“No
mires para abajo”, de Eliseo Sibela, siempre fiel a su tradicional estética de
la imagen y a sus temas siempre colmados de casuística; propone en esta
historia narrada en primera persona: Los esquemas sobre la amistad, el amor y
el desarrollo de esa devoción entre una joven pareja Eloy (Leandro Stivelman) y
Elvira (Antonella Costa).
Esta
historia cargada del más inteligente erotismo que haya visto en el cine
latinoamericano hasta los presentes días, me permite aproximarme una vez más a
dos temas en el cine de Subiela. Eros (“El lado oscuro del corazón”) y la
muerte (“No te mueras sin decirme a dónde vas”). Entonces, tres conceptos
salidos de los mismos diálogos de los personajes (la más sincera
caracterización de dos jóvenes, con la ausencia de gestos “falsificados”),
invitan (a mi juicio) a la siguiente lectura del filme:
1.-
Cuando Eloy sentencia “Nos muertos no necesitan leer para enterarse de las
cosas”. Aquí Subiela confronta la relación del joven con su padre fallecido
(“El espíritu de papá viene las noches a casa”) y ofrece una lectura de las
relaciones padre e hijo, desde la perspectiva de la necesidad de sentir al ser
adorado y la sabiduría de la vida. Su metáfora esclarece el sentido propio de
aquellos seres ya desparecidos (La escena de la bicicleta y los señores pegados
a la pared con sus tics).
2.-
El diálogo de Elvira cuando sentencia que “No quiero ver a Dios después de
muerta, quiero verlo aquí en la vida. ¡Vamos a buscarlo!”. Y es la primera
escena de amor que sublima esta idea y confiere a la historia la ausencia de la
metáfora para aproximarnos al goce los cuerpos. Ya en esta escena, vino a mi
memoria el diálogo en la “La hija del caníbal”, de Antonio Serrano, cuando
Lucía (Cecilia Roth) al ser amada por un joven, piensa: “El cielo si es que
existe, debería ser un instante de sexo detenido”.
3.-
Cuando se asevera que “las debilidades” podría compararse a “las formas
defectuosas de andar”. Con metáforas visuales, introduce “ese andar” por la
vida en todos sus senderos. Aunque sea en el cuerpo de Elvira, donde arriba de
sus nalgas se lee el tatuaje: “Comienza una nueva vida”, en un acto en que la
pareja se untan de aceite antes de comenzar el sutil juego de hacer el amor,
siempre dirigido por ella.
Podríamos
sentenciar que esta película, lleva al Subiela de siempre. Un cine para
disfrutar de su plasticidad de la imagen y su música, pero también para pensar
un poco, sobre lo que parece ya no interesar al ser humano. Y no olvidar el
consejo del papá de Eloy: “En la vida siempre estarás diciendo adiós. ¡Qué eso
no te impida amar!”.
Gonzalo
Restrepo Sánchez
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