sábado, 18 de abril de 2020

"Cero en conducta" (1933)Para estos tiempos que vivimos



La burla como lucha por lo incorrecto de parte de cuatro críos y dándoles además poder a los niños (¿el director de la escuela?) frente a sus superiores adultos, son los aspectos a resaltar de “Cero en conducta” (1933), para mostrar como Jean Vigo (anarquista consumado), se muestra como un cineasta interesante en su época.





¿Pero qué nos quiso significar? Pues un desprecio por el sistema educativo. Que de nada vale estar encerrado bajo cualquier orden y sistema, si hay un desprecio por las conductas del todopoderoso y un deseo inmenso de liberación.

Eso es el film, una liberación del pensamiento de Vigo sobre las normas. Su concepto visual metaforizado de oposición, genera pensamientos y conductas ante lo opresivo, que si bien no hay que imitarlas, entendámosla como la alegoría de la mediocridad en la enseñanza, innegable en muchas partes y colegios que existen, aun en este nuevo orden geopolítico.

Gonzalo Restrepo Sánchez
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"Chaplin" de Richard Attemborugh Para estos tiempos que vivimos


Hace dos días, el 16 de abril se conmemoró un aniversario más del nacimiento de Charles Chaplin, una de las figuras expresivas del cine de todos los tiempos. Fue un hombre orquesta: lo mismo actuaba, producía, escribía, componía o dirigía. Para él no hubo límites y su talento trascendió fronteras.



Para una remembranza sobre el mítico Charles Chaplin, bien vale la pena recordar y recomendar la película  “Chaplin” (1992), del cineasta británico Richard Attemborugh. Aparte de los interesantes créditos que van desde Anthony Hopkings, Geraldine Chaplin, Kevin Kline, Dan AyKroyd, hasta el director de fotografía Sven Nykvist. El filme —si bien ofrece a los espectadores una visión fugaz de la vida del famoso cómico, sus mujeres y por supuesto su cine—, no deja de ser una de las más completas biografías para el cine, que sobre director alguno del celuloide se haya llevado precisamente a la pantalla gigante.

Escrita por el “oscarizado” William Goldman (“Todos los hombres del presidente”), Bryan Forbes y William Boyd sobre el libro de Chaplin, “Mi autobiografía”. La película nos permite hablar de un hombre cuyo padre al morir cuando este tenía doce años de edad, estaba predestinado al mundo del espectáculo. Vale la pena recordar que su padre se llamaba igualmente Charles Chaplin y era un cantante de “music-hall”.

La primera película “Charlot  periodista” (“Making a living”) en la que aparece vestido como un “dandy” de dudosa elegancia, fue mediocre, aunque bien recibida por la crítica especializada de la época. En su segunda cinta “Carreras sofocantes” (1914) adoptó el vestuario con el que habría de ser famoso. Según la leyenda, estaba compuesto por prendas de vestir que le pidió prestadas a otros actores cómicos de Sennet —un actor y productor quien lo descubre y que es interpretado en el filme “Chaplin” por Dan Aykroyd—. Los gigantescos pantalones eran de Fatty Arbuckle, las botas de Ford Sterling, la pequeña chaqueta de Charles Avery, el sombrero hongo pertenecía al suegro de Arbuckle y, el bigote (drásticamente recortado) era de Mack Swain.
Visionando hoy día las películas de Chaplin, resultan bastantes torpes y primitivas. En sus tramas abundan los dentistas, los policías, los maridos celosos, los choques de automóviles, los coqueteos ilícitos, los resbalones, los golpes y las carreras. Sin embargo, en el filme “Charlot conserje” (1914), Chaplin —según los expertos—, logra alcanzar una mayor sutileza como actor y director. Hasta el año de 1922 con la compañía Essannay, el actor logra una serie de títulos interesantes de analizar como “Charlot cambia de hábito”, por ejemplo. Además, como director realiza un espléndido cortometraje cómico sobre la industria del cine.

A partir de los años treinta, Chaplin redujo drásticamente su producción, dedicando hasta cinco años a cada película que realizaba. Cuando se embarcó el en proyecto “Luces de la ciudad”, el cine sonoro ya era una realidad y Chaplin había sido testigo de la caída de otras grandes estrellas del cine cómico de los Estados Unidos. Así que decidido a no poner en peligro su personaje, realizó la película no hablada, pero con acompañamiento musical. En “Tiempos modernos” (1936), el actor y director se atrevió a pronunciar algunos divertidos trabalenguas, pero en general basó toda su película en la  mímica y en la pantomima, por lo que esencialmente sigue siendo una obra muda.
Sus tres últimos trabajos cinematográficos fueron “Candilejas” (1952), película en la que aparece su amigo Buster Keaton, “Un rey en Nueva York” (1957) y “La condesa de Hong-Kong” (1967), tres films que no contaron con la aquiescencia de la crítica de cine en su momento, e incluso inferiores a sus mejores obras.

