Aunque
en un principio se anunciase como una serie, ‘La balada de Buster Scruggs’,
primer contacto de Ethan y Joel Coen con Netflix, ha terminado convirtiéndose
en una película que pudo verse en pantalla grande en el reciente Festival de
Cine de Venecia, donde se llevó el premio a Mejor Guion.
Si
bien este filme es entretenido y de acción trepidante, es un tema ampliamente
llevado al cine. De todas formas, la actriz protagónica no pierde su buen
quehacer profesional y brinda al espectador, una mujer capaz y llena de
venganza.
Lo
que si hay que aprender, es ver un par de deux ex machina que restan categoría
al thriller. Hay que estar pendiente con esto, y proviene de la escritura del
guion. En este sentido el filme pierde su verosimilitud y ojalá los nuevos
guionistas aprendan la lección.De todas formas, la
cámara genera tensión, sin que se enreda en juegos de sombra y de profundidad.
De
todas formas, el intento del cineasta por sacar adelante el thriller se nota y
en segundo lugar un de montaje corto sobre primeros planos de rostros que
puntúan las escenas con el suficiente subrayado de la música y la angulación de
cámara. Al final ya queda claro que hay nada que salvar a la heroína, sino la
trama pierde ante los ojos del espectador.
Ante
semejante figura de la música en el mundo, como lo fue Freddie Mercury, pienso
que el final de la cinta es lo más apropiado para un ser humano a fin de
cuentas. Creo que su vida musical es mucho más interesante que su vida privada
(llena más de errores que de aciertos, aunque reconozco que no soy quien para
terminar avaluando de esta forma).
“Bohemian
Rhapsody” es una apoteosis al grupo Queen, de su música y sobre todo de su
extraordinario cantante Freddie Mercury, que siendo único, retó estereotipos e
hizo polvo alguno de los hábitos en la música para convertirla en uno de los
espectáculos más placenteros del mundo en su generación.
Con una
extraordinaria actuación de Malek como Mercury, el guion por momentos pudo ser
más concreto en la parte dramática (la cámara se concentra menos en lo complejo
del personaje sobre su pansexualidad). Pero si hay que justificar este asunto,
quizá sea a la admiración del personaje por parte del cineasta y diseñar algún
que otro cliché de ese cine más comercial.
“Pansexualidad”
es un vocablo (empleado por primera vez en los años setentas) que proviene de
la noción de “pansexualismo” utilizado a principios del siglo XX por los
críticos de Sigmund Freud para rotular su teoría de cómo la conducta humana proviene
en gran medida de lo denominado instintos sexuales. Esto es la atracción
romántica o sexual hacia individuos independientemente de su género o sexo, la
pansexualidad es una orientación sexual aún apartada en el cine (son escasísimos
los ejemplo en el cine sobre este ítem).
De todas
formas y a modo de conclusión, la película es a mi parecer buena y construida
quizá para quienes no lo vieron y oyeron en su época.La
realización, aunque un poco convencional, y sin haber decisiones formales en el
relato, la fuerza de la cinta convive en la naturalidad con que se nos hace partícipes
de la evolución musical de Mercury, sin mostrarlo en el terreno sexual y por
supuesto, en una poderosa interpretación central que resulta por completo categórica.
Llega a la cartelera local el filme del español
Fernando León de Aranoa sobre la vida de Pablo Escobar (basado en el libro de
Virginia Vallejo). Esta cinta que pudo ser mucho mejor de lo que realmente es,
tiene en su propuesta audiovisual algunos clichés del cine norteamericano, que
desmeritan un poco a León de Aranoa, un cineasta más bien independiente y con
su impronta particular.
Sin detenerme en la vida del señor Escobar
(ampliamente conocida en Colombia), se puede hacer la siguiente lectura en lo
estrictamente cinematográfico. Y es que la apuesta del realizador español si
bien consiste en narrar los
tradicionales vaivenes de la vida personal de un narcotraficante, también mezcla los
tópicos particulares del drama con el rigor ya veces empuje del thriller.
Prácticamente desde los primeros minutos del filme ya
uno sabe lo que va a suceder y revelar una vez más al principal sospecho de
haber cometido las más crueles transgresiones acontecidas en Colombia en la
época de la vida asesina de Escobar (Javier Bardem). De todasformas, sin paradoja alguna presentada por el
relato (ama a sus seres cercanos, al pobre, pero odia y genera reales y malas
intenciones), no hace más que ser una persona imprevisible para su entorno
familiar y social.
