Sin resultar un tópico usual sobre la lucha entre el bien y
el mal, de entrada puede considerarse un buen arranque la trama de “La torre
oscura”. Y es que ante el trasfondo de una solemne torre que protege el
universo; alguien llamado "el
hombre de negro". Un Roland, solitario y quizá maldito, que conoce a Jake,
un chico de Nueva York. Son los personajes
(y otros) sobre quienes se plantea la verosimilitud de esta historia apocalíptica.
Si bien la película resulta ser un híbrido entre un «western» y ribetes
galácticos, la película es un viaje o mejor un sueño (perdón por el spoiler,
sobre las visiones de un destino amenazador que angustian los espejismos de
alguien como Jake Chambers —Tom Taylor—) a un mundo extraño y alejado que
pueblan pistoleros negros, un encrespado villano (McConaughey) y otros seres
extraños.
Las anteriores podrán ser las premisas de lo reciente de Stephen King (quien
debuto para el cine con la adaptación de «Carrie». Además evocamos de su mente
prodigiosa, títulos como «El resplandor», «La zona muerta», «Cujo», «Misery»,
«It» y «Dolores Claiborne» entre otros). De manera pues que este reciente King
si bien entusiasma a sus seguidores; es más o menos lo que el director danés
Nikolaj Arcel a través de «The Dark
Tower», concibe: entrelazar elementos de los libros publicados por el escritor y
fraccionar toda su mitología lo suficiente como para agradarnos más.
La
música y el cine siempre han conservado una estrecha relación. Desde las
primitivas películas, en las que las melodías eran el único recurso sonoro que
se utilizaba para reforzar el significado de la interpretación de los actores,
hasta hoy día, en el que una notable cantidad de producciones musicales solo se
diseñan como una acción más dentro del método estratégico de lanzamiento y
mercadeo de algunas obras cinematográficas.
Y
es que después de más de cien años desde la aparición del cinematógrafo
(proyector de imágenes no sonoro) y algunos menos desde la aparición del sonoro
(1926-1927 según otros autores), el cine podría seguir considerándose un arte
de nuestro tiempo, ya que se trata de un “procedimiento técnico que permite al
hombre asir un aspecto del mundo: el dinamismo La música en el cine, o cómo una
relación simbiótica puede llegar a ser parasitaria. de la realidad visible”(GUBERN 1993:9).
Como
explicaría Charles Chaplin: “El arte cinematográfico se parece a la música más
que a cualquier otro arte”. Asimismo, la analogía entre la música y el cine es
(y valga la pena ser reiterativo) esencial al nacimiento de éste, puesto que
aunque se designara ‘cine mudo’, desde los cobertizos donde se proyectaba el
cinematógrafo de los hermanos Lumière, siempre se acompañó de efectos sonoros.
El narrador, que se encargaba de explicar y enfatizar ciertos momentos del filme,
era un elemento más de la representación que se debía tener en cuenta. A veces,
para vigorizar la función de esparcimiento de las primeras proyecciones
fílmicas, asimismo se podía topar una persona sentada frente al piano, para
entretener la velada e insistir en unos instantes del relato que precisaban un
toque extra de dramatismo.
De
todas formas, bien vale la pena traer a
colación en su noventa aniversario a la película “El cantor de jazz” (“The Jazz
Singer”). Dirigida por Alan Crosland en 1927, se estrenó el 6 de octubre de
dicho año en el cine Warner Bros. en Nueva York. Primero fue una obra musical
para teatro del autor estadounidense Samson Raphaelson, estrenada en Broadway
en 1925 y protagonizada por el actor y cantante George Jessel. Este iba a ser
el protagonista también del filme, pero las rígidas condiciones salariales que
pedía no fueron aceptadas y fue Al Jolson quien obtuvo el papel y quien se
pintara de negro, pues en aquella época los personajes negros en el teatro
estadounidense eran encarnados por actores blancos pintados. Blancos y negros
no podían mezclarse.
De
todas las canciones, Blue Skies (música y letra de Irving Berlin) es, sin duda,
la más recordada. De hecho, ya era un éxito bien conocido por muchos
espectadores. Berlin la había compuesto en 1926 para el musical de Richard
Rodgers y Lorenz Hart Betsy, estrenado ese mismo año.
“El
cantor de jazz” cuenta la fábula de una familia judía ultra ortodoxa en la que
el padre, el Rabino Rabinowitz, quiere que su único hijo continúe la tradición
familiar y se convierta en la quinta generación de rabinos. No obstante, el
personaje de marras lo que realmente quería era convertirse en un cantante de
jazz. Así que hoy rememoramos a este emblemático filme de la historia del cine
universal. ¡Enhorabuena para el cine! ¡Qué viva la música! (¡Y el cine, por
supuesto!).
