No,
no es que sea muy devoto de las películas de terror. Pero no dejo de reconocer
que, si hay algo de gratificante en un filme original de terror y que impone a
los códigos de género es “Los pecadores”. Además, la cinta transmite honestidad
y arrojo. Ambientada en Mississippi en los años 30, “Los pecadores” cuenta la
historia de dos gemelos quienes, tras pasar unos años en Chicago, retornan a su
pueblo para montar un club de blues para la comunidad negra. Coogler vuelve
pues a contar con Michael B. Jordan, su actor fetiche desde “Fruitvale Station”
—ya trasformado en toda una estrella—, brindándole el reto de meterse en un acuoso
doble papel, el de dos gemelos desavenidos a fuerzas oscuras.
En
el sentido musical, la composición de su carácter y los arpegios de las canciones, y los bailes —siendo
la secuencia que traspasa las épocas, es algo excelso— y que con el arresto y
los movimientos del cine de terror es algo verdaderamente incontrastable. Pero,
diría de todo esto que, la película como tal si a alguien debe su extraordinaria
puesta en escena es al director Ryan Coogler. Sin separarse del cine de género,
“Los pecadores” nos habla de la miseria y el racismo, pero, asimismo, de los ritos,
los dogmas y, sobre todo, ese vínculo fundamental con la música de sus interlocutores.
Y es donde el filme emerge con fuerza e interés (no sé por qué, pero, me evoca
de alguna manera a “El color púrpura de Spielberg).
Por
favor, memoricen este director llamado Ryan Coogler, y es que, frente a su
proyecto más esperanzado y personal hasta la fecha, después de una serie de
éxitos que le han otorgado esa posición en Hollywood, posee una absoluta
libertad creativa debido precisamente a que es un genio. Y es que, después de
una ópera prima independiente y patética como “Fruitvale Station” (2013), De
todos modos, el director de cine Coogler ha sido hacendoso en dejar su huella
personal sin dejar de ensalzar la cultura afroamericana.
“Los
pecadores” es pues una película pues cargada de planos sonoro (que nos asfixian
por momentos), pero, dan un valor acusmático virtuoso. En otro orden de ideas,
la cinta a través de los hermanos gemelos Smoke y Slack quienes desean invertir sus ganancias en
montar un club nocturno en Clarksdale, Mississippi, un paraje rural en la que
la gente normal pueda disfrutar de música en directo; vigorizarán
esa llama de viejos amores, y tendrán que superar un pasado que no deseaban
recordar.
Para
finalizar tres ideas. Algo que llama eficazmente la solicitud del filme es la dinámica
presencia de sus interlocutores femeninos, los cuales trascienden más allá de
los propios intereses amorosos, revelándose enérgicas y hasta atractivas, en medida,
gracias a los valiosos “performances” de sus actrices, destacando la formidable
presencia de Wunmi Mosaku en el rol de Annie, una hechicería.
Segundo,
atraviesa el filme ese halo de predestinación y hasta de fatalidad propio del
cine negro clásico, con gánsteres intentando exonerar sus pecados y tropezando
todo tipo de dificultades para conseguirlo (súmele femme fatales).
Y
tercero, presentes todos eso tópicos de las
películas de vampiros y esos signos característicos de la puesta en escenas más
que fenomenológicos por sus aspavientos. Y es que una serie de esta esfera común
se da cita en “Los pecadores” sin ningún arquetipo de timidez, y en ese
derroche de violencia manifiesta y bizarra, y obscenidad y erotismo. Con
una buena dosis de humor, de todas formas, estamos ante un filme inclasificable
y punto.