La
música y el cine siempre han conservado una estrecha relación. Desde las
primitivas películas, en las que las melodías eran el único recurso sonoro que
se utilizaba para reforzar el significado de la interpretación de los actores,
hasta hoy día, en el que una notable cantidad de producciones musicales solo se
diseñan como una acción más dentro del método estratégico de lanzamiento y
mercadeo de algunas obras cinematográficas.
Y
es que después de más de cien años desde la aparición del cinematógrafo
(proyector de imágenes no sonoro) y algunos menos desde la aparición del sonoro
(1926-1927 según otros autores), el cine podría seguir considerándose un arte
de nuestro tiempo, ya que se trata de un “procedimiento técnico que permite al
hombre asir un aspecto del mundo: el dinamismo La música en el cine, o cómo una
relación simbiótica puede llegar a ser parasitaria. de la realidad visible”(GUBERN 1993:9).
Como
explicaría Charles Chaplin: “El arte cinematográfico se parece a la música más
que a cualquier otro arte”. Asimismo, la analogía entre la música y el cine es
(y valga la pena ser reiterativo) esencial al nacimiento de éste, puesto que
aunque se designara ‘cine mudo’, desde los cobertizos donde se proyectaba el
cinematógrafo de los hermanos Lumière, siempre se acompañó de efectos sonoros.
El narrador, que se encargaba de explicar y enfatizar ciertos momentos del filme,
era un elemento más de la representación que se debía tener en cuenta. A veces,
para vigorizar la función de esparcimiento de las primeras proyecciones
fílmicas, asimismo se podía topar una persona sentada frente al piano, para
entretener la velada e insistir en unos instantes del relato que precisaban un
toque extra de dramatismo.
De
todas formas, bien vale la pena traer a
colación en su noventa aniversario a la película “El cantor de jazz” (“The Jazz
Singer”). Dirigida por Alan Crosland en 1927, se estrenó el 6 de octubre de
dicho año en el cine Warner Bros. en Nueva York. Primero fue una obra musical
para teatro del autor estadounidense Samson Raphaelson, estrenada en Broadway
en 1925 y protagonizada por el actor y cantante George Jessel. Este iba a ser
el protagonista también del filme, pero las rígidas condiciones salariales que
pedía no fueron aceptadas y fue Al Jolson quien obtuvo el papel y quien se
pintara de negro, pues en aquella época los personajes negros en el teatro
estadounidense eran encarnados por actores blancos pintados. Blancos y negros
no podían mezclarse.
De
todas las canciones, Blue Skies (música y letra de Irving Berlin) es, sin duda,
la más recordada. De hecho, ya era un éxito bien conocido por muchos
espectadores. Berlin la había compuesto en 1926 para el musical de Richard
Rodgers y Lorenz Hart Betsy, estrenado ese mismo año.
“El
cantor de jazz” cuenta la fábula de una familia judía ultra ortodoxa en la que
el padre, el Rabino Rabinowitz, quiere que su único hijo continúe la tradición
familiar y se convierta en la quinta generación de rabinos. No obstante, el
personaje de marras lo que realmente quería era convertirse en un cantante de
jazz. Así que hoy rememoramos a este emblemático filme de la historia del cine
universal. ¡Enhorabuena para el cine! ¡Qué viva la música! (¡Y el cine, por
supuesto!).