [sobre todo hollywoodienses]
acumularan las importantes experiencias de personajes como científicos,
políticos, artistas, etc. [de auténtica aportación a la comunidad en la se
desenvuelven y hasta universal]. En definitiva, todo este tema trata siempre de
acercamientos bienintencionados en algunos casos y mitificadores e intensamente
dramáticas en otros [no así el de Eiffel]. Todo debido quizás, a que el imaginario
de la sociedad y europea de 1880, a falta de otros modelos, se nutre del
aspecto trágico que impregna [para el caso de París] toda la vida y bohemia
parisina cuyo leitmotiv más claro es la filiación que establecen sus propios
habitantes.
(El cine whodunit o el arte de descubrir
al culpable).
Pero
por estas callejuelas tiene que caminar un hombre que no es mezquino, que no
está manchado ni asustado. El detective de esa clase de relatos tiene que ser
un hombre así. Es el protagonista, lo es todo. Debe ser un hombre completo y un
hombre común, y al mismo tiempo un hombre extraordinario. Debe ser, para usar
una frase más trajinada, un hombre de honor por instinto, por inevitabilidad,
sin pensarlo, y por cierto que sin decirlo. Debe ser el mejor hombre de este
mundo, y un hombre lo bastante bueno para cualquier mundo.
Raymond
Chandler, El Simple Arte de Matar
Sin
intentar comparar los dos filmes realizados sobre la novela de Agatha Christie
“Muerte en el Nilo”, en primera instancia valdría la pena aclarar la noción del cine whodunit [cuyo
nombre nace como abreviatura de la pregunta ¿who has done it?, es decir ¿quién
lo ha hecho?]. Y son las historias donde hay un asesinato, conla
presencia de varios sospechosos confinados en un mismo espacio físico [o
psicológico en algunos casos]; permitiendo además, algo muy válido: una indagación
sobre la naturaleza humana.
Si
bien no es un mecanismo obligado, muchas de estas tramas en el cine y la literatura
[“La fobia de Molière”, de Restrepo Sánchez, la única en este género en el
Caribe colombiano] además se identifican por la presencia de un
detective/investigador que se afirma en los indicios de la escena del crimen,
pero algo bien característico es su percepción al momento de elaborar
prolongadas entrevistas con los eventuales implicados.
Tal
vez, los primeros exponentes de este asunto hayan sido Agatha Christie, CK
Chesterton y Nicholas Blake [seudónimo de Cecil Day-Lewis], además, obras
llevadas al cine como “The 9th Guest” (1934) y “La cena de los acusados” (1934)
[una película dirigida por W.S. Van Dyke con William Powell y basada en el
libro de D. Hammett]. No dejaría de evocar en este sentido a “Un cadáver a los
postres” (dirigida por Robert Moore, 1976), donde tiene una aparición Truman
Capote [el escritor tuvo igualmente un cameo en “Annie Hall”].
Recordemos
por un momento que Agatha Christie [Agatha Mary Clarissa Miller] nació en 1890,
y el auge de las adaptaciones cinematográficas de sus novelas, vienen de muchos
años atrás. Así que toda la disposición y aun la “degustación” de “Muerte en el
Nilo” como una novela policíaca [cine negro] agradablemente delineada, con su
lista de sospechosos deliberados y su detective cuyos poderes de deducción podrían
ser claramente heredados de Sherlock Holmes; permiten plantear algunos
criterios al respecto.Schrader (1972) sugiere:
El
cine negro atacó e interpretó sus condiciones sociológicas, y, al finalizar el
período negro, creó un nuevo mundo artístico que fue más allá de una imple
reflexión sociológica: un pesadillesco mundo de manierismo norteamericano, que
fue de lejos una creación más que una reflexión. Puesto que el cine negro fue
antes que nada un estilo, puesto que solucionó sus conflictos visualmente, puesto
que fue consciente de su propia identidad, fue capaz de crear soluciones artísticas
a problemas sociológicos.
Respecto
a la película que comienza en las trincheras de la Primera Guerra Mundial,
donde un joven Poirot (Branagh) utiliza su cerebro de detective para salvar a
toda una unidad del ejército francés de una muerte segura, aunque todo, y a
merced del mismo ser humano, el plan termina dejándole cicatrices a ambos lados
de su boca. No obstante, el guion en cada uno de sus tres tercios, maneja
asuntos coherentes con la relación mutua entre los seres humanos cuando de
ocultar algo [aunque por bizantino que sea los asuntos del corazón] se trate. Y,
la otra cuestión, es una de las siete técnicas recurrentes según Paul Schrader:
“Hay un apego casi freudiano al agua” [como así asimismo a los espejos, ventanas
y otras espacios reflejantes].
En
el tercio final con el crimen y cómo se resuelve, el Poirot ilumina toda su
lucidez, y sus pesquisas van a paso firme. Jacqueline (Emma Mackey) es la
arquetípica heroína: hermosa, aparentemente indefensa, que lleva al detective
dentro de la intriga y maquinación, detonando sobriamente sus talentos personales
—y su incauto romanticismo— en su perversa búsqueda de riqueza y poder.
Kenneth
Branagh en su trabajo de rescatar la obra de Christie para las nuevas
generaciones, lo hace con todos los cánones del género y de un remake con
escenas a nivel decorativo válidas. El cineasta británico, cada vez más alejado
de las shakesperianas tragedias históricas que fijaron su sublime notoriedad
entre la crítica y más proclive al servicio de la maquinaria de los grandes
estudios, ha contado con un predecible reparto de estrellas, para emprender
este nuevo viaje a través del Nilo.
