lunes, 29 de enero de 2024

Rose Glass y su “Saint Maud” es de las mejores películas europeas del siglo XXI

 

Sostienen los críticos de euronews.culture que es una nueva y emocionante (dentro de la ola de directoras como Lucile Hadžihalilović) que han ido rompiendo las reglas y ampliando el alcance del género. Consideran que el filme de la cineasta Rose Glass y su “Saint Maud” es de las mejores películas europeas del siglo XXI.

Más que las primeras imágenes de la película, es su música inicial (de Adam Janota Bzowski) al que nos pone un tanto alerta. Si bien, el asunto va de una enfermera convencida de que Dios no solo le habla directamente sino que le tiene una misión especial para ella (su santa preferida es María Magdalena). Y sin dejar de reconocer que la irrupción de Rose Glass es un nuevo talento en el horizonte cinematográfico. Se puede escribir que su dura Ópera Prima va provocándonos de forma incesante a un estado de incertidumbre palpable.

Mientras la obsesiva convicción con la que la joven enfermera Maud se entrega al cuidado de su nueva paciente Amanda, todo el asunto —y paulatinamente— va convirtiéndose en animadversión y en psicopatía en los tres tercios de la cinta. En esta exploración psicológica —y durante la mayor parte del metraje—, la película se ampara lucidamente y se adhiere al existencialismo. La cineasta Glass se muestra comedida a la hora de crear sobresaltos, y se cerciora de que cada uno de ellos provea efecto tanto en Maud como en nosotros mismos.

En estas primeras consideraciones, los diálogos, la conversación, rezo de Maud con Dios, y Amanda: la película logra repercutir asombrosamente en el retrato de un alma atormentada. Cuando Maud lee un libro mientras come algo: “Debemos ser fieles a nuestro llamado y vivir en los grilletes de la religión, distorsionando la verdadera vida espiritual organizada” […]; todo trasciende a las moderaciones del género para convidar a una indagación atrevida, emocionalmente y compleja sobre lo sensible y lo diabólico que de alguna forma la religiosidad aprovisiona a sus incondicionales.

La relación de Carol y Amanda parece no gustarle a Maud, y es de pronto el punto de arranque y detonante a las interioridades religiosas de la enfermera. Y es que más que en cualquier otro culto religioso, en ese imaginario cristiano, la espiritualidad y el idealismo se revelan y legitima a través de una fetichización de lo corporal y de las revelaciones físicas de la pesadumbre (a través de lo que ocurre en la parte meridional de la escena, y evocadora un poco de El exorcista.

En su tramo final, “Saint Maud” discurre por una vía un tanto predecible o al menos mucho menos sorprendente a la exploración del lado oscuro del denominado imaginario católico (“La vida es un juego […]la religión es para la comunidad y alivia el sufrimiento de los mortales”; escuchamos sobre un primer plano de Maud). Pero a toda esta propuesta ideológica, resulta ser un territorio inscrito en la práctica del “body horror”, el subgénero en que el pánico se pronuncia a través de la variación violenta de los cuerpos.

Resulta curioso comprobar cómo, en una película en que la representación pictórica católica cobra especial relevancia, el primero referente de Rose Glass, remite como sostiene la crítica de cine Eulalia Iglesias al cine de “Paul Schrader e Ingmar Bergman, dos directores que llevaron a cabo un corpus de cine espiritual sin recurrir en muchos casos a las vestiduras de la religión”.