'Avatar
3' ya tiene su lugar en el calendario, y eso que solo hace unos meses que su
predecesora, 'Avatar: El sentido del agua', se estrenó en la gran pantalla (ya
nos preguntamos en qué se diferenciarán las futuras secuelas de 'Avatar').
Vistos los datos, nos queda claro que el mundo de Pandora seguirá creciendo en
manos de James Cameron, que hace honor a su título oficial de Rey del Mundo (o
de Hollywood) al crear una de las sagas más ambiciosas de nuestro tiempo.
'Terrifier 3' es una película que sigue la línea de sus predecesoras.
Tan salvajemente ajustada, que de pronto, nada tiene ni pies ni cabeza. Las
entregas anteriores, siempre firmadas por Damien Leone y con David Howard
Thornton, son igual de efímeras en nuestras mentes, aunque con algo de
miedo. Todo deriva tan desmadrado, tan al límite de lo sufrible, tan seriamente
entretenida en su visceral absurdo que el desafío cumple su tarea.
La
nueva película de Art the Clown se emplaza cinco años después de Terrifier 2. Y
con un flashback nos lleva a una Navidad que será poco comedida a una señal diferente.
Por un lado, tenemos al bufón asesino que ha anhelado su momento, y por otro a la protagonista interpretadaa por Lauren LaVera que aún, tolera las consecuencias
psicológicas de su encontronazo con él, al igual que su allegado.
Hay algo de arrojo en el arranque de “Terrifier 3” que es
puro embelesamiento: un horror esquelético, alérgico a la fábula, que instaura
una poesía de lo abyecto, y espinoso de hallar en ese cine de terror presente, y
que ayuda a apuntalar la iconicidad en la pertinente personificación de David
Howard Thornton, imitador de ese “infierno” extendiendo sus malas agitaciones
gracias a una subalterna diabólica.
Mientras tanto, el director Damien Leone simula examinar la
herida de perdurar a Art the Clown, y desdobla la alegoría sobrenatural que ya planteaba en
‘Terrifier 2’ (2022). Pero, nada de eso logra que el filme valga para nada más
que ser lo más asqueroso y nauseabunda posible y, por supuesto, tomar medidas
sobre el terreno para la inevitable ‘Terrifier 4’. Para quienes piensan que
todo cuanto el buen cine de terror requiere es una exuberancia grotesca de
sangre y matadero, entonces, es filme hoy señalado y analizado es exitoso.
Se cuenta la historia real de Olfa
Hamrouni, la mujer que consiguió la fama de forma muy penetrante, cuando en
2016 atacó al gobierno Túnez por no imposibilitar que dos de sus cuatro hijas
se unieran al Estado Islámico. Claro que todo es contado a través de un
metalenguaje (el cine dentro del cine). En el transcurso de la historia del
cine se han filmado muchas cintas que o bien exploran los secretos, disputas y
quimeras que suelen tener lugar en un set de rodaje, o bien, lo esgrimen como
aposento de tentativas en la que observar cómo se ejecutan crueles abusos de
poder (para que el amor se convierta en odio) o para que el ser humano pierda
la cabeza por completo (Gaspar Noé, en Lux Aeterna, 2019).
Las voces en off del filme y las
revelaciones mirando a cámara por momentos apuestan a todo el nervio de unas
escenas (y hay que reconocerlo) son reiteradas. De todas formas, hay que estar
pendiente de los diálogos en algunos momentos para alcanzarla sutileza como conector que neutraliza el empuje
entusiasta.
Mostrado entonces este juego de una
narración dentro de otra narración, las interacciones entre los personajes
momentos, casi que al instante revelan un texto y un subtexto que se irán
solidificando gradualmente. Conforme avanzan las escenas, la tensión acerca de
lo que cada uno oculta de sus propias vivencias, y cada línea de diálogo
repetida expresa “las heridas” (en el sentido de actos y omisiones) o a lo
mejor y es la constante: impulsos diferentes pero ineludiblemente conexos.
“A veces los corazones tienen sus propias
conversaciones” es una de las frases que cautiva esta excelente película, que
más que para niños, deja una adulta reflexión sobre las relaciones y adaptaciones
entre “seres” que habitamos un eco sistema, por más que queramos vivir como un “robot”.
Pero, también una lección de humanidad.
