La burla como lucha por lo incorrecto de parte de
cuatro críos y dándoles además poder a los niños (¿el director de la escuela?)
frente a sus superiores adultos, son los aspectos a resaltar de “Cero en
conducta” (1933), para mostrar como Jean Vigo (anarquista consumado), se muestra
como un cineasta interesante en su época.
¿Pero qué nos quiso significar? Pues un desprecio por
el sistema educativo. Que de nada vale estar encerrado bajo cualquier orden y
sistema, si hay un desprecio por las conductas del todopoderoso y un deseo
inmenso de liberación.
Eso es el film, una liberación del pensamiento de Vigo
sobre las normas. Su concepto visual metaforizado de oposición, genera
pensamientos y conductas ante lo opresivo, que si bien no hay que imitarlas,
entendámosla como la alegoría de la mediocridad en la enseñanza, innegable en
muchas partes y colegios que existen, aun en este nuevo orden geopolítico.
Hace dos días, el 16 de abril se conmemoró un aniversario más del
nacimiento de Charles Chaplin, una de las figuras expresivas del cine de todos
los tiempos. Fue un hombre orquesta: lo mismo actuaba, producía, escribía,
componía o dirigía. Para él no hubo límites y su talento trascendió fronteras.
Para una remembranza sobre el mítico Charles Chaplin,
bien vale la pena recordar y recomendar la película“Chaplin” (1992), del cineasta británico
Richard Attemborugh. Aparte de los interesantes créditos que van desde Anthony
Hopkings, Geraldine Chaplin, Kevin Kline, Dan AyKroyd, hasta el director de
fotografía Sven Nykvist. El filme —si bien ofrece a los espectadores una visión
fugaz de la vida del famoso cómico, sus mujeres y por supuesto su cine—, no
deja de ser una de las más completas biografías para el cine, que sobre
director alguno del celuloide se haya llevado precisamente a la pantalla
gigante.
Escrita por el “oscarizado” William Goldman (“Todos
los hombres del presidente”), Bryan Forbes y William Boyd sobre el libro de
Chaplin, “Mi autobiografía”. La película nos permite hablar de un hombre cuyo
padre al morir cuando este tenía doce años de edad, estaba predestinado al
mundo del espectáculo. Vale la pena recordar que su padre se llamaba igualmente
Charles Chaplin y era un cantante de “music-hall”.
La primera película “Charlotperiodista” (“Making a living”) en la que
aparece vestido como un “dandy” de dudosa elegancia, fue mediocre, aunque bien
recibida por la crítica especializada de la época. En su segunda cinta
“Carreras sofocantes” (1914) adoptó el vestuario con el que habría de ser
famoso. Según la leyenda, estaba compuesto por prendas de vestir que le pidió
prestadas a otros actores cómicos de Sennet —un actor y productor quien lo
descubre y que es interpretado en el filme “Chaplin” por Dan Aykroyd—. Los
gigantescos pantalones eran de Fatty Arbuckle, las botas de Ford Sterling, la
pequeña chaqueta de Charles Avery, el sombrero hongo pertenecía al suegro de
Arbuckle y, el bigote (drásticamente recortado) era de Mack Swain.
Visionando hoy día las películas de Chaplin, resultan
bastantes torpes y primitivas. En sus tramas abundan los dentistas, los
policías, los maridos celosos, los choques de automóviles, los coqueteos
ilícitos, los resbalones, los golpes y las carreras. Sin embargo, en el filme
“Charlot conserje” (1914), Chaplin —según los expertos—, logra alcanzar una
mayor sutileza como actor y director. Hasta el año de 1922 con la compañía
Essannay, el actor logra una serie de títulos interesantes de analizar como
“Charlot cambia de hábito”, por ejemplo. Además, como director realiza un
espléndido cortometraje cómico sobre la industria del cine.
A partir de los años treinta, Chaplin redujo
drásticamente su producción, dedicando hasta cinco años a cada película que
realizaba. Cuando se embarcó el en proyecto “Luces de la ciudad”, el cine
sonoro ya era una realidad y Chaplin había sido testigo de la caída de otras
grandes estrellas del cine cómico de los Estados Unidos. Así que decidido a no
poner en peligro su personaje, realizó la película no hablada, pero con
acompañamiento musical. En “Tiempos modernos” (1936), el actor y director se atrevió
a pronunciar algunos divertidos trabalenguas, pero en general basó toda su
película en lamímica y en la pantomima,
por lo que esencialmente sigue siendo una obra muda.
