lunes, 1 de enero de 2024

Cerrar los ojos

 

Describir lo que el filósofo y teólogo francés Pierre Teilhard de Chardin denomina el Punto Omega, sería a lo mejor la circunstancia exaltada del no-tiempo, la transformación del ser humano en algo a lo que tiende y que está más allá de sí mismo. Este podría ser un punto de partida de la película arranca con el crédito “Alrededores de París” y en off una música de piano. Luego vemos a un judío sefardita que encomienda a un personaje (base y misterio en la historia), para que busque a su hija. Ese personaje [y su película que nunca existió] es el punto de partida de Víctor Érice para que estemos atentos al devenir de la trama.

Con base en lo anterior, obliga a que el juego del plano/contraplano del cine clásico, logre una dimensión plena, como si cada palabra entre los interlocutores estableciera un orden de datos en el que el habitante de la sala de cine se ve obligado a reorganizar la investigación a medida que parece se dispersa, pero no. Esta puede ser la clave de un gran filme, y si ambicionamos profundizar un poco más desde lo cinematográfico para justificar mi apreciación, dos ideas:

Primero, podríamos decir que los planos de “Cerrar los ojos” tienen vida interior, y por una razón: las miradas de todos los personajes así lo circunscriben y se evidencia el talento de los actores [José Coronado, Ana Torrent, Manolo Sojo, Soledad Villamil, Josep María Pou, etc.] que utiliza Érice. La disposición de la imagen, consiente que en cada encuadre subraye dos niveles expresivos: uno, la piel de la película, donde la mirada y/o la voz de uno o más interlocutores fascinan la solicitud del espectador.

El regreso de Víctor Erice al largometraje presume hipnotizarse de nuevo ante él, y como diría un crítico de cine: “el mejor retratista de lo invisible”. “El espíritu de la colmena” (1973), “El sur” (1983) o “El sol del membrillo” (1992) son su legado y por supuesto este curto filme, que dura tres horas y de pronto pareciese algo monótono, pero de pronto surge ese algo que un filme que marca el regreso de Érice.

De manera que frente a la película que nunca existió y la sentencia que escuchamos: “En el cine ya no hay milagros desde que murió Dreyer”, esta propuesta del cineasta español de rebuscar en el cine dentro del cine el prólogo y el epílogo donde juzga proporcionar el subterfugio a un jeroglífico que solo vemos en parte [por aquello de los invisible], el tiempo agarrotado [porque parece no tener prisa], desmoronando gota a gota en la profundidad de la pesquisa; «cada momento perdido es la vida»: la vida del tiempo que nos deja y que se puede ver con los ojos cerrados.