Sin el desafío amoroso entre dos seres tan distantes
para Escobar como Virginia Vallejo y María Victoria (buen trabajo de la
colombiana Julieth Restrepo), ello ofrece el punto de partida en la
construcción de una trama que irá mostrando más la personalidad del insondable
narcotraficante. La preocupación sincera de los protagonistas femeninos y la
prepotencia jactanciosa de Escobar caminan de la mano con el fin de subrayar la
inestabilidad e incoherencia del hombre cuando todos “van remando el viento”.
Considero que, sin ser atractivo el manejo de los
tiempos dramáticos por parte del director, termina disponiendo de una narración
que bordea a su gusto (vaya usted a saber si impuesta) el espacio íntimo de los
personajes principales y la posterior (y escasa) condena pública, difícil de cotejar
para Escobar, por su carácter violento y directo.
A su vez, la película expone las miserias de un hombre
y sus secuaces que, tras una máscara de presumida familiaridad y buenos
modales, oculta las execrables bajezas, lo que se percibe en muchas de las
escenas en las cuales Escobar no se muestra en sociedad.
Sin desconocer la versatilidad en el registro actoral
de Penélope Cruz (que además de actriz, es esposa de Bardem), puede rastrearse
en el rostro de Bardem (y en lo que su mirada inspira), una buena exploración
de los conflictos internos del personaje.
De todas maneras, el director erige un relato que si
bien avanza a paso firme desde el punto de vista de inadvertidas revelaciones
de Escobar (de pronto al final puede descubrirse el amor por sus hijos), a fin
de cuentas, no es dependiente de la presencia escénica de ninguno de los
modelos actanciales.
Se exhibe en nuestras carteleras: “Ha nacido una
estrella” dirigida por Bradley Cooper ha tenido cuatro versiones más: Una en
1937con Fredric March yJanet Gaynor, otra en 1954 de George Cukor
con Judy Garland, James Mason, la otra en 1976 con Barbra Streisand y Kris
Kristofferson, y, una versión japonesa en dibujos animados. En todas las
versiones, el asunto va del declive del hombre artista y el fulgurante éxito de
la mujer artista.
Si bien mi favorita es la de 1976, la actual versión
no cae en el ostracismo y mantiene los resortes del melodrama amén de la
historia de dos seres humanos que siguen cosmos opuestos a pesar de estar
unidos en todos los aspectos emocionales y afectivos. Y es que desde este punto
de vista, la misma escala de importancia que en el guion prevalece, atiende una
narración que se respalda en la forma de vida que llevan los seres humanos sin
importar nada y de un ejercicio del amor, lo que en cierto modo prefigura la
vida para bien y para mal.
Al menos, lo anterior se puede “leer” en esta
propuesta que es dirigida y actuada por Bradley Cooper con relativo éxito.Sin un marcado
interés por venerar, dentro de lo viable, los sucesos afortunados y
desafortunados por una de las parejas (el personaje de Cooper y no el de Lady
Gaga), el guion le otorga gran valor a los diálogos y la letra de las canciones,
las cuales reflejan el vehículo más seguro para ceder no solo informaciones puntuales
de la coyuntura en una relación de pareja, sin los intervalos de la disputa por
los espacios, sino afirmar los estados de ánimo de los personajes.
Sin complots o intentos insustanciales por ganar una
batalla de la cual no se sabe a ciencia cierta quien resultará vencedor (si
ella o él), y siendo el mismo destino el que termine concretando la suerte o
desgracia de los implicados. Una irrupción en escena de ese “espectro” que se
materializa concretamente en el cuerpo de los personajes (aunque no están
interesados), y la forma visible y palpable las letras de las canciones que
fluyen: es de agradecer, pues la “música es como el rostro de una mujer al que
hay que adorar”.
Es llamativo pues, como a nivel del argumento: el que
Cooper (cineasta) no recurra consecutivamente al shock de lo inadvertido como expediente
narrativo. El espectador sabe que el personaje Jackson Maine va por un callejón
sin salida.
Punto aparte merece una acotación del trabajo de Lady
Gaga a quien este cronista creía no ser un rostro para el cine, pero creo que
ha nacido una estrella. Su voz, su rostro, su mirada, sirven para que la
auténtica artista del relato, no apele a los clichés como medio de dirigir sus
naufragios (que no los tiene) o anhelos. Ahí disfrutamos pues en esta cinta y
sin lugar a dudas, un axioma muy certero de una artista que sin intento y prueba
estética alguna, está muy alejada de la fabricación a medida que realiza Hollywood
de mujeres sentenciadas a la apreciación masiva de un público consumista y mediado
por las corrientes decorativas del momento.
