Para empezar dos ideas que surgen de nuestro cine colombiano
(ese que nunca llegará a las salas de cine comerciales). Primera, a modo de la
avant-garde cinematográfica, hay una serie de películas que serán el reflejo de
su tiempo (“Carropasajero”, por ejemplo). Y para ese nuevo habitante de sala de
cine, colombiano, recordar lo que dijo el fotógrafo y pintor húngaro
Moholy-Nagy, cuando aseveraba que “el analfabeto del mañana no será aquel que
no sepa leer o escribir, sino aquel que no sepa nada de fotografía”.
Pero por otro lado, ese ser memoria-cine vincula
la realidad, no obstante, no todos las películas se muevan —a priori—, bajo el interés
de difundir el pasado o presente con carácter reflexivo. “Como objeto de su
tiempo, una película concentra información relevante que nos acerca al periodo
en el que se produce, aunque debamos tener siempre presente que toda imagen
técnica, a pesar de su aparente objetividad (…) no deja de ser una
representación de la realidad que responde a motivaciones estéticas,
ideológicas o culturales de su autor o comitente”.
Y segundo, el cine es arte,
tecnología, medio de comunicación y asimismo un inicio de comprensión y
sensatez por ser un objeto de su tiempo que irradia, a través de un relato
visual, no solo temáticas establecidas, sino las ansiedades y desvelos de su contemporaneidad.
Tomo este punto de partida para mi análisis de la excelente película de la
cineasta Yennifer Uribe Alzate.
Y segundo, el cine es arte,
tecnología, medio de comunicación y asimismo un inicio de comprensión y
sensatez por ser un objeto de su tiempo que irradia, a través de un relato
visual, no solo temáticas establecidas, sino las ansiedades y desvelos de su contemporaneidad.
Tomo este punto de partida para mi análisis de la excelente película de la
cineasta Yennifer Uribe Alzate.
La
película donde a través de Sandra (una mujer trabajadora, joven, madre soltera)
se enfrenta a sí misma, a esa especie de sinsabores con su sexo y su relación
con su hijo, y su amante. Lo que Sandra nos permite discernir es que los
personajes
e interlocutores ya no son héroes como en el cine clásico, ni sujetos del común
como en el cine moderno, son anti-héroes, y casi [digo casi] que podría exponer
algo así como de las historias sobre los contrarios como protagonistas.
En
lo estrictamente cinematográfico, el montaje no es rápido y pendenciero donde “el
corte” es algo manifiesto, pero de eso se trata, dada la vida de Sandra. Y es
que sobre el filme y sus personajes, los temas tratados son preferidos de todos
aquellos que critican precisamente la vida interior de cada quien. Sin el regocijo
por apresar un nuevo espacio en el mundo y sin el recelo a desvelar su
identidad, surge un sentimiento de quietud sin neurosis. Aunque creería que
Sandra pareciese que tiene una naturaleza así de particular y que se libera sin
tener que desvelar su verdadero rostro.
La
relación entre Sandra y quienes están a su alrededor conservará y creería en un
alto porcentaje el tratamiento del arco clásico del melodrama. No obstante, las
actitudes entre los protagonistas se vuelven cada menos resplandeciente. Por
una razón fundamental: la joven madre extrapolará su propia aprobación al mundo
y este, salvo excepciones, Sandra está convencida que la envolverá y abrigará.
Por
otro lado, el filme invita a reflexionar que la quimera en ciertos aspectos de
la vida no necesita ilusiones. Lo que sí es invariable en la película de la
cineasta Jennifer Uribe Alzate es su compasión para —por muy singular— un “paisaje
retratado”, y saber seducir su beldad esencial: aquella que a la vista de
cualquiera que quiera fijarse; la ausencia de desengaño, y de sinsabores que
lleve a una nostalgia del ser como tal.
Referencia
De las Heras, B.
(2022). Cuando la forma se convierte en fondo. La avant-garde cinematográfica
como reflejo de su tiempo, Hispania Nova,
1 Extraordinario, pp.13-40. DOI: https://doi.org/10.20318/hn.2022.6973