Hace algo más de cien años que surgió quien, hasta que se
explique lo contrario, el primer vampiro cinematográfico (porque no debemos
olvidar al vampiro de Polidori en la literatura): el Conde Orlok (Max Schreck) protagonista
de “Nosferatu. Una sinfonía del horror” (1922). Una versión de “Drácula”, que
cambiaba nombres de interlocutores y escenas del libro, a fin de eludir el pago
de los derechos de autor. Cosa que no ocurrió, ya que Florence Stoker, viuda
del escritor, se negó.
Si F.W. Murnau viera su remake de “Nosferatu”, pues
volvería tranquilo a su tumba. Una propuesta del siglo XXI que ofrece todas las
garantías de un género y referente de cine alemán y bien hecho, donde se
cuenta la historia del conde Orlok —que es como Murnau llamó a su particular
Drácula— de cuya
mirada hipnótica enamora a sus víctimas. De él (Bill Skarsgård) y de la joven
pareja (Lily-Rose Depp y Nicholas Hoult) se entreteje y deriva toda esta
historia que es dirigida por Robert Eggers.
Nosferatu,
a la que primero Murnau y luego Herzog otorgaron nuevos puntos de vista desde
un acercamiento psicológico atado al subconsciente, es un devastador,
sanguinario y bestia primitiva. En las películas de ambos y la de Eggers, para
ser subyugados en última instancia por la fuerza (en el sentido de sentirse
atraída) de la mujer, es lo que permite a quienes no gustan de esta versión se
a la larga un palimpsesto.
En
lo particular, considero que Eggers trata
de reproducir una planificación frontal y los espacios asfixiantes y toma dos disposiciones
sutiles al respecto: rueda con celuloide —el grano aporta cohesión a la imagen—,
y rueda con tintados insólitos a través de filtros de color que, luego, retoca
y matiza (bajo este criterio rueda algunas escenas ciertamente atrayentes).
Sin
esconder Eggers nada que resulte refutable y con la máscara de ciudadano
maldito impecable que se había creado conde Orlok y que, a “fuerza de tanto
usarla”, había terminado por confundirse con su verdadero destino (el final del
filme y que no cometeré un insulso spoiler). Lo que quiero decir, es que la
certeza de la muerte desnuda a Orlok de cualquier tipo de retórica preciosista,
y desde el prisma subjetivo de su mirada, la verdadera historia de su vida.
Filme altamente recomendable.