Cuando la mamá le dice a su hija: “servir a Dios no
debería ser una oportunidad de ganar dinero”. Estamos desde bien temprano
entendiendo todo lo que quiere decir el filme, aunque no lo exprese
tácitamente. En los años 70 y 80, Tammy Faye y su marido Jim Bakker, pusieron
en pie hábilmente de la nada, la red de cadenas religiosas más grande del mundo.
Pero no todo permanece para siempre cuando la ambición económica y desbordada,
invita a caminos que a la larga [si usted cree en Dios] no parece agradarle.
Al margen de esta trama, donde es bien analizado fuera
del texto fílmico el poder económico, gracias a los rescoldos y adeptos a un
par de pastores de Dios a través de la oración y la palabra del Señor; no
deberíamos [supongo] ir más allá de nuestras propias creencias basadas en
ciertos iluminados que dicen divulgar la palabra del Todo Poderoso.
De todas formas, y porque “nada de lo humano me es
ajeno”, toda la vida de este par de pastores [sean baptistas o carismáticos]
observados en el filme, permite no perder de vista, cómo todo a la larga [pues
son seres humanos] desemboca en el escándalo provocado por complicados actos de
corrupción económica en su gestión de los fondos recaudados a través de su
canal televisivo [y sobretodo por la hipocresía del comportamiento de Jim] acabó
definitivamente con un recorrido público a comienzos de los noventa.
Tammy Faye es caracterizada por una majestuosa y experimentadamente
irreconocible Jessica Chastain, en lo que me permite aseverar que será una clara
ganadora los Oscars de Hollywood. La película reposa casi en su conjunto
precisamente sobre sus hombros. Un exuberante y, a la vez, patético temperamento.
Pero, incluso en esta forma de poner en escena los personajes, de ordenar el
caso, de proponer unos hechos, la película deambula en cierto efectismo, enredando
turbación con hipocresía.
Lo más interesante de este retrato quizás de esta
pareja de pastores es si, realmente la fe y de la persuasión inseparable que
había en sus actuaciones era sincera. O todo es una puesta en escena donde se
aprovecha de ingenuos seguidores de Dios. Por lo pronto seguir orando, es lo
mejor que nos puede suceder. Leer el salmo 91 sugiere Tammy al final de la
cinta.
Guillermo
Del Toro hace una película de la novela firmada por William Lindsay Gresham
[que tuvo una adaptación a la pantalla en 1947 de la mano de Edmund Goulding y
protagonizada por Tyrone Power]. Con el primer tercio del filme, donde los
personajes Stanton (Bradley Cooper) y Pete (sentencia: “hay que saber leer a la
gente”) se aproximan a través del diálogo a: ¿qué es la vida? ¿A dónde vamos?
Por consiguiente y tal como se refleja en ese primer tercio de la trama, llegamos
a la conclusión [que no fin de la percepción] que estamos siempre, actuando
bien o mal ante una sociedad que cree saber más allá del bien o del mal.
Si tal como escuchamos en el filme: “Nos vemos a
nosotros mismos a través de los otros” y la del propio Stanton (Bradley
Cooper): “una persona comienza a creer en sus mentiras” [¿dónde termina la
farsa? Digo yo]; el segundo y tercer tercio del metraje es toda una
ejemplarizante acción de cine negro. Pero es a través de los personajes, esencialmente
de Stanton y la femme fatale la psiquiatra Lilith Ritter (Cate Blanchett) donde
la historia deja la lección y sabiduría sobre la percepción del mundo y la
nuestra tal cual es.
La percepción es por lo tanto el medio que tropezamos
para aproximarnos a la realidad, a modo de apoyo de todo movimiento del ser
humano en el mundo. Es la percepción como esa relación primera con el mundo, el
retorno a lo sensible y sentido. Bajo este criterio, Stanton es un personaje
que invita a no olvidar que percepción y sordidez no pueden ir tomados de la
mano. Al mismo tiempo [y para él] con el ítem de volver a empezar, sin el
obligado concepto del prejuicio de un presente [mi propia realidad] en el
envenenado mundo en el que vivimos.
Sin apartarnos de esos dos tercios finales de este
cine negro, la película que convoca los ejes con los que el cine de Guillermo
Del Toro ha pasado a la historia con su filmografía: sus personajes y la
lección que nos deja. En este sentido, al final de todo, no debe ser inequívoca
la circunspección, la discreción actoral y la percepción sobre la sosegada
representación [a veces] de momentos intensos y determinantes del espíritu
humano [recuerde a los personajes Stanton, la doctora, Zeena, Clem] como si a
lo vehemente, de pronto, hace [al ser humano] casi irreconocible.
En la parte ideológica y reflexión del filme “El
callejón de las almas perdidas” [más de un ser humano anda en esos pasadizos
existenciales]; percibir es estar por supuesto en el mundo, descubrir es ver al
otro y explorar su epistemología. Regresar a las cosas mismas de la vida, es
posible solo a través de la percepción propia [aunque un ser miserable como
Stanton lo hace, y si lo entendamos en carne propia, es igualmente evidente que
no fue por su propia decisión, sino por las huellas que deja la vida
transitada, y no hablar del destino].
Película pues cargada de muchas cosas válidas sobre la
vida del ser humano y un género cinematográfico como el cine negro, cargado
además, de intriga y drama, que pone los puntos sobre las íes. Si estamos
convencidos que buscamos al personaje a través de la historia: el escarnio y la
soberbia quedan atajados en la imagen del buscavidas Stanton, mientras nuestros
gestos y rostros parecen no reaccionar a lo que acabamos de observar: los ecos de
la hipocresía donde todos pierden y transigen, y, de hacer que los ilusos [como
decía mi padre] confundan la realidad y aspiración.