La principal razón a la hora de elegir ver un filme,
es el crédito del director. Es el caso de Walter Hill en este su reciente
película y no dejo de repasar mi cinefilia por el octogenario director de cine.
Su primer western lo abordó por primera vez el cine con en “Forajidos de
leyenda”, un homenaje al Nicholas Ray de “La verdadera historia de Jesse
James”, otros filmes que recuerdo son: “The Warriors” o “Límite: 48 horas”.
Seis años llevaba Walter Hill sin ponerse tras una
cámara, diecisiete sin dirigir un western y 39 años sin trabajar con Willem
Dafoe, un actor cuya carrera [según otros críticos de cine] no habría sido la
misma, sin su papel de villano en “Calles de fuego”. Con base en lo anterior, “El
cazador de recompensas” (“Dead for a
dollar”) tal vez fuera creada como liberación de un autor, cuya carrera —brillante tiempo atrás—, parece ahora evocar
sus buenas maneras de hacer cine, en mi opinión.
Respecto al filme que hoy nos ocupa, su argumento y
los personajes, aún conservan los
prototipos de un género muy empapado por el tiempo: el cazarrecompensas, el
asesino que busca venganza, la dama de un hombre rico raptada, bandoleros, el
duelo, y ese catálogo de frases muy del género [y que no pierden su fuerza]. Además,
de cierto modo se circunscriben en la historia, algunos manuales algo conmovedores
como los asuntos racistas o militares que le dan un aspecto de cordura sin fin.
Dos créditos actorales merecen especial atención en
este filme, que considero buenos en la estructura no solo dramática, sino
rítmica y género. Christoph Waltz, en un papel muy identificable, como insolente
servidor de la Ley, oportuno y justo de miramientos, y Willem Dafoe, recubierto,
como a él le sienta: un interlocutor sin atisbo de moral. Mientras que la
actriz Rachel Brosnahan acomoda un tipo de mujer de wéstern más cercana al género
y le resulta útil así a la trama.
Al final se le rinde un homenaje a uno
de los grandes maestros del western de serie B, Budd Boetticher, al que brinda
el filme, y un guion en un cierto ánimo
crepuscular, con todas las exigencias de un cine modesto, sin esa economía narrativa de Boetticher. Hill acierta
en sus paradojas [un duelo de látigos], y en crear una vaga sensación final
para todos predecible. Budd Boetticher decía que había aprendido a hacer cine
viendo sus malas películas. Hill sigue aprendiendo a pesar de su
distanciamiento con el séptimo arte, con las buenas y hasta malas.