Sus tres últimos trabajos cinematográficos fueron
“Candilejas” (1952), película en la que aparece su amigo Buster Keaton, “Un rey
en Nueva York” (1957) y “La condesa de Hong-Kong” (1967), tres films que no
contaron con la aquiescencia de la crítica de cine en su momento, e incluso
inferiores a sus mejores obras.
Respecto a su vida personal, En 1943 se casó con Oona
O’Neill, la hija del escritor Eugene O’Neill, con quien compartió el resto de
su vida y con quien tuvo ocho hijos (once en total con base en sus anteriores
relaciones).Chaplin en su vejez de dedicó a componer nuevas partituras para el
reestreno de sus películas mudas. Fueron sesenta y dos años que le dedicó al
cine y que sin lugar a dudas constituyen un record que será difícil de superar.
Al encuestar a autoridades de la historia del cine y a cineastas de muchas
partes del mundo sobre la gran obra del maestro Chaplin, sólo señalan a dos
cintas: “Tiempos modernos” y “La quimera del oro”. Si bien su obra maestra es
el filme antes citado, también involucraría a “El chico” con todo el respeto.
“No
mires para abajo”, de Eliseo Sibela, siempre fiel a su tradicional estética de
la imagen y a sus temas siempre colmados de casuística; propone en esta
historia narrada en primera persona: Los esquemas sobre la amistad, el amor y
el desarrollo de esa devoción entre una joven pareja Eloy (Leandro Stivelman) y
Elvira (Antonella Costa).
Esta
historia cargada del más inteligente erotismo que haya visto en el cine
latinoamericano hasta los presentes días, me permite aproximarme una vez más a
dos temas en el cine de Subiela. Eros (“El lado oscuro del corazón”) y la
muerte (“No te mueras sin decirme a dónde vas”). Entonces, tres conceptos
salidos de los mismos diálogos de los personajes (la más sincera
caracterización de dos jóvenes, con la ausencia de gestos “falsificados”),
invitan (a mi juicio) a la siguiente lectura del filme:
1.-
Cuando Eloy sentencia “Nos muertos no necesitan leer para enterarse de las
cosas”. Aquí Subiela confronta la relación del joven con su padre fallecido
(“El espíritu de papá viene las noches a casa”) y ofrece una lectura de las
relaciones padre e hijo, desde la perspectiva de la necesidad de sentir al ser
adorado y la sabiduría de la vida. Su metáfora esclarece el sentido propio de
aquellos seres ya desparecidos (La escena de la bicicleta y los señores pegados
a la pared con sus tics).
2.-
El diálogo de Elvira cuando sentencia que “No quiero ver a Dios después de
muerta, quiero verlo aquí en la vida. ¡Vamos a buscarlo!”. Y es la primera
escena de amor que sublima esta idea y confiere a la historia la ausencia de la
metáfora para aproximarnos al goce los cuerpos. Ya en esta escena, vino a mi
memoria el diálogo en la “La hija del caníbal”, de Antonio Serrano, cuando
Lucía (Cecilia Roth) al ser amada por un joven, piensa: “El cielo si es que
existe, debería ser un instante de sexo detenido”.
3.-
Cuando se asevera que “las debilidades” podría compararse a “las formas
defectuosas de andar”. Con metáforas visuales, introduce “ese andar” por la
vida en todos sus senderos. Aunque sea en el cuerpo de Elvira, donde arriba de
sus nalgas se lee el tatuaje: “Comienza una nueva vida”, en un acto en que la
pareja se untan de aceite antes de comenzar el sutil juego de hacer el amor,
siempre dirigido por ella.
Podríamos
sentenciar que esta película, lleva al Subiela de siempre. Un cine para
disfrutar de su plasticidad de la imagen y su música, pero también para pensar
un poco, sobre lo que parece ya no interesar al ser humano. Y no olvidar el
consejo del papá de Eloy: “En la vida siempre estarás diciendo adiós. ¡Qué eso
no te impida amar!”.
Cuando
desde la perspectiva del siglo XXI se observa y analiza una película como
“Niágara” (1953), del cineasta Henry Hathaway, en una historia en la que una
pareja — los Loomis (Marilyn Monroe y Joseph Cotten) — no esconden sus
problemas; podríamos ser injustos en algunas escenas de acción de la
película.Además siempre quiso renovar
el concepto de plano y contra plano, ya que priorizaba los two shots (planos
fijos que encuadran a dos personajes en un primer plano cortando por el pecho).
Pero
volviendo al filme, si ella (Rose) es una mujer muy sensual, que atrae las
miradas de todos los hombres, y él no tolera esa atracción de su esposa más
joven, ya que los celos le tienen delirante; la intriga de la historia, con un
tercer hombre en oposición, resulta ser ejemplo de buen cine en nuestros días.
