Lo primero que habría que decir es que la actriz Marisa Abela encarna más que suficiente el roll de la cantante. En este sentido el personaje es creíble dada la complejidad del mismo. Y aclarando algunas ideas, primero rotular que “Back to Black”, el álbum de 2006 que da título a la película biográfica de Amy Winehouse, es un disco establecido sobre una atenta refutación alrededor del alma de la cantante y su manera de amar (su única forma de mar).
Los seguidores de Emy nunca saldrán defraudados, y es lo
que importa para quienes seguimos la música de la cantante. Y para ultimar si
bien, hay mucho más por expresar, que más que disimular, acotar que el guionista
Matt Greenhalgh un especialista quizá en películas biográficas, se ha reunido
con Sam Taylor-Johnson, quien hizo su debut cinematográfico en 2009 con su
guión de los primeros años de John Lennon, “Nowhere Boy”.
La voz de Winehouse y las leyendas del jazz como Sarah
Vaughan y Billie Holiday son los dioses de ese olimpo. Sin embargo, cuando
escuchas las letras de las canciones de Amy, entendemos no solo son tan “reales”
como la medianoche, sino la “realidad” de la misma cantante y lo reafirmo.
Respecto a su composición “Rehab” (“Rehabilitación”) que es la canción
principal del álbum “Back to Black”, debe ser a ciencia cierta, la tonadilla
más alegre jamás grabada sobre un adicto a las drogas y al alcohol que convierte
todo por momentos en un desastre de vida (por aquello del sus amores y
desamores).
Los dos primeros tercios quizá de la película resultan
un poco desafiantes a una estructura sobre la personalidad de la cantante, pero
es que ella es así de compleja, debido a su naturaleza y todo sumado a las
drogas. Amy graba su primer
álbum, “Frank” (2003), como un disco de jazz seriamente acordado a estar más
como es ella. Le interesa más la música, ya que el dinero no le importa (así lo
expresa uno de sus diálogos en el filme). El álbum lleva el calificativo de su
ídolo, Frank Sinatra (si bien, la película jamás nos da huellas sobre eso). A
la larga, ella quiere hacerlo a su real entender y sentir.
Si conocemos a Amy en su juventud, es comparativamente
más correcta y respetable, aún antes de un piercing en el labio superior, y
antes de hallar su semblante particular (y de rímel presuroso). Señalar que una
joven judía del distrito Camden de Londres, y devota de Nan Cynthia (Lesley
Manville), una ex cantante de un club nocturno de los años 50 a quien
finalmente le quitará ese peinado de época y con la que siempre reconoceremos a
Amy.
Entonces, si prorrogamos un tipo de historia (o
historias) de amores apurados de Amy: logramos trazar que todo es solidariamente
abusivo, difícilmente chiflado y que vence a Amy en sus, cada vez execrables
adicciones a las drogas (muchos de sus conciertos los hacía bajo el efecto del
alcohol). Taylor-Johnson esgrime pues el melodrama de la pareja (Amy y su
esposo) como un ancla poderosa. La película a ciencia cierta será examinada desde el
punto de vista de cómo evitar el juego de la culpa y el error. Mientras que
Amy, en el documental de 2015 de Asif Kapadia, rotulaba, entre otros, a su
progenitor por exprimir su carrera discográfica y no tener en cuenta sus
principales logros. Las tres canciones de Amy con la termina el filme parece
indicarlo todo, escúchela y después hablamos.