Barry Jenkins es un
desconocido cineasta, que en esta oportunidad examina la vida de los jóvenes
gays negros en entornos sociales difíciles adscritos a la vida social
norteamericana. Pero no es una reflexión sobre lo social en el mundo gay, es
una puesta en escena donde la vida interior del personaje (sin guiño a película
alguna parecida) marca el derrotero de descubrirse a sí mismo, y es que, el
cineasta esquivando con sabiduría los chiches de autodescubrimiento en este
tipo de personajes homosexuales, logra acertar en el interés por la historia.
Lo válido y observable en la
cinta y sobre todo en el personaje principal en ese camino de la búsqueda de
identidad —de pronto con algunos simbolismos—
no es precisamente el rechazo de la gente o no; es una condición a la
incomprensión de su madre, sus demonios interiores y sus contemporáneos a su
alrededor. Todo para señalar que su condición gay no bifurca en nada ajeno a su
realidad, sino los conflictos de un personaje (o sociedad) en medio de una
sociedad (o individuos) como la afroamericana, que es considerada desde siempre
por algunos como conservadora. Esto si tenemos en cuenta que antes de la Guerra
Civil (1860-1865) los esclavos africanos del sur de los Estados Unidos vivían
en una sociedad cristiana.
Pero bueno, una película
seria, que con una cámara firme y serena, plantea en su ideología un
"cosmos" como la vida gay, que no pertenece a una sola raza y que
como seres humanos que somos todos a la larga, la vida es así, y, en este caso
de la raza negra, sin la dicotomía que se establece entre la tradición
espiritual africana y los actuales modelos materialistas de interpretar la
significación cultural de ellos.
Gonzalo Restrepo Sánchez
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