“El hombre invisible” es una novela de ciencia ficción
escrita por H.G. Wells. La fábula del escritor fue inicialmente divulgada por
capítulos en la revista “Pearson's Magazine” en 1897 y publicada como novela el
mismo año. Narra la historia de Kemp, un joven y ambicioso científico que investiga
cómo hacer que las cosas y los seres vivos se tornen invisibles.
Si
bien esto se observa desde un punto de vista físico, es igualmente, un punto de vista moral. Wells
podría haber escrito el mito romántico —del hombre invisible—, convertirlo en
una alegoría de nuestra infranqueable soledad o enajenación y hacer de él un
rebelde que se opone a una sociedad farsante o vengativa, aunque en realidad el
autor nos presenta a un personaje que es todo lo contrario y lo convierte en un
hombre tirano e invisible —un hombre fáustico.
Y es que este hombre invisible ha alcanzado, al igual
que Drácula o Frankenstein, un lugar en el imaginario del mundo literario y,
desde siempre, dando forma terminante a uno de los impulsos que habrían de
tener más notoriedad y, en ese semblante, hacerse una terrible —y no es
exageración— realidad: el uso instintivo del conocimiento científico y las derivaciones
funestas de ponerlo a favor de causas egoístas o ilegítimas.
La película que hoy nos ocupa, está basada pues en la
novela por entregas en el año 1897, del escritor H. G. Wells. Así que en esta enésima adaptación audiovisual de la novela del
escritor, la cineasta Leigh Whannell realiza un buen guion y una dirección al
servicio de la trama, creando una intriga psicológica con tintes de terror.
Otro aspecto a destacar de las dos horas que dura esta cinta, es el talento de la
actriz Elisabeth Moss en el roll de Cecilia Kass y que amplía las cualidades
del filme con una actuación excelente. Y es que en su circunstancia de un ser
prácticamente enjaulado —prefiero no cometer spoilers—, resuelve con valentía
todos sus pormenores personales. Lo paradójico de todo esto es que de un mundo
amplio de espacios, por momentos la chica termina encerrada en ellos.
Sin necesidad de monstruos y una excelente música
extradiegética, estamos pues ante una cinta que
presenta al hombre invisible como un asaltante vehemente y un ser que puede
agredir en cualquier momento, creando una alta dosis de miedo y tensión. Hasta sus elipsis visuales —confinadas en una
mansión—, la luz —y su ausencia—, provocan en el espectador todas las
reacciones habidas y por haber.
Así
que nadie mejor que el
director de fotografía Stefan Duscio para proporcionar al personaje Cecilia,
nada de dudas, doble moralidad y oscuridad; además ningún subconsciente erótico
de los momentos entre el hombre invisible y ella, aunque dicho personaje
invisible otorgue al espectador cierto de ánimo de paranoia que deje sin
respiración.
Gonzalo Restrepo Sánchez
visite: www.elcinesinirmaslejos.com.co