Al contrario de Wall-E, Rozzum 7134 o simplemente Roz,
una robot proyectada y programada para auxiliar en todo lo viable a su usuario
(la voz de Lupita Nyong’o), llega a una isla —un Jardín del Edén (o el Planeta
salvaje) —, donde todo lo observado es una valoración hacia las relaciones con
nuestro entorno y cargada de un buen proceder, aunque. Como siempre algún que
otro depredador se ponga por encima. Así que las moralejas, de hecho, se van acrecentando
a lo largo del metraje.
Habituados a películas con animales que hablan entre
sí, como si tal cosa, es abrumador el procedimiento narrativo de esta
adaptación de uno de los libros de Peter Brown, que nos consiente discernir el
lenguaje de los animales, por supuesto, algo tan maravilloso como debe ser: la
comunicación, siendo uno de los temas e interpelaciones que explora la
película, haciéndonos intuir cómo se erige una familia o una colectividad.
Otro asunto bien interesante en este filme es la razón
del alma y/o entorno del amor, rebasando, claro está, la avenencia entre las
especies, frente a la demoledora potencia humana. Si bien, podríamos escribir
que hay un montón de filmes dentro de “Robot salvaje”, la película cumple con
la función básica de dejarnos la inquietud de qué queremos realmente loa que
habitamos este planeta.
No solo es la mejor cinta de animación del año al
margen de meditaciones y reflexiones, es la mejor desde “El chico y la garza”,
del Miyazaki, y la productora de Spielberg, Dreamworks Animation.
Una de las razones por las que elegí esta cinta, es
por la actriz Jessica Chastain. Debo de reconocer su capacidad camaleónica y
todas sus pericias en el mejor de los sentidos, para que logremos (de cualquier
personajes que interprete) una gama de criterios sobre la personalidad y el
sentir de sus ofuscaciones.
Con primeros planos sobre personajes hablando a Silvia
sobre nuestros propios caminos, empieza un filme que desborda realidades
verdaderas, y una Jessica Chastain queengalana su personaje alrededor de sus cuitas y valores. Visto así el
asunto un melodrama en su justa medida.
Esta película dirigida porel mexicano Michel Franco plantea de entra
que somos nuestra memoria (con todas las disquisiciones psicológicas habidas y
por haber).De hecho, el punto de partida de la película insaciablemente desentrañada
tanto por Jessica Chastain como por Peter Sarsgaard es la eventualidad de dos
seres olvidadizos. Y por ello divididos. Silvia quiere olvidar un pasado de injusticias
que le lastima hasta más allá de la desesperanza (lo mejor de “Memory”) y el
segundo personaje puramente es engullido por el mal de la demencia.
Un
buen día Silvia se verá acosada por “él” sin saber muy bien por qué la persigue.
Y no lo sabe porque lo olvidó el acosador. Cuando emprendan a conocerse, y
hasta amarse, se dará el incidente tal vez algo forzado de que todo lo que ella
quiere es eliminar su angustiado pasado y ser junto a su familia de raíz lo
contrario. Él se persevera en acordarse de todo, pero perseguido por una
enfermedad que se apodera de él, de su cuerpo y de su identidad incluso, todo
parece insostenible y hasta quimérico.
Michel
Franco propone pues un patético melodrama novelesco, rodado con moderación,
escrito con reserva (es muy atractivo cuando adopta un registro diferente al cinematográfico)
y muy bien desentrañado el personaje (Peter Sarsgaard ganó la Copa Volpi al
mejor actor en Venecia este año), que proyecta muchos argumentos y los soluciona
bien todos. Sin dejar de lado la historia de amor, 'Memory' habla del trauma,
de las perturbaciones mentales y de los cuidados desde un recodo muy preciso:
la capacidad del ser humano de ponerse en la piel del otro.
Digamos primero que este filme de alto riesgo, ubica la
historia y la sitúa en los Estados Unidos (La Nueva Roma), y gira alrededor de
César Catilina (Adam Driver). Una fábula pues épica de la antigua Roma
ambientada en lo moderno y disruptivo. Y es que frente a un accidente que
destruye la metrópolis de Nueva Roma, el arquitecto César Catilina (creería el
alter ego de Francis Coppola, director del filme), que tiene la capacidad de
detener el tiempo, intenta construir una urbe, más que utópica y desde cero, ¿y
la razón? A mi entender es lo heterotópico del asunto.
