De pronto, El director italiano apura con 'Parténope' su película más famosa e irritantemente personal. Pero de entrada me gustaría escribir un poco sobre el título del filme. «“Parténope” es una diosa de la mitología griega asociada con las sirenas y el canto hipnotizante. Según la leyenda, Parténope era una hermosa mujer que se ahogó en el mar por desamor y fue transformada en una criatura mitad mujer, mitad ave».
“Parténope” era estimada la más apacible y armoniosa de todas las sirenas. Se cree que habitaba en el Golfo de Nápoles, cerca de la ciudad italiana que lleva su nombre actualmente. De hecho, según la leyenda, ella fue quien dio origen al nombre Parténope.Ya respecto al filme (que arranca en 1950) y lo primero
que salta a la vista es la continua figura de una actriz llamada Celeste Dalla
Porta de una hermosura portentosa y atracción imborrable. Míresele del
cualquier plano, ella es un atractivo permanente. Desde aquellas miradas y
rostro de Ingrid Bergman, no me había vuelto a seducir una mirada cinematográficamente
hablando.
Ya centrándonos en la historia del cineasta Sorrentino, tiene
como mediadora a una bella fémina. Una mujer nacida en el agua, que vaga casi
como ese ser al parecer extasiado por fastuosos escenarios y por ostentosas moradas
de forma impasible y acceder a las pretensiones de cuantos jóvenes la cortejan.
Con una vocación laboriosa, de emociones reservadas, inaccesible en sus turbaciones
y de pensamientos muy de ella, es retratada por Sorrentino con toda la solidez
y pureza del lenguaje cinematográfico, y al mismo tiempo, ingresa en el interior (agrietado) de su protagonista
para desarrollar él su tradicional discurso acerca del sentido de la
existencia, su carácter fugaz, el paso del tiempo, y hasta de la muerte (el
hermano de Parthenope, que sentía una seducción incestuosa hacia ella, se
suicida, al no poder de sobrellevar los celos de verla con otro individuo.
¡Qué nada” Qué a la larga terminamos extenuados
de pura felicidad en esas “fiestas sin final” y nos dejamos llevar por los murmullos
cálidos de un horizonte divino. Y como dice el cinéfilo y amigo Henry Laguado “una
cierta mirada felliniana”, si bien, sabia. Sorrentino atrapa pues y da fuerza a
esa energía vital de la juventud con su lenguaje habitual: suaves travellings en
torno a los personajes y estructuras y contexturas armoniosas con un cielo azul
napolitano y cámara lenta que acentúan el carácter fugaz de esos gemidos del
ser humano como consecuencias.