Respecto a su vida personal, En 1943 se casó con Oona O’Neill, la hija del escritor Eugene O’Neill, con quien compartió el resto de su vida y con quien tuvo ocho hijos (once en total con base en sus anteriores relaciones).Chaplin en su vejez de dedicó a componer nuevas partituras para el reestreno de sus películas mudas. Fueron sesenta y dos años que le dedicó al cine y que sin lugar a dudas constituyen un record que será difícil de superar. Al encuestar a autoridades de la historia del cine y a cineastas de muchas partes del mundo sobre la gran obra del maestro Chaplin, sólo señalan a dos cintas: “Tiempos modernos” y “La quimera del oro”. Si bien su obra maestra es el filme antes citado, también involucraría a “El chico” con todo el respeto.

Gonzalo Restrepo Sánchez
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jueves, 16 de abril de 2020

No mires para abajo (para esta época de pandemia filme latino recomendado)


“No mires para abajo”, de Eliseo Sibela, siempre fiel a su tradicional estética de la imagen y a sus temas siempre colmados de casuística; propone en esta historia narrada en primera persona: Los esquemas sobre la amistad, el amor y el desarrollo de esa devoción entre una joven pareja Eloy (Leandro Stivelman) y Elvira (Antonella Costa).

Esta historia cargada del más inteligente erotismo que haya visto en el cine latinoamericano hasta los presentes días, me permite aproximarme una vez más a dos temas en el cine de Subiela. Eros (“El lado oscuro del corazón”) y la muerte (“No te mueras sin decirme a dónde vas”). Entonces, tres conceptos salidos de los mismos diálogos de los personajes (la más sincera caracterización de dos jóvenes, con la ausencia de gestos “falsificados”), invitan (a mi juicio) a la siguiente lectura del filme:

1.- Cuando Eloy sentencia “Nos muertos no necesitan leer para enterarse de las cosas”. Aquí Subiela confronta la relación del joven con su padre fallecido (“El espíritu de papá viene las noches a casa”) y ofrece una lectura de las relaciones padre e hijo, desde la perspectiva de la necesidad de sentir al ser adorado y la sabiduría de la vida. Su metáfora esclarece el sentido propio de aquellos seres ya desparecidos (La escena de la bicicleta y los señores pegados a la pared con sus tics).
2.- El diálogo de Elvira cuando sentencia que “No quiero ver a Dios después de muerta, quiero verlo aquí en la vida. ¡Vamos a buscarlo!”. Y es la primera escena de amor que sublima esta idea y confiere a la historia la ausencia de la metáfora para aproximarnos al goce los cuerpos. Ya en esta escena, vino a mi memoria el diálogo en la “La hija del caníbal”, de Antonio Serrano, cuando Lucía (Cecilia Roth) al ser amada por un joven, piensa: “El cielo si es que existe, debería ser un instante de sexo detenido”.

3.- Cuando se asevera que “las debilidades” podría compararse a “las formas defectuosas de andar”. Con metáforas visuales, introduce “ese andar” por la vida en todos sus senderos. Aunque sea en el cuerpo de Elvira, donde arriba de sus nalgas se lee el tatuaje: “Comienza una nueva vida”, en un acto en que la pareja se untan de aceite antes de comenzar el sutil juego de hacer el amor, siempre dirigido por ella.
Podríamos sentenciar que esta película, lleva al Subiela de siempre. Un cine para disfrutar de su plasticidad de la imagen y su música, pero también para pensar un poco, sobre lo que parece ya no interesar al ser humano. Y no olvidar el consejo del papá de Eloy: “En la vida siempre estarás diciendo adiós. ¡Qué eso no te impida amar!”.
Gonzalo Restrepo Sánchez
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Niágara...Para estos tiempos que vivimos



Cuando desde la perspectiva del siglo XXI se observa y analiza una película como “Niágara” (1953), del cineasta Henry Hathaway, en una historia en la que una pareja — los Loomis (Marilyn Monroe y Joseph Cotten) — no esconden sus problemas; podríamos ser injustos en algunas escenas de acción de la película.  Además siempre quiso renovar el concepto de plano y contra plano, ya que priorizaba los two shots (planos fijos que encuadran a dos personajes en un primer plano cortando por el pecho).

Pero volviendo al filme, si ella (Rose) es una mujer muy sensual, que atrae las miradas de todos los hombres, y él no tolera esa atracción de su esposa más joven, ya que los celos le tienen delirante; la intriga de la historia, con un tercer hombre en oposición, resulta ser ejemplo de buen cine en nuestros días.

