La reciente entrega sobre las andanzas de los nuevos cazafantasmas, ahora dirigida por Gil Kenan, y coescrita con Jason Reitman y dedicada al padre de este y director inicial de la serie, Ivan Reitman, arranca con una sucesión de imágenes fantásticas y ambientada en el Nueva York de 1904, y es cuando los bomberos ingresan en un edificio pasto de las llamas y hallan un grupo de cadáveres totalmente helados. Un buen comienzo que de entrada nos deja un buen sabor, que se empieza a diluir poco a poco.
Muchos al igual que mi
persona habrán visto el primer filme de los cazafantasmas (pasó a la historia
como un éxito comercial), y si bien, en esta oportunidad tenemos la oportunidad
de verlos de nuevo, la verdad la película no evoca la sensación de aquella
primera vez y sus protagonistas persiguiendo fantasmas.
“Cazafantasmas: Imperio
helado” recobra los líos con la municipalidad (un gag repetido de la saga, si
bien, sin vaticinios apocalípticos) y con ellos a un William Atherton que es,
de largo y junto a Bill Murray, lo más considerable del filme. Tira igualmente
de una existencia lovecraftiana, y cuyo diseño apuesta por la iconografía
disneyana (el segmento ‘Noche en el Monte Pelado’ de ‘Fantasía’) pero que no discreparía
en el imaginario de los seguidores de la saga.
Y en otro orden de
ideas más atractiva quizá de esta nueva entrega, totalmente ambientada en Nueva
York y dirigida por Gil Kenan (coguionista de la anterior y director de Monster
High), está sin duda en el amago de romance de Phoebe y una atractiva fantasma
adolescente. De todas formas también se observa a Aykroyd quien se dedica a
estudiar a los reposeídos, Murray surge en los instantes justos con su arma de
protones en ristre, el personaje de Paul Ruud está más proclive en ser un buen “papá”
adoptivo que en aprisionar ectoplasmas, no hay lugar para el Harold Ramis (digitalizado
de la anterior película), y hace acto de presencia el paquistaní Kumail
Nanjiani transformado en el maestro del fuego. Y las criaturas del otro mundo a
combatir.
Total una película un
tanto floja en su montaje inclusive, pero que todo valga la pena por seguir
viendo a nuestros héroes.
El cine alemán siempre ha estado en primera fila desde
“siempre”. En la actualidad con nuevos y talentosos cineastas. La película que
hoy nos ocupa estuvo nominada a los Oscars este año a mejor film extranjero. Se
trata deDas
Lehrerzimmer, de Ilker Çatak. La verdad el filme me impresionó bastante, pues aparte
de mostrar asunto con la educación de forma clara, su intriga tiene todos
elementos para estar pendiente del argumento.
Carla Nowak, una idealista profesora de matemáticas y
deportes, comienza su primer trabajo en una escuela de secundaria. Cuando se
producen una serie de robos en la escuela y se sospecha de uno de sus alumnos.
Ahora la película y debo ser sincero me evoca dos filmes que le preceden y que
fueron exitosos:Robin Williams en 'El club de los poetas muertos' o de
Sidney Poitier en 'Rebelión en las aulas'. Y en el marco precisamente de la
educación escolar.
Çatak se las arregla para llevar al público por fielmente
la misma angustia de culpabilidad de la protagonista. La brillante pericia de
la película es perturbar una a una cada una de las esperanzas del habitante de
la sala de cine, de la misma manera que las de la profesora con “el nervio y talento”
sincero de una Leonie Benesch (“La cinta blanca”), acertadísima en toda su
caracterización.
La cámara sigue a nuestra heroína en su muy destemplada
desesperanza, a la vez que el formato cuadrado de la pantalla, y la sobresaliente
y bella banda sonora rubricada por Marvin Miller, reconcilian la experiencia
digamos cinematográfico-educativa en lo más semejante a una congoja. Y un final
si un tanto ambiguo, pues te permitiría estar a solas con tus reflexiones, la
mayoría de ellos deshonestos, pero al y al cabo de eso se trata cuando de
deshoras irrumpen nuestra tranquilidad.
