Guillermo
Del Toro hace una película de la novela firmada por William Lindsay Gresham
[que tuvo una adaptación a la pantalla en 1947 de la mano de Edmund Goulding y
protagonizada por Tyrone Power]. Con el primer tercio del filme, donde los
personajes Stanton (Bradley Cooper) y Pete (sentencia: “hay que saber leer a la
gente”) se aproximan a través del diálogo a: ¿qué es la vida? ¿A dónde vamos?
Por consiguiente y tal como se refleja en ese primer tercio de la trama, llegamos
a la conclusión [que no fin de la percepción] que estamos siempre, actuando
bien o mal ante una sociedad que cree saber más allá del bien o del mal.
Si tal como escuchamos en el filme: “Nos vemos a
nosotros mismos a través de los otros” y la del propio Stanton (Bradley
Cooper): “una persona comienza a creer en sus mentiras” [¿dónde termina la
farsa? Digo yo]; el segundo y tercer tercio del metraje es toda una
ejemplarizante acción de cine negro. Pero es a través de los personajes, esencialmente
de Stanton y la femme fatale la psiquiatra Lilith Ritter (Cate Blanchett) donde
la historia deja la lección y sabiduría sobre la percepción del mundo y la
nuestra tal cual es.
La percepción es por lo tanto el medio que tropezamos
para aproximarnos a la realidad, a modo de apoyo de todo movimiento del ser
humano en el mundo. Es la percepción como esa relación primera con el mundo, el
retorno a lo sensible y sentido. Bajo este criterio, Stanton es un personaje
que invita a no olvidar que percepción y sordidez no pueden ir tomados de la
mano. Al mismo tiempo [y para él] con el ítem de volver a empezar, sin el
obligado concepto del prejuicio de un presente [mi propia realidad] en el
envenenado mundo en el que vivimos.
Sin apartarnos de esos dos tercios finales de este
cine negro, la película que convoca los ejes con los que el cine de Guillermo
Del Toro ha pasado a la historia con su filmografía: sus personajes y la
lección que nos deja. En este sentido, al final de todo, no debe ser inequívoca
la circunspección, la discreción actoral y la percepción sobre la sosegada
representación [a veces] de momentos intensos y determinantes del espíritu
humano [recuerde a los personajes Stanton, la doctora, Zeena, Clem] como si a
lo vehemente, de pronto, hace [al ser humano] casi irreconocible.
En la parte ideológica y reflexión del filme “El
callejón de las almas perdidas” [más de un ser humano anda en esos pasadizos
existenciales]; percibir es estar por supuesto en el mundo, descubrir es ver al
otro y explorar su epistemología. Regresar a las cosas mismas de la vida, es
posible solo a través de la percepción propia [aunque un ser miserable como
Stanton lo hace, y si lo entendamos en carne propia, es igualmente evidente que
no fue por su propia decisión, sino por las huellas que deja la vida
transitada, y no hablar del destino].
Película pues cargada de muchas cosas válidas sobre la
vida del ser humano y un género cinematográfico como el cine negro, cargado
además, de intriga y drama, que pone los puntos sobre las íes. Si estamos
convencidos que buscamos al personaje a través de la historia: el escarnio y la
soberbia quedan atajados en la imagen del buscavidas Stanton, mientras nuestros
gestos y rostros parecen no reaccionar a lo que acabamos de observar: los ecos de
la hipocresía donde todos pierden y transigen, y, de hacer que los ilusos [como
decía mi padre] confundan la realidad y aspiración.
Gonzalo Restrepo Sánchez
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