La
historia arranca en Seattle 1936 y bien pronto nos arropa con su tono de luz y
una fábula (la novena película de George Clooney), que desde mi punto de vista
es un agradable y delicado filme (muy a lo americano). Enganchado, al igual que
“sus compañeros de equipo”, por el exigente entrenador Al Ulbrickson [un Joel
Edgerton excelente], Rantz es sacado de la penumbra para el equipo olímpico de
Estados Unidos, cuando Ulbrickson toma la impresionante medida de presentar a
su equipo junior, en lugar de a los remeros más veteranos a los que había
estado entrenando durante años.
En
este sentido, la película es pues puntualmente la leyenda de los arrestos del
equipo de remo estadounidense para ganar el oro en los Juegos Olímpicos de
Berlín de 1936. Basado en el libro homónimo de Daniel James Brown, la cinta crea
este triunfo fotográfico como un cuento clásico de los indefensos. Y si bien no
es que estemos ante la mejor cinta de Clooney, al menos nos impregna de cierto
aire de fe y triunfalismo (que siempre es bueno en estos tiempos de tanta competencia).
Como
cineasta, Clooney (“The Tender Bar y Good Night, And Good Luck”) con frecuencia
se ha inclinado hacia historias en las que sus intérpretes florecen a las dificultades
particulares o sociales, y “The Boys In The Boat” es seguramente una más en
este contexto. Esto no es que sea malo, pero es el denominador común en dramas
deportivos. A sí que en esta oportunidad, y a partir por supuesto del guion,
nunca está demás añadir esa dimensión de orden política a salvaguardar a estos alumnos
universitarios de clase trabajadora que desafiaron a escuelas más potentes
económicamente y, eventual al fascismo de la Alemania de Hitler.
Muy
poco más que escribir sobre esta cinta que despierta desde un cuadro emocional
por momentos, en ir descubriendo el verdadero lugar que ocupan sus
protagonistas en el mundo y en lo moral: un uniforme deportivo y el esfuerzo
por triunfar y un esperado final feliz.