A cien años del nacimiento de Marlon Brando, su figura
sigue siendo un faro en la historia de Hollywood. Inmortalizado como Vito
Corleone en ‘The Godfather’ y como el coronel Walter E. Kurtz en ‘Apocalypse
Now’, Brando no solo definió una era, sino que también estableció un estándar
de actuación que resonaría a través de generaciones.
El 3 de abril de 1924, en Omaha, Nebraska, nació un
rebelde que desafiaría las expectativas: Marlon Brando. Su talento, tan
camaleónico como irreverente, se forjó en las tablas de Broadway y se
cristalizó en la pantalla grande, donde sus interpretaciones se convirtieron en
leyenda.
Alumno de Stella Adler y practicante del método
Stanislavski, Brando llevó la intensidad psicológica a nuevos niveles,
impactando a críticos y público por igual. Desde su debut en ‘The Men’ hasta su
aclamada actuación en ‘On the Waterfront’, que le valió su primer Óscar, Brando
fue un tour de force.
Sin embargo, detrás de cada personaje inolvidable,
había un hombre atormentado por las sombras de su vida personal. La complejidad
de Brando se reflejaba tanto en su arte como en su existencia, marcada por
relaciones tumultuosas y una búsqueda constante de significado.
Esta película dirigida por Adam Wingard es un regalo
para los críos y nada más. Una continuación directa de “Godzilla vs. Kong”,
filmada por el mismo cineasta en 2021, donde no resulta nada placentero, que se
golpean hasta la muerte, ya que Godzila y Kong se odian hasta la muerte. La
película “Godzilla y Kong: El nuevo imperio”, es la quinta entrega del
Monsterverse de Legendary Pictures.
En esta nueva entrega de sus aventuras, Godzilla y
Kong demuelen juntos algunos emblemas de algunas capitales del mundo. Y en un
intento de armar un enmarañado relato sobre sus principios, donde se
circunscriben civilizaciones perdidas y viajes al centro de la tierra (a lo
Julio Verne), y que en la cinta que nos ocupa es “La Tierra Hueca”. Un tropo
literario aparecido en la obra de Julio Verne, H.P. Lovecraft o Edgar Allan
Poe, designando una Tierra equivalente a la nuestra, a la que se logra acceder
desde las profundidades.
Y desde “Godzilla vs. Kong” es la morada del simio, y
un territorio que aún guarda varios arcanos al inicio de “El nuevo imperio”.
Gran parte de la acción se desenvuelve en la aludida “Tierra Hueca”, de hecho,
y no obstante su visualización no es de exorbitante imaginación ni espectacular
— evidentemente no estamos ante un James Cameron—, de todos modos logra un
espacio de mucha energía y muy complaciente.
Pero valga la ocasión para escribir sobre el género
kaijus. Cuando se habla de Kaijus, la cinefilia remite a una parte del público
que piensa (y creería) instintivamente en “Pacific Rim” (y “Pacific Rim 2”). La
cinta del cineasta mexicano Guillermo del Toro puso de moda esta expresión, que
justamente enalteció en Occidente Godzilla con sus películas.
A “Godzilla y Kong” se les achaca muchas críticas,
pero no se le puede negar una cosa: lo da totalmente todo y haciendo
merecidamente lo que la gente solicita: menos interlocutores humanos, menos
complots aburridos con individuos corriendo entre ruinas, y más protagonismo a
los monstruos, tanto en sus faena como en el argumento.
Kaiju es una palabra japonesa, cuya transcripción
inmediata podría ser la de “Bestia Gigante”. Habitualmente dichos monstruos
suelen ser protagonistas o antagonistas del sub-género de cine conocido como
Kaiju-eiga (cine de monstruos), perteneciente a Tokusatsu (cine fantástico o de
ciencia-ficción japonés).