Por
lo demás, una película que se atreve y vemos a una Marilyn Monroe que se sale
de ese prototipo de hembra que nos acostumbró a suspirar, para advertir una
“mujer fatal” ¿al mejor estilo del cine negro (“Laura”, de Preminger)?
Siendo breve en esta recomendación, este filme “Dial
M for Murder”, de Alfred Hitchcock, estrenado en 1954, es a mi juicio una de
las obras más perfectas en el manejo del suspenso, súmese los escasos
personajes y escenarios para manejar siempre la idea de cómo descubrirán al
criminal y su acto en apariencia indescifrable.
Cabe enfatizar en la puesta en escena, sin muchos
emplazamientos de cámara (como en “The rear window”), el plano divide en los
términos de tamaño que el mismo movimiento de los personajes le brinda a la
toma, sin necesidad de yuxtaposición en el montaje. Ejemplo: Un personaje habla
sentado frente a otro un tiempo breve (plano medio), hasta que se pone de pie y
va al fondo del lugar (plano general), y, luego, gira y da unos pasos a su
frente y se sirve un poco de whiskie, plantando una lenta panorámica al
desplazamiento.
Y sin hablar mucho del filme en cuanto a su
trama pues se cometería muchos spoiler, es los filmes del mago del suspenso que
se puede ver una y otra vez sin aburrirse. Y para los tiempos que vivimos, pues
mucho mejor. Por los demás, Kelly siempre atractiva y llena de encanto,
actriz fetiche del cineasta británico.
Un
interesante artículo en el diario El País de España sobre “Adagio para cuerda”
de Samuel Barber (1910-1981)con la que
se homenajea cada día a los fallecidos por el coronavirus en la Puerta del Sol
en Madrid, invita a muchas reflexiones y anécdotas.
La
primera sería que (y cita el periódico español) Barber envió la partitura de su
Adagio “al que era entonces la gran figura de la dirección de orquestas, Arturo
Toscanini, que se la devolvió al poco y sin ningún comentario, un gesto que su
autor tomó como un desprecio”. Cuando en realidad había sido todo lo contrario
y su estreno fue en Nueva York, en una grabación radiofónica, el 5 de noviembre
de 1938. Fue tal el éxito, que a partir de ahí la llevó de gira en su repertorio.
Elaborada
en 1936, “Adagio para cuerda” se ha convertido —a lo largo de casi ocho décadas—, en la pieza
más famosa de Barber. La composición musical se inició como el segundo
movimiento de su Cuarteto de cuerda, Opus. 11 y se ha convertido en un texto musical
muy popular entre los admiradores a la música clásica. No es pues en la Puerta
del Sol, donde se ha vuelto a escuchar para propios y extraños. El cine también ha sentido una profunda atracción
por el tema de Barber y se ha utilizado como parte de la banda sonora de varios
filmes.
Traerécolación dos títulos que forman parte de la
banda sonora de mis gustos por el cine. Aunque hay que reconocer que sin ser un
experto en el tema musical, siempre sentí atracción hacia ello. Por un lado: “Platoon”
(Oliver Stone, 1986) y “Elephant Man” (David Lynch, 1980), invito a ver ambos
filmes y descubran la melodía ‘Adagio para cuerda’. Una vez la hayan
identificadoa través de redes sociales,
considerar la experiencia cinéfila de lo que realmente es sentir la tristeza y
desolación.
En
relación a “Elephant Man” (David Lynch, 1980) el dolor del ser humano y el
retrato de una sociedad.Joseph Carey Merrick fue un hombre que a
partir de los 4 o 5 años de edad, en su cuerpo principiaron a crearse bultos y
los huesos de sus extremidades y su cráneo se expandieron de forma anormal, y
por esta razón casi toda su vida, fue tratado como “el hombre elefante”.
De
todas formas la película nos da una versión propia, “focalizándose en otros
aspectos, como las reacciones de la gente y la sociedad ante su lamentable
situación, así como también en la interioridad del personaje. El discurso
interno de esta película intenta ser una crítica de la sociedad de esa era. Por
lo que se la distingue como una sociedad confundida incluso enloquecida
(escenas en las calles, bares, burdeles) haciendo énfasis en mostrar una
sociedad monstruosa” (Luis Martín).
