Hay
que quitarse el sombrero a Mel Gibson en esta nueva película de carácter bélico
donde no decae su interés en ningún momento, para hablar de, no solo un hombre
llamado Desmond Doss (un Andrew Garfield que lo caracteriza a la perfección) y su infinita fortaleza en Dios y bondad hacia
los demás, sino a la larga una metáfora para estos tiempos en que vivimos,
donde bien valdría la pena (sin ego alguno), tener la fortaleza “salvar” más de
una vida de tanto en contra para un buen sentir a Dios (una guerra es ir en
contra de Él).
Pero
al margen de esta condición religiosa de mi parte, qué duda cabe que estamos
ante una cinta cargada de buen criterio cinematográfico y de un realismo si se
quiere extremo, para acentuar con mayúscula la construcción de secuencias con
rigor para no poner en tela de juicio a Dios ni a Doss (su saber religioso y
sus ideologías —como objetor de conciencia—no le frenaron la idea de embarcarse
en ayudar a su país como médico).
Este
es un filme para elogiarlo desde todo punto de vista. Pero de pronto lo que más
puede llegar al corazón de todo espectador sobre el personaje Doss, donde Gibson
recrea su infancia, adolescencia, su enamoramiento juvenil y un pasado nebuloso
que vivió a causa de un padre alcohólico (hundido por recuerdos de un conflicto
bélico mundial), es una condición de “elegido” para salvar vidas, pero si lo
quiere ver más crudo, el valor de enfrentar tanta “bala y bomba” (entienda la
metáfora).
Gonzalo Restrepo Sánchez
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