El
primer tráiler de "Superman" del escritor y director James Gunn, que
se estrenó el jueves por la mañana, marca el debut oficial del nuevo Hombre de
Acero interpretado por David Corenswet, así como del amor de la vida de
Superman, Lois Lane (Rachel Brosnahan), y el archienemigo de Superman, Lex
Luthor (Nicholas Hoult).
Esta invitación de fusión del anime con el cosmos creado
por J.R.R. Tolkien es una bienhechora ocasión para ver cine épico de aventuras
con trazos fantásticos, aunque la recomendación es no comparar este filme con
las películas de Peter Jackson.En “El Señor de los Anillos: la Guerra de los Rohirrim”,
Kenji Kamiyama nos estimula a indagar una parte esencial de la historia de
Rohan, dos siglos antes de los sucesos que bordaron la trilogía original de
Peter Jackson.
La película adecua “La Casa de Eorl”, un relato corto del
"Apéndice A" de la obra gigante del icono de la alta fantasía “Tolkien,
El Señor de los Anillos”, mucho más calculada en los individuos que en los
seres de fantasía. La leyenda se desarrolla en Rohan de la Tercera Edad, 132
años antes del nacimiento de Bilbo Bolsón, y abriga la disputa de Rohan con los
vecinos Dunlendinos.
En un panorama cinematográfico saturado de tentativas malogradas
al replicar la épica de Tolkien, esta película atrapa al lograr rendir homenaje
a la mitología original.Esta es una de las historias menos conocidas que se hallan
en los libros de J. R. R. Tolkien, pero, es una que encierra mucho drama y
guerra que da lugar a una película e insisto muy entretenida.
La película de muy bien de ritmo —sobre todo en su primer
y segundo acto—, aunque, en el tercero las perspectivas fundadas se vienen un
poco a menos de lo esperado, solucionando la trama y conflicto de una forma un
tanto precipitada; nos permite de todos modos señalar que frente a laespecialmente en la
idealización excesiva de la protagonista Hèra —la hija de Helm Hammerhand, el
rey en el que Tolkien se centró en su libro— resta un poco de heroicidad a los
asuntos a los que la princesa hace frente.
Para
concluir, la trama se centra en los problemas internos y externos de Rohan,
pero, se logra con una sencillez estructural que admite a cualquier espectador,
ya sea un versado de Tolkien o un principiante en su universo, sumergirse sin arrojo
en la narrativa. No obstante, esta espontaneidad no aleja la profundidad del
asunto, ya que el director del filme Kamiyama consigue tejer momentos de reflexión
con un simbolismo que repica más allá del hilo fantástico.
Malcolm
Washington es un cineasta estadounidense, hijo del actor Denzel Washington, y
debuta como director de largometrajes con “The Piano Lesson” (2024).La
obra de August Wilson se representó en el Yale Repertory Theatre en noviembre
de 1987 con Samuel L. Jackson como Boy Willie, antes de trasladarse a Broadway,
donde Charles “Roc” Dutton asumió el papel original de Jackson. “The Piano
Lesson” fue nominada a cinco premios Tony y ganaría como Mejor Obra, llevándose
también el Premio Pulitzer de Drama en 1990 y el Premio Drama Desk a la Mejor
Obra.
Respecto
al filmla
acción comienza en 1936 en el Día de la Independencia, con la fábula de los
hermanos Boy Willie (Washington) y Berniece (Danielle Deadwyler) donde sus
puntos de vista y visión de las cosas de la vida se revelan, mientras lidian
por el futuro de un piano de 137 años de antigüedad, y que funciona como
símbolo de legado que personifica la historia de la familia.
Visto
así el asunto, la película va de un lado a otro sobre los intereses entre unos
hermanos, y una lección sobre el significado de legados familiares y deseos de
ser lo que a la postre el destino siempre planteará: ironías. Qué quiero decir.
Que con base en la ideología del filmetodos tenemos un pariente
que viene con una cháchara mañosa trasfiriendo sueños de grandeza, así como un
hermano que, parece que no puede estar de acuerdo en nada, y mucho menos vender
in legado para que alguien lo queme o lo use como leña, ignorante del grado fidedigno
en este caso un piano.
Puede
que Berniece y Boy Willie no estén de acuerdo, pero Danielle Deadwyler y John
David Washington son un par de actores que sobresalen ante una plática cargada
de la vida misma (valor sentimental) y/o cómo se quiera vivirla. Uno y otro
capturan la exquisitez y el fuego mancomunado con el diálogo del autor de la
obra August Wilson. Cuando Boy Willie dice: "Me siento parsimonioso como
melaza con la naturaleza que se me escapa”, y con base en la forma como se
desarrolla la trama (sin sobresaltos), todos sentimos aquello que realmente nos
pertenece (en este caso la alegoría de un piano cargado de sentimientos).
