La
cineasta Domont lleva en su atmósfera y destino el “Fair Play” a esferas suficientemente
sombríos, y es turbador y triste verlo todo al mismo tiempo. Jamás el mundo
financiero y de capital ha sido más fascinante y los emociones tan viscerales.
En este sentido, “Fair Play” y hay que enfatizarlo, es un melodrama financiero
muy penetrante, ambientado dentro de las bolsas financieras y feroces de Nueva York.
Pero
asimismo es un thriller pasional que estudia la pasión sexual y la política
financiera en dos seres —Emily (Phoebe Dynevor) y Luke (Alden Ehrenreich) — que
cuando uno (ella en este caso) sobresale más que el otro, las cosas cambian y no para bien.
Celos por parte de Luke, y una cantidad de conductas humanas se desatan la pareja que, hasta el
mismo final nos tiene con la morada puesta en ellos.
Pero
la clave del éxito permitido de la película no es solo que esté llevada a cabo
como un producto comercial. Es que “Fair Play”, si bien, está llena de sexo, el
dinero, y esas puñaladas traperas y corporativas por la espalda, realmente es
una buena película porque además plasma imágenes que representan la vida y a la
vez, pueden ser reflejo para muchos de los espectadores que la observan.
Escrita
y dirigida por Chloe Domont, directora de series de televisión como “Ballers” o
“Clarice”, este es su primer largometraje, donde la cineasta Domont ha creado
una de las pocas cintas adaptadas sobre el mundo financiero que todo lo hace de
un modo que es lo sobradamente fidedigna como para consentir entender que
estamos observando este mundo como verdaderamente es, y no una traslación abreviada
de Hollywood. En este sentido, nos evoca de aluna manera a “Wall Street”, en
los años 80, un drama financiero que sabía cómo dialogar: hacia el futuro y a la vez lo delimita, y
de cierto modo la revela. El arrebato y el encuentro del otro a partir de
dinero y el éxito, no es para todos los amigos o amantes.