En
lo personal, cuando decido ver una película lo primero que observo es su
director, y es el crédito de primer orden para determinar lo que quiero ver.
Sin lugar a dudas, es el crédito que motiva a cualquier cineasta. En este caso
de “La importancia del corazón”, estamos a la más reciente película del
cineasta. Nadie diría que Bille August forma parte de la élite de cineastas que
ha ganado dos veces la “Palma de Oro” en Cannes (“Pelle, el conquistador” y
“Las mejores intenciones”).
Cuando
Stefan Zweig tituló su novela “La piedad peligrosa”, no podía ser más manifiesto.
Una historia hermosísima y que con la cámara y puesta en escena de August (sobria, elegante, sin sobarle nada) atrapa desde sus inicio. El asunto va de
los
conflictos de clase y la tensión entre lo que simulamos sentir y lo que dejamos
a un lado; lo que podría haber dado pie a un melodrama impetuoso, con la
amenaza del estallido de la Primera Guerra Mundial como telón de fondo.
La
época y los contextos con incondicional respeto a su origen literario son unas situaciones
militares y aristocráticas: un joven oficial, una joven imposibilitada por un
accidente, su padre, un noble Barón que vela por el bienestar de su hija, y la
esencia de la historia, son “Los peligros de la piedad” —título más exacto, si
bien, “La impaciencia del corazón” no aparezca del todo impropio.
Con
la finura de siempre, el cineasta emprende un planteamiento que se dispara
hacia el futuro de unos personajes y sus propias incomodidades: como resuelven
a la larga el fin de sus propias vidas. La cámara de August trata
con sutileza —casi mimando—, a sus personajes; y sin penetrantes primeros
planos, encuadra a la película en el terreno de la intimidad más personal. Con sus
rostros y sus personalidades, y sus palabras, expresan cabalmente el tono y la
intensidad de sus respectivas apuestas, y las apuestas ganan.