viernes, 7 de abril de 2023

Marlowe, de Neil Jordan

 

Varias consideraciones en primer lugar, Con Marlowe, el actor Liam Neeson se pone en la piel de, posiblemente el personaje del cine negro más icónico de todos los tiempos en su historia. Los textos del escritor Raymond Chandler eran muy preferidos en Tinseltown en los años cuarenta, con Dick Powell (“Murder My Sweet”), y el actor Humphrey Bogart (en “The Big Sleep”) caracterizando ambos a Philip Marlowe durante la era del cine negro. En los años del neo-noir de los años setenta, el personaje volvió a estar de moda, con Robert Mitchum interpretando a un Marlowe mayor en “Farewell My Lovely” y una nueva versión de “The Big Sleep”. En contraste, Elliot Gould interpretó a un Marlowe joven y despreocupado en “The Long Good bye”, de Robert Altman.

El director Neil Jordan (“Mona Lisa” y “The Crying Game”, es el director encargado para mostrarnos al personaje en pleno siglo XXI. La película está basada en una novela reciente, “The Black-Eyed Blonde” de John Banville. La premisa, en esta oportunidad, no varía mucho en el sentido de que el detective [adusto, serio y solitario] es contratado para resolver una desaparición por una mujer. Con algo de remembranza a “El halcón Maltés”, estamos ante una buena película en lo general.

Si algo caracteriza a este de historias es su guion, y unos diálogos claros en la búsqueda de personajes perdidos. Entre ellos una  femme fatale en la piel de la actriz Diane Kruger. Sin una evidencia paranoica del fin del mundo, y la parquedad de aprender a sobrevivir, por parte de una serie de personajes; Marlowe construye al arquetipo perfecto del género. En este punto, y sin la excepción de los primeros diálogos del guion, la premisa es intachable: la progresión dramática no se desinfla para nada.

Película pues sencilla en su puesta en escena, y un ingrediente principal: la paciencia. Al observar que también el cine está dentro del cine [sobre todo al final del metraje con otra reminiscencia a lo “White  Heat” y el inolvidable James Gagney]. La psicología del lugar nos hace cavilar en crear pasados a lo mejor creíamos irreproducibles. Porque quizás el cine sea, por encima de todo lo demás, esa originaria idea de rememorar o trascribir espejismos de periodos remotos más allá de fragmentos episódicos de ese difunto espíritu del celuloide.