Para mí es una obra maestra a pesar de la crítica
internacional que la ha destrozado siendo una falta de respeto. Es una fábula
épica. Y frente a las utopías que aportan desahogo porque se desdoblan en un
espacio irreal, extraordinario y confuso, las “heterotopías” resultan turbadoras
ya que debilitan subrepticiamente la lengua.
Pero, también, la heterotopía es “[…] como esfera de
yuxtaposición o coexistencia de distintas narrativas, como el producto de
relaciones sociales dinámicas. Los lugares son imaginados como articulaciones
concretas de estas relaciones sociales. El lugar es un punto de encuentro
poroso, abierto, híbrido" (Massey, 1999, p. 152) (1).
Al margen de esta consideración inicial de laheterotopía en relación con el discurso y el
lenguaje, el espacio puede ser una especie de “contra espacio”. En otras
palabras podríamos formular que las utopías —a fin de cuentas—, consienten los mitos
y los discursos, mientras que las heterotopías destruyen nuestros mitos y el
lirismo de las frases que utilizamos (Foucault, 1966).
El concepto de heterotopía se nos presenta pues como
sumamente atractivo y útil para alcanzar una mejor comprensión de la
heterogeneidad del espa- cio; nos accede verificar la existencia de espacios fundamentalmente
trazados para amparar conductas desviadas y culpables.Catilina es el gran dios —puede detener el tiempo a su
capricho—. Él es el ideólogo de una película que funciona en definitiva por su
disruptividad —encontramos recursos visuales que Coppola puso en práctica.
El cineasta Todd Phillips ha realizado con “Joker:
Folie à Deux” una película que con esta antesala, estamos seguros, y de cara a
los “Oscars” le irá muy bien en algunas nominaciones, de pronto —hay aspectos
cinematográficos de la cinta de factura y la actuación de Joaquín Phoenix
excepcional—. Pero, podemos abordar su análisis en tres ideas.
Primera, si bien es un musical (también observamos a
una cantante como Lady Gaga, luciéndose), Arthur Fleck merodea la imaginación y
la desarrolla en su trinchera —el alma— a través de “su
libertad” y en la cárcel. Y es que Arthur Fleck ha sido internado en Arkham a
la espera de un juicio por sus crímenes como Joker; para luego, en su soberanía
“volver la atención” sobre sí mismo. Y lo remarcado entre comillas, simplemente
una forma simbólica de señalar su propia personalidad variopinta (e igual que a
cualquier ser humano) atados a la dictadura de nuestras codicias, a la incertidumbre
de nuestras congojas, a los visiones de nuestras remembranzas, a la frustración
de nuestra cobardía.
El filósofo Arquitas plantea asimismo otra figura (cercana a
Arthur) con estas palabras: “del mismo modo que es difícil encontrar un pez sin
espinas, así es difícil encontrar un hombre que no tenga en sí algún dolor
clavado como una espina” (1). La espina diferencia tanto el espinazo del pez
como la tortura de un ser tan patético como Arthur Fleck (Joaquín Phoenix). Y esto
es lo que le sucede en parte a él. Y cuando se requiere cariño y afecto, el
otorgado por su amigaLee Quinzel (Lady Gaga). En
este sentido, hay encantos de comedia
romántica, acción, western y concluye como un thriller de intrigas.
Segundo,la veracidad de los
diálogos, la ponderación de la puesta en escena —más allá de ciertas licencias
e imágenes simbólicas y evocadoras—, y todas aquellas donde empieza a
escabullirse más allá del apretado hábitat de una cárcel —formulo en tal
sentido, de Stuart Rosenberg, “Brubaker” (1980)—. Pero, admitiendo que la
historia se traslade más allá a lo que podría llegar a ser realmente psicológicamente
hablando, Arthur. “Sus ojos pueden ver confusamente por dos tipos de
perturbaciones: uno al trasladarse de la luz a la tiniebla, y otro de la
tiniebla a la luz” (Platón).
Y tercero, y es un factor que me agrada, lo musical de la cinta.En concreto la canción That's entertaiment de la película Melodías
de Broadway 1955 (Vincente Minnelli, 1953), y versiones de clásicos de
cantantes como Frank Sinatra, The Carpenters y Jacques Brel entre muchas otros
que un espectador no necesariamente melómano, las reconocerá bien pronto.
(1)Maladies II. Edición francesa de Jacques Jouanna, Paris: CUF,
1983. Traducción del autor.