sábado, 23 de marzo de 2024

Stella. A Life

 

En lo particular es el tipo de filmes que prefiero.  En la primera escena de “Stella. Víctima y culpable”. Adelanta de forma intuitiva el estilo visual y descriptivo de la obra; en ella, Stella (Paula Beer), la protagonista, se prueba un vestido de su madre, se unta pintalabios y besa su reflejo en el espejo de del cuarto, en una  secuencia conformada por varios planos, evidenciando y fortaleciendo su ser más profundo o su apariencia más cercana.

Stella Goldschlag (a lo Mairlyn Monroe y no es exageración), es la interlocutora protagónica de Kilian Riedhof, en su tercer largometraje para el cine tras “No tendréis mi odio” y “Vivir sin parar”, y maneja un ritmo y el avance de su personaje acertadamente en una mujer judía que delató a otros judíos en el Berlín de la II Guerra Mundial.

Stella que crece en Berlín durante el régimen nazi. Idealiza con ser cantante de jazz, a pesar de las medidas restrictivas que le obligan a esconderse con su familia durante la II Guerra Mundial. Su vida empieza a cambiar en ese instante, cuando se convierte en informante de la Gestapo, un poco de spoiler para aseverar que la intriga en su momento si bien no es manejada con cierta soltura, tal vez por el mismo personaje anodino por momentos, resta un poquito al drama, que posee los elementos para enganchar al público.

De todas formas, en un acertado casting en la protagonista, el enigma de este personaje, la egolatría y vanidad que esconde tras sus rizos rubios y sus ojos triviales, y el carácter infausto de una vida manifiesta por la exilio y un vehemente sentimiento de pecado, son los primordiales motores de la actual película de Riedhof.

Sin apartarnos del tema, es el egoísmo el norte de la joven y bella Stella, y que el director coloca en primer plano, lo que crea que la cinta trascienda a lo moderno. La exasperada concentración de la intérprete en sí misma y en sus ajustadas insuficiencias, así como su valor de vivir a cualquier costa, son las peculiaridades que entienden ser un argumento universal en la pantalla. Al igual que Stella, el ego de muchas sociedades ha depuesto letalmente a ese "nosotros", de modo que —aproximadamente— cualquier suceso, por malamente juzgado que sea, está precedido de una justificación.