“A Haunting in Venice” (titulada en nuestro medio como
“Cacería en Venecia”) es una película de suspenso sobrenatural estadounidense
dirigida por Kenneth Branagh, basada en parte en la novela “Las manzanas”
(título original en inglés: “Hallowe'en Party”) de Agatha Christie. De todas
formas, si bien, las manzanas se observan en el filme, hay que estar muy atento
a cómo se desarrolla la trama.
Lo principal y más plausible de la película es la
creación de un decorado funesto desde el primer plano en el que se muestra a
una Venecia infausta que se crece en cada imagen, y un sonido que nos va sumergiendo
en el enigma. De todas formas, una cinta que se acerca más al territorio del thriller
y hasta tiene elementos del cine de terror, a través de un incidente argumental
que apela no solo a crímenes, sino además, viables aspectos paranormales, y
durante las que el detective Hércules Poirot —Kenneth Branagh de nuevo dirige y
actúa— se desvive por diferenciar lo racional de lo sobrenatural. Muchos de los
personajes —entre ellos Poirot—, existen sacudidos por otro tipo de fantasmas,
y tal como lo expresa el detective en algún pasaje, fantasmas con quienes hay
que “provocar y lidiar”.
El cineasta Branagh apela a opacidades, perfiles obscuros,
ángulos de cámara impetuosos, imágenes distorsionadas, una serie de ruidos absorbentes
y otras coartadas consecuentes que pretenden crear opresión y confusión, en una
narrativa por momentos difusa y acelerada. Respecto a la sucesión de interpelaciones
de Poirot, alcanza a repercutir en lo repetitivo, en parte porque las pesquisas
que va dejando no sorprendan pese a las desenfrenadas explicaciones que proporciona
para justificarlas.
Con base en lo anterior, “Cacería en Venecia” da la
sensación de que el cineasta se lo ha pasado estupendo, rodando de una forma
que le ha concedido jugar en el mejor de los sentidos con cada uno de los semblantes
de la puesta en escena: un correcto diseño de producción y un tremendo caudal
de planos: cenitales —plano cinematográfico en que el eje óptico es
perpendicular al suelo—, picados, contrapicados, oblicuos, planos holandeses —un
encuadre en el que la cámara se inclina de 25 a 45 grados respecto a la línea
del horizonte—, para hacernos sentir desequilibrio y ansiedad.
No obstante, Branagh
no solo asiste a estos elementos de la gramática cinematográfica para acomodar
su narración, sino que asimismo —y en alguna que otra ocasión— rueda con la
cámara ligada al cuerpo pactando una apariencia que se vale tanto de una
iluminación lúgubre, como de los elementos de la decoración que de alguna forma
imperceptible nos están impávidamente situando en alerta.
Estamos
pues ante un filme bueno en términos generales para los amantes del terror y de los whodunit
—hace
referencia a una complejidad de trama dentro de la novela policíaca, en la que
un misterio o una especie de acertijos es su transcendental peculiaridad de
interés—. “Esta noche se ha cometido un asesinato y no hay duda de que alguno
de ustedes es el culpable”. Así se podría sintetizar también el whodunit, a la
larga, un subgénero del policíaco en el que todos los personajes son
sospechosos de un horrible crimen.
Otro
ejemplo es “Asesinato en el Orient Express” de Christie, que llegaba a la gran
pantalla en 1974 de la mano de Sidney Lumet. El enigma y su resolución es ya
conocido, y más aún después del estreno en 2017 del remake dirigido por Kenneth
Branagh. En este whodunit de manual, Hércules Poirot (Albert Finney) tiene la
suerte o la desgracia de coincidir en el legendario tren con un conjunto de
individuos sospechosos de haber cometido un asesinato en el compartimento
colindante al del detective.