Varias consideraciones en primer lugar,
Con Marlowe, el actor Liam
Neeson se pone en la piel de, posiblemente el personaje del cine negro más
icónico de todos los tiempos en su historia. Los textos del escritor Raymond
Chandler eran muy preferidos en Tinseltown en los años cuarenta, con Dick
Powell (“Murder My Sweet”), y el actor Humphrey Bogart (en “The Big Sleep”) caracterizando
ambos a Philip Marlowe durante la era del cine negro. En los años del neo-noir
de los años setenta, el personaje volvió a estar de moda, con Robert Mitchum
interpretando a un Marlowe mayor en “Farewell My Lovely” y una nueva versión de
“The Big Sleep”. En contraste, Elliot Gould interpretó a un Marlowe joven y despreocupado
en “The Long Good bye”, de Robert Altman.
El director Neil Jordan (“Mona Lisa” y “The Crying
Game”, es el director encargado para mostrarnos al personaje en pleno siglo XXI.
La película está basada en una novela reciente, “The Black-Eyed Blonde” de John
Banville. La premisa, en esta oportunidad, no varía mucho en el sentido de que el
detective [adusto, serio y solitario] es contratado para resolver una desaparición
por una mujer. Con algo de remembranza a “El halcón Maltés”, estamos ante una
buena película en lo general.
Si algo caracteriza a este de historias es su guion, y
unos diálogos claros en la búsqueda de personajes perdidos. Entre ellos
una femme fatale en la piel de la actriz
Diane Kruger. Sin una evidencia paranoica del fin del mundo, y la parquedad de
aprender a sobrevivir, por parte de una serie de personajes; Marlowe construye
al arquetipo perfecto del género. En este punto, y sin la excepción de los primeros
diálogos del guion, la premisa es intachable: la progresión dramática no se
desinfla para nada.
Película pues sencilla en su puesta en escena, y un ingrediente principal: la paciencia. Al observar que también el cine está dentro del cine [sobre todo al final del metraje con otra reminiscencia a lo “White Heat” y el inolvidable James Gagney]. La psicología del lugar nos hace cavilar en crear pasados a lo mejor creíamos irreproducibles. Porque quizás el cine sea, por encima de todo lo demás, esa originaria idea de rememorar o trascribir espejismos de periodos remotos más allá de fragmentos episódicos de ese difunto espíritu del celuloide.