Los primeros fotogramas de este film chileno se inicia con la siguiente frase en Off: “Al final de la película, Emilia muere y Julio se queda solo. Julio ya estaba solo desde hacía años, mucho antes de la muerte de Emilia”. ¿Qué logra el cineasta con esta advertencia advocada en la soledad?
Pues con el base en el
desarrollo del film (excelente en su primer tercio) y entendiendo que pocos han
leído a Proust, el film marca una tendencia del cine de autor en América Latina,
con una similitud en su textura con films españoles de nóveles cineastas. Me
refiero a esa sensación de quietud por la búsqueda en mi interior sobre qué declina
y que sigue siendo reciente. Y esto es válido en la medida en que las historias
no se colocan por encima de la otredad (un sentimiento de extrañeza que asalta
al hombre tarde o temprano, porque tarde o temprano toma, necesariamente,
conciencia de su individualidad).
Si usted mira así este
film (filmado en pocos espacios), podrá entender desde el comienzo, cuando
inclusive se menciona a Proust. En los elementos cinematográficos, de pronto
algunos diálogos más en lo novelesco (y es que a la larga se habla sobre la
novela, y baste recordar la escena de amor leyendo a “Madame Bovary”), sin
olvidar lo que implica el “Bonsái” (¿nunca muere?) en el artilugio de la
historia.
Gonzalo Restrepo Sánchez