A las más de dos horas que dura la película, nos presenta
de lado y lado (seres humanos y simios o viceversa), la meditación que siempre
hay alguien que tiene que asediar la vida, e inventar los inconvenientes (donde
antes no los había). Asimismo vale la pena rescatar de los hechos, más que a
través de las imágenes —apoyado en el lujoso trabajo fotográfico de Michael
Seresin, y amén de la pulcrísima banda sonora de Michael Giacchino—, el retrato
sincero con uno mismo.
Si
bien para esta película es mejor evitar el “spoiler” (contar asuntos de la
trama), Matt Reeves elige muy bien cuál es el tipo de guerra quiere simbolizar
en la pantalla. La guerra que plantea esta película no es la de los simios
contra los humanos o viceversa. “La Guerra del Planeta de los Simios” es la
guerra de César. La batalla de este personaje (igual que a cualquier ser
humano), es la que uno libra consigo mismo todos los días. La vida es combate,
guerra perenne, lucha y arrojo para lograr la meta. Y esto, lo queramos o no;
nos guste o nos disguste; nos demos o no cuenta de ello. El hombre (y para este
caso el simio César) es por naturaleza un ser combatiente: Nace con una misión
combativa y cumple su destino batallando, venciendo dificultades, resistencias
y fuerzas enemigas. Vivir es combatir.
En
este contexto, el simio César aduce a formar parte de la solución de los
problemas para evitar situaciones que puedan conducir a un caos (ya que él es
el líder de su grupo). De manera que esta nueva cinta de la saga, pienso que
está más próxima a "El planeta de los simios" (1968), ya que el punto de su fabulación se planta sobre el destino y
la conciencia de un ser viviente y guerrero como César. Vivere militare est,
“el vivir es guerrear”, sentencia Séneca en una de sus cartas. "Nuestro
corazón es un continuo campo de batalla", proclama San Agustín, el cual habla
con insistencia de la "guerra interior" y de la "pugna dentro de
ti" (pugna intra te ipsum).
De todas formas, el espectador sale
satisfecho, pues más en los simios que en los humanos, nos deja a personajes con mucha empatía. De
manera pues que estas míticas distopías, tiene tela para rato. Y es que todo el
éxito (de pronto) está en que el que idealiza: el público. Película pues
recomendable en la medida en que usted haya visto las que le preceden, ya que
la degustará más. ¡Claro! Que para todo público menos para niños.
Hay ajedrecistas que abandonan las partidas cuando las ven perdidas. No tienen la paciencia ni la disposición para tramitar y recibir la derrota. No parecen interesados por el fin sino por el juego, pero solo por aquel en el que tienen la expectativa de ganar. Viven como reiniciando la vida, forzando nuevas oportunidades. Eso hace Samuel, el protagonista de esta película, tanto en el juego como en su existencia, la cual parece estancada en ese bucle de reiniciar partidas, a la espera de ganar alguna.
Samuel tiene poco más de cincuenta años, es maestro de ajedrez y padre de una hija de la que poco se ocupa. Junto con dos amigos mayores que él, deambula por la ciudad y por la vida. Juegan, conversan y esperan lo que tal vez nunca va a llegar. Es una sensación de patetismo y declive que permanece con ellos, sobre todo con Samuel, durante casi todo el relato. No es la vida sino un sopor de ella.
Es una vida sin excitaciones, casi inmutable. Por eso, la fuerza de la película está, no tanto en un improbable argumento ni en la intensidad de un drama que no llega a concretarse, sino en la mirada que la directora hace de estos tres hombres y su cotidianidad. Ella sí parece con la sensibilidad y paciencia para percibir y tramitar esa lenta derrota. Y lo hace desde la construcción de personajes, los diálogos y la concepción visual.
Estos personajes están definidos, en principio, por sus oficios: el ajedrecista que ya no compite, el relojero de fina piñonería en un mundo digital y el médico homeópata jugador de póquer. Son personajes determinados más por sus carencias y marginalidad de un mundo que pasa raudo al lado de ellos. También definidos por su relación, una serena amistad guiada tanto por la solidaridad como por su mutuo reconocimiento como almas afines, a pesar de las evidentes diferencias.