Por lo demás, una película que se atreve y vemos a una Marilyn Monroe que se sale de ese prototipo de hembra que nos acostumbró a suspirar, para advertir una “mujer fatal” ¿al mejor estilo del cine negro (“Laura”, de Preminger)?
Gonzalo Restrepo Sánchez
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miércoles, 15 de abril de 2020

Dial M for Murder... Para estos tiempos que vivimos


Siendo breve en esta recomendación, este filme “Dial M for Murder”, de Alfred Hitchcock, estrenado en 1954, es a mi juicio una de las obras más perfectas en el manejo del suspenso, súmese los escasos personajes y escenarios para manejar siempre la idea de cómo descubrirán al criminal y su acto en apariencia indescifrable.


Cabe enfatizar en la puesta en escena, sin muchos emplazamientos de cámara (como en “The rear window”), el plano divide en los términos de tamaño que el mismo movimiento de los personajes le brinda a la toma, sin necesidad de yuxtaposición en el montaje. Ejemplo: Un personaje habla sentado frente a otro un tiempo breve (plano medio), hasta que se pone de pie y va al fondo del lugar (plano general), y, luego, gira y da unos pasos a su frente y se sirve un poco de whiskie, plantando una lenta panorámica al desplazamiento.

Y sin hablar mucho del filme en cuanto a su trama pues se cometería muchos spoiler, es los filmes del mago del suspenso que se puede ver una y otra vez sin aburrirse. Y para los tiempos que vivimos, pues mucho mejor. Por los demás, Kelly siempre atractiva y llena de encanto, actriz fetiche del cineasta británico.
Gonzalo Restrepo Sánchez
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jueves, 2 de abril de 2020

El ‘Adagio para cuerda’ de Barber


Un interesante artículo en el diario El País de España sobre “Adagio para cuerda” de Samuel Barber (1910-1981)  con la que se homenajea cada día a los fallecidos por el coronavirus en la Puerta del Sol en Madrid, invita a muchas reflexiones y anécdotas.

La primera sería que (y cita el periódico español) Barber envió la partitura de su Adagio “al que era entonces la gran figura de la dirección de orquestas, Arturo Toscanini, que se la devolvió al poco y sin ningún comentario, un gesto que su autor tomó como un desprecio”. Cuando en realidad había sido todo lo contrario y su estreno fue en Nueva York, en una grabación radiofónica, el 5 de noviembre de 1938. Fue tal el éxito, que a partir de ahí la llevó de gira en su repertorio.


Elaborada en 1936, “Adagio para cuerda” se ha convertido  —a lo largo de casi ocho décadas—, en la pieza más famosa de Barber. La composición musical se inició como el segundo movimiento de su Cuarteto de cuerda, Opus. 11 y se ha convertido en un texto musical muy popular entre los admiradores a la música clásica. No es pues en la Puerta del Sol, donde se ha vuelto a escuchar para propios y extraños. El  cine también ha sentido una profunda atracción por el tema de Barber y se ha utilizado como parte de la banda sonora de varios filmes.

Traeré  colación dos títulos que forman parte de la banda sonora de mis gustos por el cine. Aunque hay que reconocer que sin ser un experto en el tema musical, siempre sentí atracción hacia ello. Por un lado: “Platoon” (Oliver Stone, 1986) y “Elephant Man” (David Lynch, 1980), invito a ver ambos filmes y descubran la melodía ‘Adagio para cuerda’. Una vez la hayan identificado  a través de redes sociales, considerar la experiencia cinéfila de lo que realmente es sentir la tristeza y desolación.

En relación a “Elephant Man” (David Lynch, 1980) el dolor del ser humano y el retrato de una sociedad. Joseph Carey Merrick fue un hombre que a partir de los 4 o 5 años de edad, en su cuerpo principiaron a crearse bultos y los huesos de sus extremidades y su cráneo se expandieron de forma anormal, y por esta razón casi toda su vida, fue tratado como “el hombre elefante”.

De todas formas la película nos da una versión propia, “focalizándose en otros aspectos, como las reacciones de la gente y la sociedad ante su lamentable situación, así como también en la interioridad del personaje. El discurso interno de esta película intenta ser una crítica de la sociedad de esa era. Por lo que se la distingue como una sociedad confundida incluso enloquecida (escenas en las calles, bares, burdeles) haciendo énfasis en mostrar una sociedad monstruosa” (Luis Martín).

