jueves, 10 de abril de 2025

FICCI 64: "Forenses"

 

Este filme del cineasta Federico Atehortúa Arteaga nos recuerda los momentos ingratos del tema de los desaparecidos, cuerpos sin identidad en una visión certera de realidades y conflictos de un país cargado de injusticias sociales. Ya el cineasta en su primer filme “Pirotecnia” parte de una historia real resumida en una imagen estimada irrebatible: El 6 de marzo de 1906, en la misma zona donde atentaron contra el entonces presidente Rafael Reyes, donde fueron fusilados, además, cuatro convictos a muerte. Nos estamos refiriendo al lugar de Barrocolorado —que sirvió para reforzar el discurso oficial de Reyes.


En esta oportunidad y en el mismo tono y denuncia, “Forenses” nos “habla” de toda esa odisea por hallar a aquellos seres desaparecidos, sustentando en la retórica del filme una serie de memorias audiovisuales de otros filmes y circunstancias para su énfasis argumentativo. La película hasta llega a involucrar en su discurso, imágenes como “La vie et la passion de Jésus-Christ” —conocida en español con los títulos “La vida y la Pasión de Jesucristo, Nacimiento, Vida, Milagros, Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo y La Pasión” (1903)—. Una cinta francesa muda producida por la casa Pathé y dirigida por Ferdinand Zecca y Lucien Nonguet.

Y usted se preguntará, qué tiene que ver esta película (e igual con fragmentos de otros tantos filmes) con los miles de cuerpos desaparecidos y sus identidades en Colombia. Tendríamos que formular a través de la exposición en voz en off del filme, que, al igual que la tumba vacía cuando fueron a ver a Jesús —como alegoría a las desapasiones de seres humanos inocentes—; el perdón, el adiós, y cierta redención en ellos, son opiniones válidas emocionalmente hablando, y que nacen estrictamente de un guion revalidando la idea madre de la película, y una certera invitación:  conversaciones sobre temas como el duelo, la pérdida, el cuerpo, la madurez y la redención.

Sin desconfiar de la puesta en escena para hacer germinar aquello que se halla oculto en los rostros, y prudentes reflexiones de todo lo observado, el cineasta Federico Atehortúa Arteaga —y por encima (creerán algunos espectadores) de la estructura cinematográfica— brinda un desarrollo en profundidad sobre la disyuntiva moral e identitario que se esboza como origen último de los males de este mundo.

Así que, al observar una serie de imágenes de animación, de archivo, trozos de filme, y las que se ruedan provocan en el espectador una serie discernimientos capaces de llevarnos a los colombianos que observan el filme, que estamos ante un país con muchos problemas, y aun poquísimos elementos para la paz —por mucho que presentemos tal o cual argumento—. En algún momento y a modo de conclusión viene a mi memoria “El entierro de los muertos” T. S. Eliot. En su texto nos habla del mes más cruel (mixtura de recuerdos y anhelos).

La pregunta final es: en Colombia serían todos los meses. Pues la réplica se adivina entre un cúmulo de imágenes rotas y la desazón que nos embarga. No se trata, pues, de estimular a través de lo observado. Lo que interesa aquí es la denuncia de un escenario ampliamente conocido que demanda justicia donde solo hay mutismo.