Ahora bien, el origen de la palabra procede además del
folklore japonés. Deriva de la criatura conocida como Kaijin (lit. “Hombre del
Mar”), de esta se presumía una suerte de individuo submarino, análogo al
observado en la cinta “La forma del agua”, y con pelo en algunas partes de su
cuerpo. Esta referencia hace pensar a modernos espectadores que el Kaijin no
fuera sino una abstracción legendaria de algunos bestias marítimas.
Aun así, el género de los Kaijus está
considerablemente influenciado del cine fantástico occidental. Bebe de filmes
como “King Kong” (1933) o del calamar gigante de “20.000 leguas de viaje
submarino” (1916), que mediaron en varios cineastas del renacer de la industria
cinematográfica japonesa, tras la II Guerra Mundial. No es de exiliar, por
tanto, que ulteriormente el propio King Kong se le regulara con Kaijus en
pantalla.
El primero, y además el más grandioso de ellos fue
“Godzilla”, que abrió el subgénero de cine fantástico con su originaria
película en 1954 ¡Qué nada! Una cinta pues para aquellos seguidores de
monstruos, y de pronto se creen amigos de ellos.
En 2024 se celebra el 20 aniversario del estreno de
'La Pasión de Cristo', el exitoso largometraje de Mel Gibson que aún hoy es una
de las películas calificadas R más taquillera de todos los tiempos. Con el
título provisional de 'La Pasión de Cristo: Resurrección - Parte 1', esta
segunda entrega promete ser aún más ambiciosa y contará de nuevo con Jim
Caviezel al frente del reparto.
En lo particular es el tipo de filmes que prefiero.En la primera escena de “Stella. Víctima y culpable”. Adelanta de forma intuitiva
el estilo visual y descriptivo de la obra; en ella, Stella (Paula Beer), la
protagonista, se prueba un vestido de su madre, se unta pintalabios y besa su
reflejo en el espejo de del cuarto, en unasecuencia conformada por varios planos, evidenciando y fortaleciendo su
ser más profundo o su apariencia más cercana.
Stella Goldschlag (a lo Mairlyn Monroe y no es
exageración), es la interlocutora protagónica de Kilian Riedhof, en su tercer
largometraje para el cine tras “No tendréis mi odio” y “Vivir sin parar”, y maneja
un ritmo y el avance de su personaje acertadamente en una mujer judía que
delató a otros judíos en el Berlín de la II Guerra Mundial.
Stella que crece en Berlín durante el régimen nazi. Idealiza
con ser cantante de jazz, a pesar de las medidas restrictivas que le obligan a
esconderse con su familia durante la II Guerra Mundial. Su vida empieza a
cambiar en ese instante, cuando se convierte en informante de la Gestapo, un
poco de spoiler para aseverar que la intriga en su momento si bien no es
manejada con cierta soltura, tal vez por el mismo personaje anodino por
momentos, resta un poquito al drama, que posee los elementos para enganchar al
público.
De todas formas, en un acertado casting en la
protagonista, el enigma de este personaje, la egolatría y vanidad que esconde
tras sus rizos rubios y sus ojos triviales, y el carácter infausto de una vida manifiesta
por la exilio y un vehemente sentimiento de pecado, son los primordiales
motores de la actual película de Riedhof.
Sin apartarnos del tema, es el egoísmo el norte de la
joven y bella Stella, y que el director coloca en primer plano, lo que crea que
la cinta trascienda a lo moderno. La exasperada concentración de la intérprete
en sí misma y en sus ajustadas insuficiencias, así como su valor de vivir a
cualquier costa, son las peculiaridades que entienden ser un argumento
universal en la pantalla. Al igual que Stella, el ego de muchas sociedades ha depuesto
letalmente a ese "nosotros", de modo que —aproximadamente— cualquier suceso,
por malamente juzgado que sea, está precedido de una justificación.
