Si comunicarnos a través de la música fuera una norma cotidiana, a lo mejor todo sería distinto. En esta oportunidad, la idea básica de esta película es ver como un padre [músico] descubre que con la música de Chaikovski puede entablar comunicación con su hijo autista. Sobre el tema del autismo el cine tiene grandes ejemplos y filmes muy interesantes.
El
cine latinoamericano no ha sido muy prolífico en este tema, pero a través de
esta película mexicana del cineasta Rodrigo Arnaz, deja una enternecedora cinta. Si bien,
algo de cliché en algunos momentos de la diégesis; lo que no ocurre precisamente
con la música que acompaña las escenas. Un relato pues expectante en cierta
forma, pero con una mirada aturdida por parte del padre del niño autista, que
es muy probable que no terminemos de concebir en toda su magnitud hasta bien
avanzada la película; en el sentido de encontrar un callejón con salida a todas
sus angustias [equiparándose por momentos, con los de su músico favorito Chaikovski].
A
través de una cimentación sonora envolvente, “La vida en silencio” consigue
además que “el paisaje urbano”, y otros personajes alrededor del padre del niño
autista; sea lo de menos, pese a que puedan parecer una amenaza real, frente a
unos precisamente interlocutores por momentos rigurosos. Poco a poco, a pesar
que todo [el amor y hasta el mismo desafecto] se va colando entre las grietas
de una cotidianidad, también, va paso a paso distanciada de todo.
La
verdadera victoria de esta película, es la turbación [y hasta el desconcierto] que
llega a trasferir la pantalla para tocar a las espectadoras. Que este abatimiento,
casi general, con la que todos [acompañando en nuestra imaginación o no, el destino
de los personajes] logramos sentirnos referidos [si bien no es el vocablo más
exacto]; cuando coexista una cierta desobediencia de querer romper la rutina, a
pesar de ciertos momentos antes de llegar a “ese final” [en cierto modo
existencial]: todo es posible resignificar y dar nueva vida.