lunes, 14 de febrero de 2022

Death on the Nile (2022)

(El cine whodunit o el arte de descubrir al culpable).

Pero por estas callejuelas tiene que caminar un hombre que no es mezquino, que no está manchado ni asustado. El detective de esa clase de relatos tiene que ser un hombre así. Es el protagonista, lo es todo. Debe ser un hombre completo y un hombre común, y al mismo tiempo un hombre extraordinario. Debe ser, para usar una frase más trajinada, un hombre de honor por instinto, por inevitabilidad, sin pensarlo, y por cierto que sin decirlo. Debe ser el mejor hombre de este mundo, y un hombre lo bastante bueno para cualquier mundo.

                                                                                 Raymond Chandler, El Simple Arte de Matar

 

Sin intentar comparar los dos filmes realizados sobre la novela de Agatha Christie “Muerte en el Nilo”, en primera instancia valdría la pena  aclarar la noción del cine whodunit [cuyo nombre nace como abreviatura de la pregunta ¿who has done it?, es decir ¿quién lo ha hecho?]. Y son las historias donde hay un asesinato, con la presencia de varios sospechosos confinados en un mismo espacio físico [o psicológico en algunos casos]; permitiendo además, algo muy válido: una indagación sobre la naturaleza humana.

Si bien no es un mecanismo obligado, muchas de estas tramas en el cine y la literatura [“La fobia de Molière”, de Restrepo Sánchez, la única en este género en el Caribe colombiano] además se identifican por la presencia de un detective/investigador que se afirma en los indicios de la escena del crimen, pero algo bien característico es su percepción al momento de elaborar prolongadas entrevistas con los eventuales implicados.

Tal vez, los primeros exponentes de este asunto hayan sido Agatha Christie, CK Chesterton y Nicholas Blake [seudónimo de Cecil Day-Lewis], además, obras llevadas al cine como “The 9th Guest” (1934) y “La cena de los acusados” (1934) [una película dirigida por W.S. Van Dyke con William Powell y basada en el libro de D. Hammett]. No dejaría de evocar en este sentido a “Un cadáver a los postres” (dirigida por Robert Moore, 1976), donde tiene una aparición Truman Capote [el escritor tuvo igualmente un cameo en “Annie Hall”].

Recordemos por un momento que Agatha Christie [Agatha Mary Clarissa Miller] nació en 1890, y el auge de las adaptaciones cinematográficas de sus novelas, vienen de muchos años atrás. Así que toda la disposición y aun la “degustación” de “Muerte en el Nilo” como una novela policíaca [cine negro] agradablemente delineada, con su lista de sospechosos deliberados y su detective cuyos poderes de deducción podrían ser claramente heredados de Sherlock Holmes; permiten plantear algunos criterios al respecto. Schrader (1972) sugiere:

El cine negro atacó e interpretó sus condiciones sociológicas, y, al finalizar el período negro, creó un nuevo mundo artístico que fue más allá de una imple reflexión sociológica: un pesadillesco mundo de manierismo norteamericano, que fue de lejos una creación más que una reflexión. Puesto que el cine negro fue antes que nada un estilo, puesto que solucionó sus conflictos visualmente, puesto que fue consciente de su propia identidad, fue capaz de crear soluciones artísticas a problemas sociológicos.

 

Respecto a la película que comienza en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, donde un joven Poirot (Branagh) utiliza su cerebro de detective para salvar a toda una unidad del ejército francés de una muerte segura, aunque todo, y a merced del mismo ser humano, el plan termina dejándole cicatrices a ambos lados de su boca. No obstante, el guion en cada uno de sus tres tercios, maneja asuntos coherentes con la relación mutua entre los seres humanos cuando de ocultar algo [aunque por bizantino que sea los asuntos del corazón] se trate. Y, la otra cuestión, es una de las siete técnicas recurrentes según Paul Schrader: “Hay un apego casi freudiano al agua” [como así asimismo a los espejos, ventanas y otras espacios reflejantes].

En el tercio final con el crimen y cómo se resuelve, el Poirot ilumina toda su lucidez, y sus pesquisas van a paso firme. Jacqueline (Emma Mackey) es la arquetípica heroína: hermosa, aparentemente indefensa, que lleva al detective dentro de la intriga y maquinación, detonando sobriamente sus talentos personales —y su incauto romanticismo— en su perversa búsqueda de riqueza y poder.  

Kenneth Branagh en su trabajo de rescatar la obra de Christie para las nuevas generaciones, lo hace con todos los cánones del género y de un remake con escenas a nivel decorativo válidas. El cineasta británico, cada vez más alejado de las shakesperianas tragedias históricas que fijaron su sublime notoriedad entre la crítica y más proclive al servicio de la maquinaria de los grandes estudios, ha contado con un predecible reparto de estrellas, para emprender este nuevo viaje  a través del Nilo.

Gonzalo Restrepo Sánchez

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