Podríamos
concluir que esta historia a la larga de dos hermanos y el un legado sobre un
piano, son personajes correspondidos por el espectador normal y corriente. Con
actuaciones que repicarán y un debut como director que no olvidaremos
fácilmente, "The Piano Lesson" es una enseñanza de amor, ternura devoción
y linaje. Sirve como un memorándum del patrimonio generacional y que no es solo
económico, sino emocional y con un ADN atado a nuestras ascendencias.
La
nueva película del director de “Sin novedad en el frente” es un thriller psicológico
y lleno de conspiraciones porque lo que plasma es, esencialmente, las desiguales
maquinaciones que tienen lugar durante un cónclave y con todas las figuras de
los cardenales del mundo que hay tensionados dentro de la institución cardenalicia
y que pretenden que su proposición de pontífice brote vencedora y menos
democrática. Es esta, por tanto, una de las ideas que mueve el contexto
dramático de “Cónclave”.
Los
acostumbrados rituales que despliegan lo arquitectónico de este tipo de
sufragio para elegir un Papa, es un proceso que tiene sus bemoles. De todas
formas, todos los rincones filmados por Berger son de una discreción que
contrasta con la doblez de una música que acentúa el carácter solemne de lo que
estamos viendo en pantalla. Cada ceremonial, cada seña y cada palabra que tiene
lugar durante el asunto de elegir un Papa, es la gran escena lujosa que indaga
con sus ritualizados ademanes cubrir los dispositivos antiguos que forjan mover
a la cúpula del catolicismo.
De
nuevo, la identificación y las disposiciones existenciales de los personajes
son sometidas a los beneficios de una Iglesia que se consigna a la tradición
para defender todas sus prerrogativas. “Cónclave” Puede ser, eventualmente, una
invectiva a los niveles altos del Vaticano, pero, es más atinadamente una censura
a las pequeñas y grandes penurias morales del ser humano, a su avidez, codicia,
pretensión y falta de miramientos. Al final, se ofrece un giro espinoso y complejo,
controvertible y con una valiosa mala finalidad o compasiva conciencia.
Y
es que las reglas impuestas por el cónclave crean una templada progresión de
suspenso sin que técnicamente se acceda la entrada o salida de la pesquisa.
Lawrence (Ralph Fiennes) no está interesado en interpretar a detective alguno,
pero cuanto más se entera de los aspirantes a partir de los jirones de indagación
compartidos por quienes lo cercan, más se ve forzoso a doblar las medidas, requiriendo
hechos precisos en lugar de murmullos.
En
otro orden de ideas, Ralph Fiennes como el Cardenal Lawrence arrastra la trama,
y está objetivamente grandioso —mejor que casi siempre—, y el resto de actores
ayudan a la película a vincular cabalmente con el espectador: Stanley Tucci,
John Lithgow, Isabella Rossellini, Sergio Castellitto entre otros.
Hasta
cuando seguirá dirigiendo Clint Eastwood (tiene 94 años). Pues hasta que el
cuerpo aguante, diría. Por lo pronto, este su reciente filme, es igualmente es
una prueba de vida. La película remite a los grandes dramas judiciales —“12
hombres sin piedad”, de Sidney Lumet o “El veredicto” del mismo cineasta— y exhala
en cada secuencia todos sus tópicos, y muy cerca, esos abismos sobre la culpabilidad
o no, propios de nuestras conciencias libres o no de todo juicio.
La
historia muy turbia, y de la que hay que cometer un spoiler al plantear que un
hombre llamado Justin Kemp y alcohólico es elegido como miembro del jurado
popular en el juicio de un homicidio, pero que él, es el verdadero culpable,
aunque, ¿sin culpa alguna? Esto, nos lleva a una serie de deliberaciones que
repercuten en la conciencia de algunos de los protagonistas, y algo bien interesante
sobre esas conductas finales que tarde o temprano predominan en el futuro de
toda alma del ser humano, aunque siempre en la búsqueda de “ocultar” algo.
La
película de Eastwood se aparta del sensacionalismo o la violencia en los que
podría haber caído fácilmente la historia, bañando sus imágenes de esa aura
especial que suele envolver a estos relatos sobre asesinatos y quien es el
culpable. Además, por lo observado en la pantalla, con sutileza y cierta
sensibilidad logra que el espectador se envuelva en todos los elementos que nos
sirven para detectar al verdadero asesino y sobre todo hasta donde llegan los
valores y culpabilidades.
