viernes, 16 de junio de 2023

Dead for a dollar de walter Hill

 


La principal razón a la hora de elegir ver un filme, es el crédito del director. Es el caso de Walter Hill en este su reciente película y no dejo de repasar mi cinefilia por el octogenario director de cine. Su primer western lo abordó por primera vez el cine con en “Forajidos de leyenda”, un homenaje al Nicholas Ray de “La verdadera historia de Jesse James”, otros filmes que recuerdo son: “The Warriors” o “Límite: 48 horas”.

Seis años llevaba Walter Hill sin ponerse tras una cámara, diecisiete sin dirigir un western y 39 años sin trabajar con Willem Dafoe, un actor cuya carrera [según otros críticos de cine] no habría sido la misma, sin su papel de villano en “Calles de fuego”. Con base en lo anterior, “El cazador de recompensas” (“Dead  for a dollar”) tal vez fuera creada como liberación de un autor, cuya carrera  —brillante tiempo atrás—, parece ahora evocar sus buenas maneras de hacer cine, en mi opinión.

Respecto al filme que hoy nos ocupa, su argumento y los personajes,  aún conservan los prototipos de un género muy empapado por el tiempo: el cazarrecompensas, el asesino que busca venganza, la dama de un hombre rico raptada, bandoleros, el duelo, y ese catálogo de frases muy del género [y que no pierden su fuerza]. Además, de cierto modo se circunscriben en la historia, algunos manuales algo conmovedores como los asuntos racistas o militares que le dan un aspecto de cordura sin fin.

Dos créditos actorales merecen especial atención en este filme, que considero buenos en la estructura no solo dramática, sino rítmica y género. Christoph Waltz, en un papel muy identificable, como insolente servidor de la Ley, oportuno y justo de miramientos, y Willem Dafoe, recubierto, como a él le sienta: un interlocutor sin atisbo de moral. Mientras que la actriz Rachel Brosnahan acomoda un tipo de mujer de wéstern más cercana al género y le resulta útil así a la trama.

Al final se le rinde un homenaje a uno de los grandes maestros del western de serie B, Budd Boetticher, al que brinda el filme,  y un guion en un cierto ánimo crepuscular, con todas las exigencias de un cine modesto, sin esa  economía narrativa de Boetticher. Hill acierta en sus paradojas [un duelo de látigos], y en crear una vaga sensación final para todos predecible. Budd Boetticher decía que había aprendido a hacer cine viendo sus malas películas. Hill sigue aprendiendo a pesar de su distanciamiento con el séptimo arte, con las buenas y hasta malas.