Película para estos tiempos difíciles y que recomiendo sea observada. Sin dudas este largometraje sacude con su severidad a la hora de afrontar las escenas más significativas y,  una banda sonora que recomiendo una vez más (escuche sobre todo ‘Adagio para cuerda’),  no desentona con el argumento que se quiere mostrar en la película; y que posee un ambiente conmovedor y taciturno, marcado por la desdicha del interlocutor, la sociedad, y que no rebasemos nuestros desvelos.
Hoy día ya estamos teniendo una visión de la sociedad  y de nuestra época, y también de un público en su contexto histórico y social, dónde se sitúa la ficción. “El hombre elefante” que, de manera sutil y sin exagerar en sus formas se expresa, y que igualmente en el filme se le hace justicia al interlocutor al respetar su personalidad y demostrando que en realidad John no es el monstruo, sino la sociedad que lo humilló y torturó durante su vida. Una gran metáfora pues para intentar amar a ese “hombre elefante”, a la larga nosotros los seres humanos y dejarnos de tantas pendejadas: no dejarse acorralar por la furia.

Gonzalo Restrepo Sánchez
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martes, 24 de marzo de 2020

EL CINE: REALIDAD FRAGMENTADA O FICCIÓN


No hay que mirar mucho para atrás cinematográficamente hablando, para darse cuenta que cine de catástrofes con virus incluido, acabaría batiendo records y con una lección: la escasa capacidad de previsión del ser humano. No son las alienígenas el terror más mortal, es un virus o una bacteria. En este sentido, el género de ciencia ficción lleva años presagiando la llegada de pandemias.


El atractivo de los guionistas, es el efecto de transmisión de un padecimiento infeccioso (como el coronavirus). En la película “Contagio”, en 2011, Steven Soderbergh nos ofrecía un filme donde, sin saber cuál es su origen, un virus mortal emprende su camino a propagarse por todo el mundo. En exiguos días, el padecimiento principia a aniquilar la población. Además, el contagio se origina por el solo contacto entre los seres humanos.

Un thriller pues objetivo y equilibrado (sin efectos especiales) sobre los efectos de una pandemia. Hay otra película igual de válida para estos temas, y “Doce monos”, donde Terry Gilliam se ubica en el año 2035 —no tuvo que ir tan lejos por lo que vivimos hoy día—. Un filme que de pronto y sin apurarnos deja precisamente doce esbozos. La primer es que no hay que ser un experto para enterarnos de ciertas cosas en la relación del hombre consigo mismo.
El asunto apocalíptico va de una “epidemia provocada por un virus asesino que ha matado a millones de personas, los supervivientes se refugian en comunidades subterráneas, húmedas y frías. El prisionero James Cole se ofrece como voluntario para viajar al pasado y conseguir una muestra del virus, gracias a la cual los científicos podrán elaborar un antídoto. Durante el viaje conoce a una bella psiquiatra y a Jeffrey Goines, un excepcional enfermo mental. Cole tratará de encontrar al “Ejército de los 12 Monos”, un grupo radical vinculado a la mortal enfermedad”.

Miren pues como la imaginación de los guionistas y escritores superan la realidad. Los temas distópicos cumplen a cabalidad entre otras cosas, todos esos temores del ser humano. Si tomamos la clásica definición de Hernández Ranera, una distopía es una “sociedad ficticia indeseable en sí misma” (2008: 14), una descripción que difiere de todo punto de aquella otra que proporcionara Moro a su Utopía, a la que consideró como “la mejor forma de comunidad política” (Moro, 1998: 39).
López (1991) en su textos, observa acertadamente la tendencia literaria distópica desarrollada a lo largo del siglo XX —imagínese ahora estimado lector—, cuyo referente fue la trilogía “Fahrenheit 451”, “Un mundo Feliz” y “1984”. “Sin embargo, desde principios de los noventa debo señalar el nuevo giro en la tradición utópica, un cambio que se materializa en el cine masificado de las grandes superproducciones. Si el surgimiento de la distopía ha marcado la literatura y las adaptaciones cinematográficas del siglo que precede al actual, la distopía posmoderna posee la soberanía desde que llegó el fin de la lucha de las ideologías (Fukuyama, 1993).

 Como explica Martorell: Si cada utopía devalúa el presente desde el que se escribe comparándolo con las excelencias de una sociedad ideal que la niega, la distopía hace lo propio diseñando una sociedad letal a partir de él. La advertencia que emite esta polémica corriente de la ciencia ficción no puede ser más diáfana. El infierno sobre la tierra descansará sobre tendencias indeseables de la actualidad llevadas hasta sus últimas consecuencias. (Martorell, 2012: 276)

LÓPEZ KÉLLER, Estrella (1991), «Distopia: Otro final de la utopía», Reis: Revista española de investigaciones sociológicas 55: 7-23.