Esta película libanesa llega cargada de las mejores
críticas de cine de su país y el continente europeo. Una película encantadora y
llena de luz. Su título original francés, La nuit du verre d’eau (La noche del vaso de
agua), es [y debe ser] un indicio sobre el valor de esa noche y ese vaso de
agua [un fotogramas nos permite observar el vaso de agua frente una pequeña
figura de la Virgen]. Ahora, Mothers’ Valley —el título mundial—, es un modo manifiesto
de emplazar la fábula en ese inmenso valle en medio de las montañas: El valle
de las esperanza, título castellano. Pero también queda claro que es la esperanza
de Líbano (1958) y Layla, que en ese verano caluroso y despejado vive un correspondido
affaire que le mostrará su realidad y camino a seguir.
Cuando la historia arranca con primer plano del niño
Charles [interpretado por Antoine Merheb Tarb], y que ya desde pequeño sabe que
pertenece a una familia cristiana, con su inocencia, de entrada
intuimos y recibimos cierta sensación de paz en esa familia en medio de un trasfondo
político y religioso. Pero luego el actor Carlos Chahine —que debuta en la
realización cinematográfica—, decide centrarse en la figura de la hermosa Layla
(Marilyn Naaman), una mujer casada que pone en jaque el orden patriarcal al
caer prendada en los brazos de un turista francés.
El riesgo del didactismo aparece en la concluyente
crítica a una sociedad inmovilizada por un tradicionalismo machista, clasista y
hasta homófobo. Sin embargo, la elegancia y sensibilidad con la que Chahine envuelve
a sus personajes femeninos libra ‘El valle de la esperanza’ ante el
reduccionismo del discurso panfletario. El bolero “Historia de un amor” cantado
por las mujeres del hogar, es un dedicado triunfo a los buenos designios que el
amor pueda ofrecer. Película pues agraciada, y presentada con esmero cinematográfico.