El erizo es para la
niña Paloma Josse (Garance Le Guillermic), la metáfora de la conserje Renée
Michel (el personaje de la actriz Josiane Balasko): que los pinchos del animal
por fuera son su baluarte, su fuerza, y, por dentro: refinada, solitaria y elegante.
Y es que esta niña de once años, superdotada y astuta, intenta evaluar al ser
humano a través de su particular mundo adulto, siendo todavía una adolescente.
Cuando escuchamos al
comienzo de la cinta refiriéndose al ser humano, que “los adultos chocan como
moscas con el mismo vidrio” (de su pecera), esta rica niña, plantea en su
formación particular, que la vida es un absurdo. No está muy lejos Paloma de la
realidad, si nos atenemos a la conducta que cada vez nos sorprende (o no debe
sorprendernos ya), que si cambiar a lo que uno no ha sido destinado, bien
valdría pena.
Película pues “El
erizo”, basada en el bestseller “La elegancia del erizo”, de Muriel Barbery y
dirigida por Mona Achache; que como una estela de espejos, nos permite mirarnos
un poco dentro de nosotros mismos y equiparar el concepto de familia y los
momentos felices e infelices (que podría ser la segunda historia del film entre
la portera y un inquilino japonés del edificio donde ella labora). Y es que en
el interior de Renée surge la pregunta al final: ¿Cómo se debe definir el valor
de la vida?
Al menos Paloma
encuentra la respuesta a la pregunta. Y es que en el fondo del alma de esta
niña un tanto neurótica, su malestar interior, le lleva a obsesiones de
suicidio, acto que al final no lleva a cabo. ¿La lección y lectura en esta
parte final de la historia?
Que el individuo crece
y se educa en un ambiente familiar propenso a las reacciones neuróticas ante
situaciones emotivas y, por imitación subconsciente de los comportamientos de
los padres (muchas escenas en el film) se desarrolla de este modo una
personalidad neurótica, que desencadenará en fuertes tensiones emocionales.
Gonzalo
Restrepo Sánchez
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