En la historia del cine [y francés] la obra de
Alejandro Dumas, nunca ha dejado de estar vigente en las salas de cine y las
razones son varias, y que intentaremos descubrir a través de la más reciente
adaptación a la pantalla [la primera fue dirigida por Fred Niblo y
protagonizada por Douglas Fairbanks, en 1921]. Por lo pronto, recordar a los
protagonistas Athos (Vincent Cassel), Porthos (Pio Marmaï) y Aramis (Romain
Duris) y D'Artagnan (François Civil) un intrépido joven, es dado por muerto
tras intentar salvar a una joven de ser secuestrada.
A la gran obra del escritor Alejandro Dumas le ha
tocado la gran suerte de ser favorita en el mundo occidental [igual a los
mosqueteros que al Conde de Montecristo]. Y frente a esta realidad, una vez más
el cine francés la eleva a una nueva ‘grandeur’ y como una gran
superproducción. Lo que se estrena en el planeta es, digamos, la primera mitad,
de la película, recordándonos el actual sentimiento de ese síndrome “continuará”.
A la par de las miniseries que hay en boga.
Ante una acotación y anécdota literaria, no deja de
ser claro quien descubrió primero [si historiador Auguste Maquet o Dumas] las “Memorias
de D´Artagnan” (1700), de Gatien de Courtilz de Sandras, la obra que inspiró “Los
tres mosqueteros”. De todas formas, lo que si puede dejar claro es que “El
vizconde de Braglonne”, una de las novelas favoritas de Oscar Wilde, “Los tres
mosqueteros”, y otros trabajos suyos como “La reina Margot”, se muestran al
lector como un río impetuoso de palabras, nutrido por esas fuentes en las que
la Historia y las leyendas se entrelazan en un tapiz muy tentador para el
lector de la época.
Dumas, acuerda recordarlo, se ilustró por su cuenta,
leyendo el teatro de Shakespeare y observando las representaciones que de sus
obras, disponía y habilitaba la Comédie française en París. Además, y entre las
lecturas de Dumas se hallaban las comedias de los dramaturgos franceses
Marivaux [“Los sorprendentes efectos de la simpatía”] y Beaumarchais [“Las
bodas de Fígaro”], la poética e ideas de Voltaire y las novelas eróticas de
Choderlos de Laclos. Entonces ¿Qué es lo que hace que “Los tres mosqueteros”
siga galopando en las salas de cine con éxito? La amistad sincera [aunque suene
a pleonasmo, ya que de por sí, la amistad debe serlo], la intriga, el ritmo y
el aire de trama política, religiosa y bélica que se sigue con interés y,
obviamente a su favor, ese aire de entretenida; que le hace bien a la atmósfera
sombría de la historia, acompañada de esos rostros icásticos de los
mosqueteros.
Sin spoilers se puede contar que todo comienza en el siglo
XVII, en Francia. Donde la reina infiel [y patriótica] se entiende con el duque
de Buckingham, el archienemigo británico de su esposo, el rey Luis XIII. Un
tipo bien intencionado, frágil, de carácter indeciso [encarnado en esta ocasión
por Louis Garrel]. Inclusive, cuando se comparte plano con otro personaje,
queda claro que la notable compañía con la que podrá contar, va a ser la de su
propio reflejo, si bien, no hay espejos en la escena. Además, filme, donde la
mujer sobrelleva una y otra vez, los débiles efectos de existir en un mundo que
se desmorona, pues nada en él pareciese ser lógico. ¡Ah! Y un rey en manos del
cardenal Richelieu, y de un Estado a punto de ceder en una nueva y fratricida
ofensiva de religión.
Se compensa entonces que sentado frente a la butaca
las dos horas que dura la cinta en su proyección, en este tipo de cine [clásicos
de capa y espada, de aventuras y la propia novela], nos lleve de las emociones
a acentuar temas que hoy logren gozar de más notabilidad y amistad, más simpatía
y lealtad [que patriotismo monárquico]: “todos para uno” que “uno para todos”.