El cineasta indio M.
Night Shyamalan plantea en esta historia de ciencia ficción, el borde de la infinita búsqueda por la
supervivencia de un padre y su hijo en un ámbito inhóspito. Esto a la larga no
es otra cosa que una metáfora sobre las señales de vida entre seres amados. Lo
que ocurre, es que a mi parecer, el niño que caracteriza a Kitai no logra
generar la suficiente empatía en el espectador.
Otro factor (que no
desdice para nada la obra del cineasta indio), es un guión algo parco en
algunos momentos del universo diégetico (historia contada en un tiempo y un
espacio cinematográfico) de “After Earth”, donde la ausencia de apuro del chico
con una naturaleza para nada fascinante, pero sí de un encuentro con uno mismo y
con un pasado aún por revelar; genera un poco la caída de ritmo. Aunque esta
historia en un largo flash back, quita la máscara por momentos (en falsos “plot
points”), de quien, o qué persiste del pasado, no resuelve un problema, que no
es cuestión del montaje siquiera. El guión tuvo la culpa.
Cabe precisar, y esa es
la sensación, el esfuerzo de los dos actores protagonistas, por lucir
circunspectos (aunque la fábula no es para menos), y poco comunicativos. Por lo
demás, cabe resaltar la excelente fotografía de Peter Suschitzky, y, la música de James Newton Howard, para añadir a los
valores acusmáticos esa sensación de aprehensión, que se logra en muchas partes
del film.
De todas formas, mal
valorada por un sector de la crítica internacional, este es un film que se
puede ver, dada la categoría del cineasta, quien demuestra algunos de sus
“tics” personales para el cine que a él le gusta hacer, sin pasarse de la raya.
Gonzalo Restrepo
Sánchez
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