Película
para estos tiempos difíciles y que recomiendo sea observada. Sin dudas este
largometraje sacude con su severidad a la hora de afrontar las escenas más
significativas y,una banda sonora que
recomiendo una vez más (escuche sobre todo ‘Adagio para cuerda’), no desentona con el argumento que se quiere
mostrar en la película; y que posee un ambiente conmovedor y taciturno, marcado
por la desdicha del interlocutor, la sociedad, y que no rebasemos nuestros
desvelos.
Hoy
día ya estamos teniendo una visión de la sociedad y de nuestra época, y también de un público en
su contexto histórico y social, dónde se sitúa la ficción. “El hombre elefante”
que, de manera sutil y sin exagerar en sus formas se expresa, y que igualmente en
el filme se le hace justicia al interlocutor al respetar su personalidad y
demostrando que en realidad John no es el monstruo, sino la sociedad que lo
humilló y torturó durante su vida. Una gran metáfora pues para intentar amar a
ese “hombre elefante”, a la larga nosotros los seres humanos y dejarnos de
tantas pendejadas: no dejarse acorralar por la furia.
No
hay que mirar mucho para atrás cinematográficamente hablando, para darse cuenta
que cine de catástrofes con virus incluido, acabaría batiendo records y con una
lección: la escasa capacidad de previsión del ser humano. No son las
alienígenas el terror más mortal, es un virus o una bacteria. En este sentido,
el género de ciencia ficción lleva años presagiando la llegada de pandemias.
El
atractivo de los guionistas,es el efecto de transmisión de un
padecimiento infeccioso (como el coronavirus). En la película “Contagio”, en
2011, Steven Soderbergh nos ofrecía un filme donde, sin saber cuál es su
origen, un virus mortal emprende su camino a propagarse por todo el mundo. En
exiguos días, el padecimiento principia a aniquilar la población. Además, el
contagio se origina por el solo contacto entre los seres humanos.
Un
thriller pues objetivo y equilibrado (sin efectos especiales) sobre los efectos
de una pandemia. Hay otra película igual de válida para estos temas, y “Doce
monos”, donde Terry Gilliam se ubica en el año 2035 —no tuvo que ir tan lejos
por lo que vivimos hoy día—. Un filme que de pronto y sin apurarnos deja
precisamente doce esbozos. La primer es que no hay que ser un experto para
enterarnos de ciertas cosas en la relación del hombre consigo mismo.
El
asunto apocalíptico va de una “epidemia provocada por un virus asesino que ha
matado a millones de personas, los supervivientes se refugian en comunidades
subterráneas, húmedas y frías. El prisionero James Cole se ofrece como
voluntario para viajar al pasado y conseguir una muestra del virus, gracias a
la cual los científicos podrán elaborar un antídoto. Durante el viaje conoce a
una bella psiquiatra y a Jeffrey Goines, un excepcional enfermo mental. Cole
tratará de encontrar al “Ejército de los 12 Monos”, un grupo radical vinculado
a la mortal enfermedad”.
Miren
pues como la imaginación de los guionistas y escritores superan la realidad.
Los temas distópicos cumplen a cabalidad entre otras cosas, todos esos temores
del ser humano.Si tomamos la clásica definición de
Hernández Ranera, una distopía es una “sociedad ficticia indeseable en sí
misma” (2008: 14), una descripción que difiere de todo punto de aquella otra
que proporcionara Moro a su Utopía, a la que consideró como “la mejor forma de
comunidad política” (Moro, 1998: 39).
López
(1991) en su textos, observa acertadamente la tendencia literaria distópica
desarrollada a lo largo del siglo XX —imagínese ahora estimado lector—, cuyo
referente fue la trilogía “Fahrenheit 451”, “Un mundo Feliz” y “1984”. “Sin
embargo, desde principios de los noventa debo señalar el nuevo giro en la tradición
utópica, un cambio que se materializa en el cine masificado de las grandes
superproducciones. Si el surgimiento de la distopía ha marcado la literatura y
las adaptaciones cinematográficas del siglo que precede al actual, la distopía
posmoderna posee la soberanía desde que llegó el fin de la lucha de las
ideologías (Fukuyama, 1993).
Como explica Martorell: Si cada utopía devalúa
el presente desde el que se escribe comparándolo con las excelencias de una
sociedad ideal que la niega, la distopía hace lo propio diseñando una sociedad
letal a partir de él. La advertencia que emite esta polémica corriente de la
ciencia ficción no puede ser más diáfana. El infierno sobre la tierra
descansará sobre tendencias indeseables de la actualidad llevadas hasta sus
últimas consecuencias. (Martorell, 2012: 276)
LÓPEZ KÉLLER, Estrella (1991),
«Distopia: Otro final de la utopía», Reis: Revista española de investigaciones
sociológicas 55: 7-23.