El cineasta mexicano Guillermo del Toro ha convertido el
imaginario habitual en su acercamiento al Víctor Frankenstein y su criatura (interpretados
por Oscar Isaac y Jacob Elordi) con un componente un poco más realista en
relación con otras versiones cinematográficas sobre el personaje de marras.
En esta ocasión, del toro toma un guion interesante, a
partir de una con base en un tríptico. Primero un preludio situado en 1857, con
una embarcación varada en medio del hielo (se encuentra el cuerpo maltrecho de Víctor
y la presencia aterradora de su criatura). Segundo bloque donde observamos a
modo de Flash Back la vida de doctor Frankenstein y el tercero nos relata la
vida de la criatura.
La clave de todo está en que a partir del hecho de que la
cámara plasma un innegable mundo como el que observamos y nos brinda en este
caso tres puntos de vista en el tríptico ya señalado. Hay que reconocer, eso
sí, que casi este “dispositivo narrativo” (además del Flash back que igual apreciamos)
bebe de aquella fenomenología cinematográfica, recordando además —a modo de énfasis—,
la fenomenología francesa que surgió de Mitry, de Merleu-Ponty. ¿Qué quiere
esto decir? Que una vez observada la película, podemos atribuir experiencias
sensoriales en el contexto de la filosofía y la psicología (solo basta
determinar aquellos cineastas del género de la Hammer y los sentimientos entre personajes
como la criatura y Víctor de la obra de Mary Shelley).
Y es que una vez que nos hemos familiarizado a mirar “lo
que hay en el interior del encuadre”, y una vez que la vida nos va arrebatando
también la certeza en que las cosas siempre van a estar presentes ante
nosotros, surge una segunda lectura del funcionamiento del cine: aquello que no
se muestra, pero que simboliza (en este caso los sentimientos, anhelos y
emociones de la criatura hacia Frankenstein), y es la razón principal o el eje
sentimental —no exteriorizado durante el metraje— en esta buena película del
mexicano Guillermo del Toro.






