Trabajar en su patria natal parece animar al director
nacido en Nueva Zelanda Lee Tamahori —cuya mejor película sigue siendo su ópera
prima “Once Were Warriors” (1994) —. Y es que su carrera en Hollywood ha sido
variada —“Next”, protagonizada por Nicolas Cage, “xXx: State of the Union”, y “Die
Another Day”, una de los filmes más olvidados de James Bond en los últimos
tiempos.
De todas formas, Tamahori señala algo así como un
regreso a la forma con “The Convert”, un drama histórico adaptado en el siglo
XIX, sobre un ministro inglés que viaja a Nueva Zelanda. Y es que cuando Thomas
Munro (Guy Pearce) llega por primera vez a las costas de Nueva Zelanda en 1830,
este personaje laico y británico tendrá cosas muy diferentes que solucionar con
base en su investidura en una etnia como la maoríe. Y es que el director Lee Tamahori
(a quien debo de reconocer, hacía rato no observaba un filme de él) tiene otros
planes para este hombre de Dios.
“The Convert” y desde el principio, las extraordinarias
y majestuosas vistas fotografiadas por Gin Loane, creería imprimen el tema profundo
de la narración y es el relacionado con la supervivencia y que corresponde al
más fuerte. La introducción a este ambiente y a través de estas imágenes,
Tamahori intenta persuadir la violencia que empapa la película a una cualidad fundamental,
cumpliendo a secas a sus propias normas sagradas más allá de la perspicacia de
los colonizadores no bienvenidos.
Y es que la indagación de Munro
por este “desconocido mundo” pronto se convierte en confusión cuando
intercambia su caballo blanco, para salvar la vida de Rangimai (Tioreore
Ngatai-Melbourne), una joven maorí atrapada en una guerra entre tribus rivales.
Y es precisamente esta idea en general que permite escribir sobre el guion —coescrito
por Shane Danielsen—, que nos describe sin tapujos el exceso de la humanidad y
la ferocidad tanto de los pueblos indígenas como de sus homólogos europeos.
Y
el hecho de que los maoríes piensen que salir triunfantes a cualquier precio es
su compromiso divino, la exaltación de los europeos revela esencialmente la
codicia, como un estilo clave entre sus punto de vista del universo opuestos. Estamos
pues en términos generales en una buena película, donde a través de Munro, por
lo idealista y no reduccionista que sea su idea de que ambos universos
aprendieran el uno del otro, al menos plantea soluciones creíbles de lo verosímil.