En
otras palabras, La película narrada —con el sosiego, la honestidad y la nitidez—
de un cineasta, examina el proceso emocional de Justin Kemp, un personaje en todo
su laberinto, y por mucho que su arco dramático en la parte final del juicio se
derrumbe ante los ojos del espectador en favor de la evidencia y tesis de la
trama (la inocencia del supuesto asesino, aunque sea declarado culpable); la
película trata de ese hombre que “parece haberse absuelto” de sus pecados cuando
(con fiscal incluido) todo le exige a enfrentarse a un dilema moral.
Esta
cinta argentina dirigida por Ricardo Rowe es una buena propuesta de ese “road
movie” (“cine de carretera”), donde a través de padre e hijo se dirigen a un
sito precisamente en la Patagonia, Argentina, donde todo quedará saldado. Y me
refiero a esos caminos no recorridos entre padre hijo y que a través de unos
diálogos que nacen del alma, todo en algún momento quedará en su sitio.Pese
a que la maniobra cinematográfica pareciese estar predestinada a insuflarle una
fuerte dosis de certeza a unos tiempos bastante sombríos, el resultado final
termina siendo lo que debe ser. Nada de ostracismo.
Cuando
digo todo, me refiero a todo aquello que no se dio en este transitar de la vida
cuando padre e hijo —Rodrigo y Óscar (así son los nombres de
los dos actores), siempre tuvieron algo que poner en claro—. Y más que revelar aspectos
de esa relación entre padre e hijo y evitando el spoiler, la película argentina
tiene eso sí,características o
motivos recurrentes que la hacen identificable como subgénero.
América
latina tiene en este sentido muchos filmes interesantes. De acuerdo a Walter
Salles (“On The Road”, 2012; “Diarios de motocicleta”, 2004) en su artículo: “Apuntes
para una teoría sobre la Road movie”, los primeros directores de documentales,
como Robert Flaherty (“Nanook, el esquimal”, 1922), fueron los padres
fundadores de esta forma narrativa. Sobre
los protagonistas y es el caso de esta cinta argentina dirigida por
Rowe, se desplazan en una carretera, pero, el movimiento no es puramente
geográfico; es un periplo hacia uno mismo, y reitero una posibilidad asimismo
de descubrir al otro. Una experiencia iniciática nos remite a otros títulos como: “Strangers
Than Paradise” (Jim Jarmusch, 1984), “Y tu mamá también” (Alfonso
Cuarón, 2001) o “Paris, Texas” (Wim Wenders, 1984).
Cuando escuchamos en voz de un médico a Lucius (Paul
Mescal): “lo que hagas en vida tiene su eco en la eternidad”, de entrada,
entendemos la filiación entre Lucius y quien dijo la sentencia (Maximus, su
padre), para a partir de ahí (de pronto) nos involucremos más en este excelente
filme de Ridley Scott.
Quizás habría que tener presente la primera película de
Scott para seguir todo el acontecer de la segunda parte, pero igual entendemos
lo que sucede en esta segunda parte. Por una razón fundamental, Lucius entona
con todos los devenires de su padre y su madre Lucilla (Connie Nielsen, el
ancla con el anterior filme). A pesar de su extenso metraje, la historia se
sigue con vivo interés, pues bien, pronto queremos que a nuestro héroe no le
suceda nada.
De manera que esta película ofrece un duro, realista y
feroz retrato de la Roma de entonces, para que, en medio de tanta felonía,
Lucius transite en medio de luchas en el circo romano, y revalúe su percepción
del gobierno de Roma. En este orden de ideas, qué duda cabe que el actor Denzel
Washington en el roll de Macrinus logra in interesante papel, para que, sin
divagar, concibamos las confabulaciones y traiciones de los gobernantes de la
época (y de ahora). Los dos emperadores que gobiernan Roma, Caracalla y Geta,
son siniestros y depravados, en una pintura moral propia de la época.
“Gladiador” II como buen péplum con toques de la tragedia
clásica, complots y asesinatos predominan en él. Scott prorroga 24 años para explicar
quiénes son los nuevos interlocutores y qué correlación tienen con el pasado (sobre
todo con Máximus que encarnara Russell Crowe).
Uno de los logros importantes de esta cinta es el
casting. Unos actores cargados del histrionismo de la época que confieren toda
la verosimilitud a una historia que tendría por qué tener una tercera y final
parte.De manera que estamos anteun
recital visual al que escolta a la exquisitez la banda sonora compuesta por
Harry Gregson-Williams (maestro británico conocido por su trabajo en la saga
Shrek o de The Equalizer).