El miércoles 17 de octubre se celebra el centenario
del nacimiento de Rita Hayworth, cuyo verdadero nombre era Margarita Carmen
Cansino, nacida en un pequeño pueblo de Santander (Colombia) y no en México,
Estados Unidos o España como aducen otros historiadores.
Cada quien tendrá su película favorita, pero qué duda
cabe que entre las siguientes siempre se le recordará. La primera quizá es Gilda
en 1946. Por fin Hayworth imponía sus criterios sobre el cine que quería. Su
siguiente trabajo fue La diosa de la danza, en la que personificó a Terpsícore,
la musa del Olimpo laboriosa al baile, y justo después La dama de Shanghái, de
y con el genio Orson Welles.
El cineasta Welles instó siempre en
hablar de ella así: “En la vida, tiendo a olvidar lo peor de los malos
momentos. Pero en tus propias películas, los malos momentos son inolvidables.
Por ejemplo, la primera escena del parque: cuando pienso en ella, me
estremezco. Toda la secuencia es insulsa.”. Welles se refiere a la cinta La dama de Shanghái.
En
la mítica cinta Gilda, Rita realiza verdaderamente su primer papel de femme
fatale. La maldad de Elsa Bannister no es fingida, sino la única forma de
subsistir en ese nido de víboras que nos exponen (una fascinante revelación de
Rita en un primer plano de su cara, fotografiado por el oscuro atisbo de
Charles Lawton Jr.)
Para
lograr dicha metamorfosis, Orson Welles da “una vuelta más de tuerca”, por poco
un sacrilegio: cortar su célebre cabellera pelirroja y teñirla de un color rubio
platino. Con estos cambios y la mano maestra del controvertido cineasta y
marido, Rita Hayworth hará a mi parecer una interpretación de altura.
La película es un "film noir" único.
El cineasta consigue crear una atmósfera perversa, aciaga y turbia, apoyándose
en una buena fotografía, una música turbadora, unos ambientes cargados de enigmas
y por supuesto unos protagonistas sombríos, quienes prodigan comentarios.
A la larga y en su ideología, el filme “habla”
de la sutileza de la verdad, el disfraz de las intenciones y la manipulación de
los individuos, en imágenes y sonidos velados eufemísticamente. Y es que las turbaciones
de chantaje y peligro, se fortalecen con tomas elevadas, generando así ideas turbadoras.
Para desdicha de nuestra amada Rita (o Margarita), su
alzhéimer fue categórico en 1980, y por eso apareció en malas condiciones en
muchos momentos en público, ante la prensa y en los sets de rodaje. De sus
últimas películas sobresalen La ruta de la Salina, y la última: La ira de Dios.
Atendida por Yasmin (su segunda y favorita hija, fruto de la unión con el
célebre príncipe Alí Khan), la actriz falleció en la ciudad de Nueva York el 14
de mayo de 1987.
No es la primera vez que usted ve a Venom en la pantalla
gigante. Recordar la primera vez en la cinta (la tercera parte de Spiderman de
Sam Raimi). Claro que en esa oportunidad, el personaje no estaba desarrollado.
Algo que sí se puede apreciar en esta ocasión de la mano del actor Tom
Hardy.
Es evidente que la película tiene un guion bien
estructurado y ello permite que se siga la historia sin tanto espanto. Y eso es
importante en esta versión del personaje de Marvel. A partir de la simbiosis de
Venom y Eddie, en primera instancia uno no sabe si trata de un héroe o un
villano, aunque al final se decanta la verdad y habrá que esperar por supuesto
una segunda parte de la película.
Venom es pues un elemento para la clave temática y
conceptual de una cinta que confronta y juega con dos fuerzas opuestas en
apariencia: el asunto moral impuesto por las sociedades distópicas, por un
lado, y la liberación de la parte cruel (sin que sea el lado oscuro de su
corazón), por el otro.
De todas formas, puede llegar a argüir que si la
película tiene una sólida construcción dramática en su primera mitad, luego el logro
decae por lo repetitivo de algunas situaciones entre los “dos personajes”, que
a larga es uno (prefiero no cometer spoiler) y de querer llevar el guion hasta el límite de lo creíble.
Algo que no logra salvar a la película de caer en el cliché y los lugares
comunes en la resolución.