Esta invitación de fusión del anime con el cosmos creado
por J.R.R. Tolkien es una bienhechora ocasión para ver cine épico de aventuras
con trazos fantásticos, aunque la recomendación es no comparar este filme con
las películas de Peter Jackson. En “El Señor de los Anillos: la Guerra de los Rohirrim”,
Kenji Kamiyama nos estimula a indagar una parte esencial de la historia de
Rohan, dos siglos antes de los sucesos que bordaron la trilogía original de
Peter Jackson.
La película adecua “La Casa de Eorl”, un relato corto del
"Apéndice A" de la obra gigante del icono de la alta fantasía “Tolkien,
El Señor de los Anillos”, mucho más calculada en los individuos que en los
seres de fantasía. La leyenda se desarrolla en Rohan de la Tercera Edad, 132
años antes del nacimiento de Bilbo Bolsón, y abriga la disputa de Rohan con los
vecinos Dunlendinos.
En un panorama cinematográfico saturado de tentativas malogradas
al replicar la épica de Tolkien, esta película atrapa al lograr rendir homenaje
a la mitología original. Esta es una de las historias menos conocidas que se hallan
en los libros de J. R. R. Tolkien, pero, es una que encierra mucho drama y
guerra que da lugar a una película e insisto muy entretenida.
La película de muy bien de ritmo —sobre todo en su primer
y segundo acto—, aunque, en el tercero las perspectivas fundadas se vienen un
poco a menos de lo esperado, solucionando la trama y conflicto de una forma un
tanto precipitada; nos permite de todos modos señalar que frente a la especialmente en la
idealización excesiva de la protagonista Hèra —la hija de Helm Hammerhand, el
rey en el que Tolkien se centró en su libro— resta un poco de heroicidad a los
asuntos a los que la princesa hace frente.
Para
concluir, la trama se centra en los problemas internos y externos de Rohan,
pero, se logra con una sencillez estructural que admite a cualquier espectador,
ya sea un versado de Tolkien o un principiante en su universo, sumergirse sin arrojo
en la narrativa. No obstante, esta espontaneidad no aleja la profundidad del
asunto, ya que el director del filme Kamiyama consigue tejer momentos de reflexión
con un simbolismo que repica más allá del hilo fantástico.