Si en mejores momentos del
drama cinematográfico son aquellos en los que no hay nada que decir (en el cine
abundan los ejemplos, aunque de pronto más en los filmes de los años treintas),
qué duda cabe que en esta extraordinaria película de “Frantz”, François Ozon se inspira en ello y
con una elegante escritura visual, adapta una obra de Maurice Rostand, a la vez
que regresa a la cinta de Lubitsch “Remordimiento”.
Y es que la historia en este
caso específico, nos “habla” con acento y estilo cinematográfico (rodada en
blanco y negro) del sentimiento de culpa de un soldado francés que mató en la
trinchera a un ser que consideraba en su interior —por ventura— mucho más allá
de lo insospechable.
De manera que esta historia,
luce algo (o muy) íntima si tenemos en cuenta que los personajes ejes de la
historia: la novia del difunto, Anna —que la radiante Paula Beer interpreta en delicados
sentimientos—, Adrien (Pierre Niney) y Frantz (Anton von Lucke) añaden “dejar
ver sus pecados”, con algo de enigma, delicadeza y desgarro (que no descaro).