La reciente película de Steven Spielberg más que un filme para todos los públicos, es una visión al universo distópico y las nuevas tecnologías. Tomando como base el presente de un adolescente, la trama siempre nos lleva a un futuro (en algunos momentos) tan halagador como sombrío. Además, con remembranzas cinéfilas (la escena del baile de “fiebre de sábado noche”), todos estamos atentos a la imaginación y su paso de lo real a lo precisamente imaginario (“Oasis”).
No debe pues sorprender este filme de Spielberg que, en esta trepidante aventura del joven Wade Watts y que en una lectura más profunda, la relación utopía y distopía, eludiendo la ucronía, hay acontecer paralelo e inaccesible al individuo común. La historia y el progreso no se alejan de la ritualidad política y de la vida social.
A través de esta curiosa fórmula consistente en considerar la sincronización del relato como elemento integrante del futuro, la descripción del mundo en el filme, consigue este no menos curioso resultado: ser actual a través de su propia distopía. Spielberg se preocupó de narrar los aciertos del progreso tecnológico y de cualquier signo anticipatorio que pudiera abrir (como a Watts, por poner un ejemplo).
En esta ciencia ficción que rebosa en la frondosa creatividad, las perspectivas a la imaginación de la novela que fue adaptada, sometió la fantasía de los guionistas para elaborar una película fuera de serie, sin tono político y moral. Es esto lo que evidentemente interesa. Y para ratificarlo no deja prácticamente resquicio a que el espectador se pueda detener a interpretar.
Gonzalo Restrepo Sánchez
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