Sobre la cinta basada en el libro —ganador del Premio
Pulitzer— “Prometeo americano: El triunfo y la tragedia de J. Robert
Oppenheimer” de Kai Bird y Martin J. Sherwin; lo primero que se me ocurre
escribir, y queriendo acercarme a las declaraciones del cineasta Paul Schrader
(“Taxi driver”, 1976, “La última tentación de Cristo”, 1988) es que es la mejor
y más importante película en lo que va de este siglo. Pero hay dos argumentos
al respecto para defender mi introducción.
Primero, y lo
digo sin exageración alguna. El cineasta Christopher Nolan ha administrado con
éxito en su narrativa, un tono equilibrado a la manera y forma en que se ha
desarrollado la radiografía de un personaje sorprendente —fue portada en la revista
“Time”—. Un interlocutor que en el actor Murphy, su mirada, su expresión y sus
aspavientos nos entrega toda una psicología de un científico.
Una de las primeras cosas que salta a la vista en esta
cinta, es cómo Nolan no solo produce una narrativa tan personal, sino también
en su propuesta dramática arropada por una música acorde a su ritmo sobre una
historia del pasado, pero cargada de la zozobra e incertidumbres de nuestros
días sobre estos asuntos de guerras nucleares. Con una cámara firme, el
cineasta Nolan nos arrastra pues al otro lado de “la estación” (metafóricamente
hablando) desde y donde podemos entrever al ser humano través de un plano o
contraplano, sin que sea un simple encuadre. En este sentido de la gramática
cinematográfica y ante la ausencia de una linealidad narrativa, el montaje a
modo de intriga —acumulativa—, plantea un tono de thriller, para que el
habitante a la sala de cine no aparte la mirada de la pantalla.
Pero otro asunto para esta película que ganó todos los
premios de la industria del cine este año, tiene que ver quelas imágenes contienen
algo que trasciende en su forma o apariencia. Si las imágenes se asignan, se
habitan, alojan evocaciones, y transfieren experiencias, es a través de esa compleja
naturaleza, donde nos situamos nosotros como sujetos que participan de un acto
perceptivo en el que todo ello cobra sentido.
Visto así el asunto, otra clave en este éxito tan
tremendo de “Oppenheimer” es la imagen aurática, y que tomamoscomo primer paso las
reflexiones de Walter Benjamin a propósito del “aura”. “Advertir el aura de una
cosa significa dotarla de la capacidad mirar”. Cuando en su artículo López de
Munain formula: ¿qué hace que ciertas experiencias perceptivas provoquen que
una obra adquiera una dimensión que excede a aquello que se deduce de su mera
materialidad?
“Quitarle la envoltura a cada objeto, triturar su
aura, es la signatura de una percepción cuyo sentido para lo igual en el mundo
ha crecido tanto que incluso, por medio de la reproducción, le gana terreno a
lo irrepetible.” (W. Benjamin, “La obra de arte en la época de su reproducción
técnica”, en Discursos interrumpidos I, Taurus, Madrid, 1973, p. 25). Lo cierto
es que proyectar que observar aquello que no se ve pero que se “observa”, es porque
se concibe, y es también hablar de la fuerza de la forma.
“El aura no es un predicado aplicable estrictamente a
los objetos, sino más bien a la estructura de percepción del observador, a la
experiencia en él generada […]. Decía Benjamin que “si se definen las
representaciones radicadas en la “mémoire involontaire”, que tienden a
agruparse en torno a un objeto sensible […] el aura que rodea a un objeto
sensible corresponde exactamente a la experiencia que se deposita como ejercicio
en un objeto de uso”. De modo similar, Didi-Huberman añade que lo “aurático
sería el objeto cuya aparición despliega, más allá de su propia visibilidad, lo
que debemos denominar imágenes, sus imágenes en constelaciones o en nubes, que
se nos imponen como otras tantas figuras asociadas que surgen, se acercan y se
alejan para poetizar, labrar, abrir tanto su aspecto como su significación,
para hacer de él una obra de lo inconsciente” ((López de Munain, 2017).
Referencia
López de Munain, Gorka (2017) “Imagen aurática y
experiencia», e-imagen, Revista 2.0, Sans Soleil Ediciones, España-Argentina