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que hablar de la película dirigida por Paul Dudbridge en sí, que dicho de paso,
ni es mucho más y mucho menos sobre historias con guiños de thriller y de
terror encabezados una intriga bien diseñada. Respecto a la idea del personaje
del Dr. Jack Griffin hundiéndose en una vorágine de locura, de la cual no se exime
sobre el final, pues invita a hacerse la pregunta ¿quién y para qué uno querría
hacerse invisible?
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de una vez pensaría que el humano desearía ser invisible sobre todo para “descubrir”
asuntos de los cuales no tiene acceso, pero también en otras oportunidades para
fisgonear. Y es que los humanos somos así. Como fuera, la puntada inicial del
mito ya había sido dada. A partir de allí, una sucesión de películas se
sucedieron, circunscribiendo una primera versión femenina: “La mujer invisible”
de 1940, dirigida por Edward Sutherland, y candidata al “Oscar” por sus efectos
especiales.
“El
hombre invisible”, es una novela de acción que no da descanso, y se publicó por
primera vez en 1897 y se ha transformado en una especie de mito moderno.
Los
orígenes del texto se remontan a 1897, a manos de H.G. Wells, famoso literato
de leyendas de fantasía y ciencia ficción. El texto original se publicó en
formato seriado en varias revistas de Pearson's Magazine y fue uno de los más espeluznantes
en su momento.
Si
tomamos en consideración que dialogamos del siglo XIX y que el planeta estaba principiando
a cambiar de raíz a causa de los diversos adelantos tecnológicos que se estaban
llevando a cabo —dos años antes se el cinematógrafo de los hermanos Lumière en
París ya funcionaba—. La trama del escritor Wells, enchufaba bien con esa exploración
de progreso por parte del hombre y que con su agudeza podía lograr cuanto
quisiera.
Lo
que se confronta a la concepción que trazó James Whale en 1933 con la originalísima
adaptación del texto homónimo de Wells bajo el mismo nombre. Whale igual que en
Frankenstein, pretende sin lugar a dudas humanizar a los monstruos y no concebirlos
espantosos. Los esgrime como metáfora para manifestar al asistente que los auténticos
monstruos somos nosotros mismos.