sábado, 4 de mayo de 2024

Dance First

 

Todo arranca cuando el anciano Beckett, todo agrio e inflexible, sube al proscenio en 1969 para consentir un Premio Nobel de Literatura que visiblemente desestima. Y en una puesta en escena que procura rememorar el teatro del absurdo del autor, pasa por alto la tarima y trepa por una escalinata entre bastidores, para llegar a un socavón y sobrio que podría ser un set exclusivamente de “Esperando a Godot” (por lo de la soledad y la angustia).

La vida del autor de “Esperando a Godot”, es pues una cinta rodada en blanco y negro (a excepción de la parte final y muerte de su esposa), que plantea en su discurso fílmico un diálogo con el mismo autor, sobre a quién entregar el dinero ganado por su Nobel de Literatura. Desde este punto de vista la película recrea su indecisión, presente y pasado.

De manera que el cineasta James Marsh (dirigió la biografía de Stephen Hawking, “The Theory of Everything”) en un ritmo lento, y llevado a cabo con meticulosidad, y la destacada actuación de Gabriel Byrne, su protagonista; creería que acaba en un retrato sugestivo. Cuando un alumno le pregunta sobre la vida, y él responde: “Baila primero, piensa después”, y en la que se basa el título de la película, es una de las afamadas sentencias de Beckett. Sin embargo, lo que queda claro en la película es que Becket era un hombre sin vida.

Y esta conclusión se exterioriza a través del blanco y negro. Y sin un gran angular, la libertad que anida la piel de los personajes (Becket y su esposa) se descubre a través de una puesta en escena que haya el subterfugio visual de la soledad, e idónea de inyectarle dicho laberinto a la mirada del espectador.

De manera que esta película, si bien, se deja ver, hay que recomendar a los habitantes de la sala de cine que puede resultar aburrida si no se entiende que la vida a veces —sí, a veces— es inestable, aunque hay que saberla llevar sin tanta preocupación.

Por otro lado, el cineasta, filma la sensación de cierta inseguridad del adolescente Becket con una exactitud apabullante; y lo hace, asimismo, sin arrinconar al resto de interlocutores. Lo que parece evidente es que de pronto se estable un fresco personajes antagónicos sin caminar rumbos concretos y Becket esperando (metafóricamente hablando) a Godot.