Se cuenta la historia real de Olfa
Hamrouni, la mujer que consiguió la fama de forma muy penetrante, cuando en
2016 atacó al gobierno Túnez por no imposibilitar que dos de sus cuatro hijas
se unieran al Estado Islámico. Claro que todo es contado a través de un
metalenguaje (el cine dentro del cine). En el transcurso de la historia del
cine se han filmado muchas cintas que o bien exploran los secretos, disputas y
quimeras que suelen tener lugar en un set de rodaje, o bien, lo esgrimen como
aposento de tentativas en la que observar cómo se ejecutan crueles abusos de
poder (para que el amor se convierta en odio) o para que el ser humano pierda
la cabeza por completo (Gaspar Noé, en Lux Aeterna, 2019).
Las voces en off del filme y las
revelaciones mirando a cámara por momentos apuestan a todo el nervio de unas
escenas (y hay que reconocerlo) son reiteradas. De todas formas, hay que estar
pendiente de los diálogos en algunos momentos para alcanzar la sutileza como conector que neutraliza el empuje
entusiasta.
Mostrado entonces este juego de una
narración dentro de otra narración, las interacciones entre los personajes
momentos, casi que al instante revelan un texto y un subtexto que se irán
solidificando gradualmente. Conforme avanzan las escenas, la tensión acerca de
lo que cada uno oculta de sus propias vivencias, y cada línea de diálogo
repetida expresa “las heridas” (en el sentido de actos y omisiones) o a lo
mejor y es la constante: impulsos diferentes pero ineludiblemente conexos.