Así mismo, los diálogos, que es donde más suceden cosas, se mueven con naturalidad entre los extremos de las nimiedades propias de la cotidianidad y las hondas reflexiones sobre la existencia y las relaciones interpersonales. Y lo mismo ocurre con el universo visual que encierra la parsimoniosa vida de estos tres hombres: es orgánico y lleno de detalles. Hay una suerte de filigrana en las imágenes, los objetos y los movimientos de los personajes que la cámara capta casi siempre con cuidado y desde una necesaria inmovilidad.
Natalia Santa hace aquí una película sobria, madura, aunque tal vez un poco distante emocionalmente, pero también de una tremenda sensibilidad para observar, describir y definir lo que es este mundo de tres hombres mayores que parecen estar en un prematuro crepúsculo de sus vidas. No obstante, siempre deja abierta la posibilidad de ganar una partida, o al menos de empezar otra cada que se les antoje.
Al inicio del filme el espectador
parece desorientarse en esta nueva película de Nolan (una obra maestra sin
lugar a dudas). Sin embargo, muy pronto tomamos el asunto por nuestros
sentimientos (los que genera una serie de juicios dramáticos, apoyados por la
música). Y es que “Dunkerque” está ordenada con base en
tres narraciones que acontecen en espacios y tiempo disímiles: tierra, mar y
aire (no olvidemos que la trama parte de la II Guerra Mundial, en las playas de
Dunkerque).
En estas tres ideas
espacio-temporales, todo intenta converger (evitando el morbo) en aspectos inquietantes
o dramáticos, ya que a la larga expresa la ideología del filme: La
supervivencia. Porque lo interesante en esta estructura no lineal, es que el
cineasta plantea un ritmo y tono preciso (que a veces nos ahoga en la voluntad).
Y es que los acontecimientos y circunstancias personales de soldados y
personajes alrededor de ellos, así se expresan.
De todas formas,Nolan
es así. Su talento en el discurso audiovisual, es el de una fijación por
alterar el ritmo cronológico supuesto de los hechos y las diferentes percepciones
y puntos de vista de los personajes que habitan cada espacio. Película pues
altamente recomendada.
Existen
filmes que al verlos una vez más resultan mucho mejor que cuando la primera
vez. Este es el caso del filme de 1970, “El botín de los valientes”. Cargada de
una buena dosis de cine bélico, comedia, robo, amistad, etc. El asunto nos
lleva a pensar que el mejor ejemplo de la combinación entre ladrones y soldados
en el cine, es la cinta "Los violentos de Kelly" (su título original)
y que inexorablemente nos remite a "Rififí" (1955) aunque trasladada a la
Francia de 1944. En este remembranza de la cinta francesa, es
destacable el nivel de detalle y exactitud con el que es descrito el atraco a
la joyería (en una secuencia de 32 minutos), donde el silencio, la ausencia de
música, la poca luz y la narración, crean magistralmente un clima de tensión,
que agarra al espectador hasta hacerlo cómplice de la acción.
Si
tenemos en cuenta que el saqueo en tiempos de guerra no es lo más correcto,
la calidad en el guion y la realización de esta cinta, nos permite establecer
parangones sobre una realidad cómica y de pronto elogiada en nuestro interior. Solo
baste ver el final de esta trama para aceptar dicha idea.
Además
y con base en lo anterior, no estamos frente a la propia película de guerra en
cuanto oímos la canción "Burning Bridges". Asimismo, los "héroes"
son un grupo de soldados enteramente hartos de unos mandos (ineficaces) que solo
piensan en sus beneficios.
El cineasta neoyorquino George A. Romero, maestro del terror de serie B y del género zombi gracias a la mítica película "Night of the Living Dead", falleció a los 77 años a causa de un cáncer de pulmón.
Según una declaración enviada al diario Los Angeles Times por el productor Peter Grunwald, socio de Romero desde hace tiempo, murió tras una "corta pero agresiva batalla con un cáncer de pulmón".
Romero falleció mientras escuchaba la música de una de sus películas favoritas, "The Quiet Man" (1952), con su esposa, Suzanne, y su hija, Tina, a su lado, según su familia, que no ha precisado dónde murió.
El cineasta dejó su impronta en el cine con "Night of the Living Dead" (1968), una obra de culto que influyó notoriamente en el posterior cine del género zombi.
Tras ella siguieron "Dawn of the Dead" (1978), "Day of the Dead" (1985), "Land of the Dead" (2005), "Diary of the Dead" (2007) y "Survival of the Dead" (2010).
Con aspecto de hippie con sus gruesas gafas negras y su larga coleta blanca, George Andrew Romero nació en el Bronx, en Nueva York, el 4 de febrero de 1940 y asistió a la Universidad Carnegie Mellon en Pittsburgh (Pensilvania), donde se graduó en Bellas Artes. http://www.ambito.com