(El cine whodunit o el arte de descubrir al culpable).
Pero
por estas callejuelas tiene que caminar un hombre que no es mezquino, que no
está manchado ni asustado. El detective de esa clase de relatos tiene que ser
un hombre así. Es el protagonista, lo es todo. Debe ser un hombre completo y un
hombre común, y al mismo tiempo un hombre extraordinario. Debe ser, para usar
una frase más trajinada, un hombre de honor por instinto, por inevitabilidad,
sin pensarlo, y por cierto que sin decirlo. Debe ser el mejor hombre de este
mundo, y un hombre lo bastante bueno para cualquier mundo.
Raymond
Chandler, El Simple Arte de Matar
Sin
intentar comparar los dos filmes realizados sobre la novela de Agatha Christie
“Muerte en el Nilo”, en primera instancia valdría la pena aclarar la noción del cine whodunit [cuyo
nombre nace como abreviatura de la pregunta ¿who has done it?, es decir ¿quién
lo ha hecho?]. Y son las historias donde hay un asesinato, con la
presencia de varios sospechosos confinados en un mismo espacio físico [o
psicológico en algunos casos]; permitiendo además, algo muy válido: una indagación
sobre la naturaleza humana.
Si
bien no es un mecanismo obligado, muchas de estas tramas en el cine y la literatura
[“La fobia de Molière”, de Restrepo Sánchez, la única en este género en el
Caribe colombiano] además se identifican por la presencia de un
detective/investigador que se afirma en los indicios de la escena del crimen,
pero algo bien característico es su percepción al momento de elaborar
prolongadas entrevistas con los eventuales implicados.
Tal
vez, los primeros exponentes de este asunto hayan sido Agatha Christie, CK
Chesterton y Nicholas Blake [seudónimo de Cecil Day-Lewis], además, obras
llevadas al cine como “The 9th Guest” (1934) y “La cena de los acusados” (1934)
[una película dirigida por W.S. Van Dyke con William Powell y basada en el
libro de D. Hammett]. No dejaría de evocar en este sentido a “Un cadáver a los
postres” (dirigida por Robert Moore, 1976), donde tiene una aparición Truman
Capote [el escritor tuvo igualmente un cameo en “Annie Hall”].
Recordemos
por un momento que Agatha Christie [Agatha Mary Clarissa Miller] nació en 1890,
y el auge de las adaptaciones cinematográficas de sus novelas, vienen de muchos
años atrás. Así que toda la disposición y aun la “degustación” de “Muerte en el
Nilo” como una novela policíaca [cine negro] agradablemente delineada, con su
lista de sospechosos deliberados y su detective cuyos poderes de deducción podrían
ser claramente heredados de Sherlock Holmes; permiten plantear algunos
criterios al respecto. Schrader (1972) sugiere:
El
cine negro atacó e interpretó sus condiciones sociológicas, y, al finalizar el
período negro, creó un nuevo mundo artístico que fue más allá de una imple
reflexión sociológica: un pesadillesco mundo de manierismo norteamericano, que
fue de lejos una creación más que una reflexión. Puesto que el cine negro fue
antes que nada un estilo, puesto que solucionó sus conflictos visualmente, puesto
que fue consciente de su propia identidad, fue capaz de crear soluciones artísticas
a problemas sociológicos.
Respecto
a la película que comienza en las trincheras de la Primera Guerra Mundial,
donde un joven Poirot (Branagh) utiliza su cerebro de detective para salvar a
toda una unidad del ejército francés de una muerte segura, aunque todo, y a
merced del mismo ser humano, el plan termina dejándole cicatrices a ambos lados
de su boca. No obstante, el guion en cada uno de sus tres tercios, maneja
asuntos coherentes con la relación mutua entre los seres humanos cuando de
ocultar algo [aunque por bizantino que sea los asuntos del corazón] se trate. Y,
la otra cuestión, es una de las siete técnicas recurrentes según Paul Schrader:
“Hay un apego casi freudiano al agua” [como así asimismo a los espejos, ventanas
y otras espacios reflejantes].
En
el tercio final con el crimen y cómo se resuelve, el Poirot ilumina toda su
lucidez, y sus pesquisas van a paso firme. Jacqueline (Emma Mackey) es la
arquetípica heroína: hermosa, aparentemente indefensa, que lleva al detective
dentro de la intriga y maquinación, detonando sobriamente sus talentos personales
—y su incauto romanticismo— en su perversa búsqueda de riqueza y poder.
Kenneth
Branagh en su trabajo de rescatar la obra de Christie para las nuevas
generaciones, lo hace con todos los cánones del género y de un remake con
escenas a nivel decorativo válidas. El cineasta británico, cada vez más alejado
de las shakesperianas tragedias históricas que fijaron su sublime notoriedad
entre la crítica y más proclive al servicio de la maquinaria de los grandes
estudios, ha contado con un predecible reparto de estrellas, para emprender
este nuevo viaje a través del Nilo.
Gonzalo Restrepo Sánchez
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