“Mi
crimen”, la reciente película del francés François Ozon, es una comedia alegre
con aire de vodevil que hierve como un manantial de la mano de un reparto
excepcional, apto de moverse entre diálogos brillantes y diabólicos, y una conspiración
con todos los componentes viables: homicidios, condenas, amantes, actrices frustradas
y juicios. Pero de que va este filme que nos atrae desde sus primeros
fotogramas. No voy cometer spoiler alguno, pero sí escribir sobre las reflexiones
que nos deja esta historia sobre la adaptación de una obra de teatro de 1934 de
Georges Berr y Louis Verneuil.
Protagonizada
por Nadia Tereskiewicz —acaba de ganar el “Premio Cesar” de la Academia del
Cine francés a la mejor actriz revelación por sus papeles en ‘Les amandiers’ y
‘Une jeune film que va bien’—, Rebecca Marder, y con una divertidísima Isabel
Huppert, la película es una comedia de crímenes y feminismo ambientada en los
años treinta en París.
Qué vivimos en un mundo de farsas, no hay que dudarlo.
Vivimos de la mentira, para la mentira, y nunca dejamos ser los actores
principales de nuestras propias “mentiras”. Pero no solo es eso, sino la
sociedad —de todos los tiempos— la que encumbra los más falsos melodramas, que
de pronto de convierten en comedia.
¿Qué vivimos en una comedia? No lo dudo. Somos los
seres humanos los mejores comediantes del mundo. Y tal vez por eso, las
historias se repiten y repiten a lo largo de la vida o existencia del ser
humano. Y para ello no hay remedio, ya que siempre, los convenios de “actuación”
se prodigan y la humanidad aplaude como si nada hubiera pasado.
Y es que el pasado y el presente siempre conviene futuros
cercanos (y hasta del tercer tipo) con tal de que todos sigamos aplaudiendo lo aplaudido
hipócrita o falsamente. Y es que “todo es mentira (como reza el tango de
Gardel). Así que mentira sobre la mentira o sobre la verdad, no tiene mucha
diferencia en el sentido de que aplaudimos nuestra buena o regular “performance”.
Y es que los humanos somos eso y no hay nada que hacer.
Los aplausos sirven para nada o para mucho, todo
depende de su estruendo. Por eso hay aplausos de todo tipo, y al igual que las
mentiras. Al final del filme: aplausos para la mentira y la verdad unidas, que a
la larga, siempre resultan burlándose de todos nosotros. ¿Cuántas veces no
hemos visto caer al hipócrita, y que la misma sociedad le esconde sus aplausos?
Así que estamos ante uno de los buenos filmes de Ozon, para refrescarnos que lo
importante es seguir el rumbo de la vida como si fuera —y lo es— un teatro.