martes, 23 de abril de 2024

Las cuatro hijas

 Una historia que se puede resumir bien pronto, pero que deja una excelente oportunidad de analizar muchas cosas de nuestro mundo contemporáneo. La tunecina Kaouther Ben Hania cuenta la desdicha a una madre y sus cuatro hijas. Así que esta cinta de Ben Hania, es una merecidísima heredera de aquellos otros cineastas que “se atrevieron” sobre esa idea de identidad en el mundo islámico. La directora de “El hombre que vendió su piel” plantea algo similar. Tal vez no tan afanoso, pero igual de insinuante, chocante, seductor y fascinante. Todo en uno.

Se cuenta la historia real de Olfa Hamrouni, la mujer que consiguió la fama de forma muy penetrante, cuando en 2016 atacó al gobierno Túnez por no imposibilitar que dos de sus cuatro hijas se unieran al Estado Islámico. Claro que todo es contado a través de un metalenguaje (el cine dentro del cine). En el transcurso de la historia del cine se han filmado muchas cintas que o bien exploran los secretos, disputas y quimeras que suelen tener lugar en un set de rodaje, o bien, lo esgrimen como aposento de tentativas en la que observar cómo se ejecutan crueles abusos de poder (para que el amor se convierta en odio) o para que el ser humano pierda la cabeza por completo (Gaspar Noé, en Lux Aeterna, 2019).

Las voces en off del filme y las revelaciones mirando a cámara por momentos apuestan a todo el nervio de unas escenas (y hay que reconocerlo) son reiteradas. De todas formas, hay que estar pendiente de los diálogos en algunos momentos para alcanzar la sutileza como conector que neutraliza el empuje entusiasta.

Mostrado entonces este juego de una narración dentro de otra narración, las interacciones entre los personajes momentos, casi que al instante revelan un texto y un subtexto que se irán solidificando gradualmente. Conforme avanzan las escenas, la tensión acerca de lo que cada uno oculta de sus propias vivencias, y cada línea de diálogo repetida expresa “las heridas” (en el sentido de actos y omisiones) o a lo mejor y es la constante: impulsos diferentes pero ineludiblemente conexos.